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Viaje al interior de los paras

El periodista Alonso Salazar desentraña la nueva estrategia militar, política y urbana de las autodefensas. Esta es la crónica de su recorrido con el Bloque Metro.

Alonso Salazar
25 de marzo de 2002

Jose’ se preparaba para ser jugador profesional de fútbol de uno de los equipos paisas cuando la guerrilla asesinó a su padre en su natal Acandí. Un instinto que lo superó lo llevó a hacerse guerrillero y dejar atrás para siempre su carrera deportiva. Permaneció meses en las Farc, recorriendo el Urabá chocoano, hasta que logró matar al hombre que le había disparado a su padre. Cumplida su venganza, se refugió en Turbo donde se hizo activo militante de las autodefensas.

Ahora, años después de su ingreso, ‘José’, desde La Sierra, un barrio de invasores a 10 minutos del corazón de Medellín, comanda a 30 hombres que controlan militarmente la zona centrooriental de Medellín. Su frente es uno de los que se bate con la guerrilla por el control de esta estratégica ciudad, en una guerra parecida a la que ya perdió el ELN en Barrancabermeja. Una guerra cruenta que vino de las selvas y se asentó en las barriadas de la ciudad.

Estas autodefensas son dirigidas por el estado mayor del Bloque Metro desde las montañas del oriente de Antioquia. Para hablar con sus comandantes tomamos la carretera que conduce a Puerto Berrío. Sobre la tercera hora de viaje se siente el vaho caliente y húmedo de esta tierra de trópico donde por siempre hubo más hacendados que sociedad y más grupos armados ilegales que Estado. Llegamos a un pequeño caserío que fue en otros tiempos una próspera estación del ferrocarril.

El guía nos dice que el bloque cuenta con unos 1.500 hombres y tiene jurisdicción en por lo menos 15 municipios, entre ellos Vegachí, Yalí, Yolombó, Remedios, Segovia, Cisneros, El Bagre y Amalfi. Es una zona que por años fue bastión de las Farc y del ELN.

Como nos avisan que una reunión de la autodefensa con 15 alcaldes de la zona ha obligado a los mandos a aplazar el encuentro hasta la mañana siguiente, aprovechamos para recorrer el pueblo. En las cantinas suena una de esas típicas canciones de amor de la música carrilera. Jóvenes de cabeza rapada, camisa ancha y tenis, de radio en mano, hacen a pie o en motos de vigías de las autodefensas y cobran 5.000 pesos a cada uno de los camiones o autobuses que pasan por esta carretera. “Todos aquí, hasta las hormigas, pagamos impuestos”, dice un chivero, un conductor de uno de los camperos que hace de taxi en la región.

En la medida que entra en confianza —ya sabe que venimos donde los ‘señores’— nos cuenta que, hace tres años, cuando llegaron las autodefensas, se veía con frecuencia que amarraban personas y las tiraban como bultos en camperos que salían rumbo a Puerto Berrío. Nunca se volvían a ver.

Me recogen a las 7 de la mañana. Tomamos montaña arriba, hacia la sede del estado mayor. Media hora más tarde llegamos a otro caserío, de una calle única, trazada sobre el filo de la montaña. El pueblo solitario parece flotar en las nubes. Allí se encuentra ‘Rodrigo’, un hombre apuesto y de finas maneras, también conocido como ‘Doble Cero’. A ‘Rodrigo’, Carlos Castaño, el jefe político de las autodefensas, lo conoció hace ya largos años en Amalfi, cuando se desempeñaba como teniente del Ejército. Según relata Castaño, ‘Rodrigo’, al ver la ineficacia del Ejército en la lucha antisubversiva, se unió a la incipiente organización de su hermano ‘Fidel’. Desde entonces ha sido hombre de confianza de la casa Castaño, ha representado un papel decisivo en la conformación de las autodefensas campesinas de Córdoba y Urabá, y en la actualidad es miembro del estado mayor de las Autodefensas Unidas de Colombia.

‘Rodrigo’ dice que las autodefensas están dando un viraje. “Tenemos un origen reaccionario y nos estamos inventando cada día como un actor político. En el camino hemos cometido muchos errores, pero sabemos que el mundo cambió después de los acontecimientos del 11 de septiembre en Estados Unidos”.

Aprovecho que habla de errores para plantearle, como un asunto personal, la muerte del profesor Hernán Henao, a quien las autodefensas asesinaron en su oficina de la Universidad de Antioquia acusándolo de ser colaborador de las Farc. “Puedo asegurar que el profesor Henao no tenía vínculos con la guerrilla”, le digo. “Tenemos nuevos indicios que nos permiten asegurar que la muerte del profesor fue un error. Y cometer un error y no reconocerlo es doble error”, acepta ‘Rodrigo’.

“Pero, a pesar de todo las autodefensas son una realidad ineludible —continúa ‘Rodrigo’—, nos tienen que tener en cuenta en la búsqueda de la paz que todos anhelamos”. Su exposición está llena de expresiones como “derecho internacional humanitario, construcción del tejido social, y participación comunitaria”, que me suenan raras en una organización con la historia de las autodefensas que, según el último informe del Ministerio de Defensa, asesinó el año pasado a más de 1.000 civiles.

Las escuelas

De allí bajamos caminando por una trocha hasta llegar a un campamento que lleva el nombre de Escuela Corazón. Es un pequeño complejo de construcciones de madera distribuidas en medio de una pequeña selva, que utilizan para entrenamiento y capacitación. En el aula principal, unos 60 hombres vestidos con uniforme gris, escuchan una conferencia sobre relaciones humanas y liderazgo. Interrumpen la sesión para saludar con una consigna a los mandos que nos acompañan en el recorrido: “Buenas tardes mi comando, antiguerilleros siempre. El dios de la guerra no perdona a los cobardes”. Casi todos estos combatientes vienen de los barrios populares de Medellín donde abundan jóvenes a los que la vida los ha llevado a ser guerreros de oficio.

Al contrario de las milicias de la guerrilla que eliminaban a los delincuentes, las autodefensas crecen sus filas con ellos. Aseguran que es posible mantener la organización porque los militantes de la ciudad son voluntarios —a los que sólo se les ‘colabora’ con un mercado mensual—, se les exige disciplina y se les impide realizar actividades delictivas.

‘Rodrigo’ me invita a hablar con ‘Roberto’, el ex guerrillero que hace de instructor en la escuela. ‘Roberto’, hombre de apariencia bonachona y hablar pausado, se vinculó al ELN —parte de su paisaje campesino— hace más de 20 años. Allí se alfabetizó, se convirtió en disciplinado combatiente y en incansable lector de literatura marxista, hasta llegar a ser comandante del área del nordeste de Antioquia. Desde este cargo, en los últimos años, formó comandos del ELN en la ciudad de Medellín. Para explicar por qué desertó con más de 20 hombres de su seguridad personal, argumenta la pérdida de ideales de la guerrilla. Le pregunté sobre el absurdo de estar combatiendo al lado de quienes fueron sus feroces enemigos. El no encuentra gran diferencia entre su vieja y nueva militancia: “Quítele al ELN lo de terrorista y marxista leninista y verá que hay mucha afinidad con las autodefensas”, afirma Roberto.

Al regresar en la tarde, en el caserío de La Montaña, la niebla se ha disuelto y por ser domingo, día de mercado, el ambiente está animado. Esta imagen da para pensar que las autodefensas están lejos de los paracos ‘embambados’ de otros tiempos y son hoy, en esta región, un gobierno de facto, que prevalece sobre cualquier orden institucional, similar al de la guerrilla en otras zonas. “Tanto en el campo como en la ciudad las autodefensas quieren convertirse en un modelo de Estado con el que se debe discutir los temas de la agenda nacional”, nos dice uno de los comandantes al momento de despedirnos y de citarnos para los días siguientes en la ciudad de Medellín.

Medelln: la segunda guerra urbana de Colombia

Desde lo alto de unas escalinatas, ‘José’ el futbolista frustrado, señala el barrio 8 de Marzo en la zona centrooriental de Medellín donde un grupo del ELN ha resistido los embates de las autodefensas. En la confrontación —según sus estadísticas— han dado muerte a 18 guerrilleros, recuperado cuatro armas, y perdido a cuatro de sus hombres, dos de ellos en un terreno que la guerrilla sembró con minas.

Luego ‘José’ nos guía en una vieja camioneta Toyota hacia la parte alta de la ladera de la zona nororiental. La carretera trepa en curvas hasta transformarse en rieles. Ascendemos centenares de escalones de cemento a una zona donde Medellín se va diluyendo en el verde de la montaña. En un pequeño descanso, en el cruce con un camino transversal nos encontramos unos 30 jóvenes, vestidos de camuflado armados con fusiles AK, G3, armas cortas y un lanzagranadas. Nos cuentan que, antes de hacer parte de autodefensa, eran de una banda y de una milicia del ELN, que por años se combatieron entre ellos de manera implacable. Ahora, con una camaradería que no deja ver resentimientos, hablan de batallas y de armas como quien comenta un partido de fútbol.

Los ex milicianos hablan de la pérdida de ideales de la guerrilla para explicar su cambio de bando. Son razones que compartieron cuando se encontraron a ‘Roberto’, convertido en comandante de las autodefensas y en instructor de la Escuela Corazón a donde los habían llevado a la ‘reeducación’.

‘Chucho’, el comandante de este sector, del barrio La Cruz, se afana a dibujarnos, con cierto orgullo, el mapa del dominio territorial y de los conflictos de la autodefensa. Asegura que toda la franja oriental que antes estuvo en poder de los frentes José María Córdoba de las Farc y Carlos Alirio Buitrago del ELN, está ahora controlada por las autodefensas. Pero todavía se enfrentan con la guerrilla en varios sectores de estas comunas.

Lo álgido de la confrontación se produce en los barrios Carambolas y Santo Domingo y 8 de Marzo de la zona nororiental. Y en el Picacho y Belencito de la franja occidental. Son barrios de ladera, de calles escasas y empinadas y de largas escalinatas que se acercan al cielo. Miles de desplazados se han visto de nuevo atrapados en la guerra de la que vinieron huyendo de los campos. Columnas de guerrillas y paras se enfrentan cuadra a cuadra para controlar la ciudad. Pero además, unos y otros eliminan o destierran a los ‘colaboradores del enemigo’. Y llegan a extremos, como ha sucedido en la zona centrooccidental, de dinamitar sus casas.

Sin embargo ‘Chucho’ y sus hombres hoy no están en alerta con la guerrilla sino con bandas del sector. Lo veo airado discutir, por teléfono celular, con un miembro de ‘La Oficina’ al que le reclama que una banda asesinó a un militante del Bloque Metro. “Son unas bandas que actúan con complicidad de algunos miembros de la policía”, me explica. “Pero si ‘La Oficina’ hace parte de las autodefensas, ¿cómo está enfrentada a gente del Bloque Metro?”, le pregunto. “Hay algunas diferencias”, responde, sin dar más explicaciones.

Estas diferencias tienen su historia. En 1993, cuando los hermanos Castaño Gil formaron el grupo de los ‘Pepes’, en la guerra contra Pablo Escobar, cooptaron a la banda de La Terraza que, desde entonces, se convirtió en la expresión armada de las autodefensas en la ciudad. Esta banda la dirigía ‘don Berna’, jefe militar y uno de los pocos sobrevivientes del exterminado clan Galeano. Al grupo de ‘don Berna’, quien también es comandante del Bloque Pacífico de las autodefensas, es lo que llaman ‘La Oficina’.

La banda de La Terraza, con complicidad de algunas autoridades, creció en todas las ramas del crimen hasta que osó desafiar a las propias autodefensas. “En algún momento esa banda ya no le copiaba ni a sus jefes y la autodefensa tuvo que actuar”, dice uno de los comandantes. La ofensiva de las autodefensas dejó decenas de muertos entre miembros de La Terraza, pero además produjo hechos graves como las explosiones de los carros bomba en el centro comercial El Tesoro y en el Parque Lleras que, según Castaño, La Terraza activó como retaliación.

Fracasado el modelo de control de la ciudad a través de bandas, el Bloque Metro cambió su estrategia. Ya no se asocian con bandas sino que sus miembros son llevados a entrenamiento militar y a una ‘reeducación’ política en la Escuela Corazón para luego incorporarlos a su estructura militar.

Para ejemplificar ese distanciamiento con la delincuencia, ‘José’ nos cuenta que el primer líder de las autodefensas en la ciudad, conocido como ‘Manuel’, fue ejecutado por su propia organización. Su pecado: tener nexos con sectores del narcotráfico. Explican que el mando de las autodefensas, aunque se siga financiando —como lo reconoce el propio Castaño— con recursos del narcotráfico, procura que sus estructuras estén libres de narcos, para mantener la unidad de mando en la organización.

Recorremos esta zona de montaña, desde donde es inigualable la vista de la ciudad. Cruzando por entre casas humildes nos muestran sitios donde hacen entrenamiento y orden cerrado, otros donde acampan en las noches. Y nos cuentan que “la idea de las autodefensas es que consolidando el poder en una zona se vaya reemplazando la estructura militar por una estructura social”. Por ello dicen que apoyan las acciones comunales, crean grupos juveniles y gestionan, con las autoridades, proyectos productivos para generar empleo y luchar contra la pobreza y la marginación a los que llaman los grandes enemigos del pueblo. No mencionan la ola de desplazamiento interno causada por la lucha entre guerrillas y autodefensas en Medellín que han denunciado organismos de derechos humanos, como ‘La mesa de trabajo por la vida’.

En eso voy pensando mientras descendemos las largas escalinatas que me llevan de regreso a la carretera. Me despido de ‘José’, ‘Hammer’ y ‘Chucho’, y de estos jóvenes ‘paracos’, amables y sonrientes que seguramente están lejos de entender el complejo tinglado de esta guerra.

El viejo Toyota desciende hacia el centro de la ciudad que, en medio de todo, no ha dejado de ser próspera pero vive de espaldas a sí misma.