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VICTORIA POR W.O.

EE.UU. se corrió de una confrontación directa con Colombia en la OEA

15 de febrero de 1988

La primera vez que Carlos Lemos Simmonds se dirigió a la OEA, las cosas fueron muy distintas. Corría el año de 1982, Lemos era canciller y su intervención, que resultó definitiva para que el continente no cerrara filas al lado del gobierno militar argentino en la guerra de las Malvinas, fue interpretada entonces como claramente pro-norteamericana.
Esta vez, el jueves 15 en la tarde, con algunos kilos más y algunos pelos menos, el ahora embajador ante la OEA tomó la palabra para -por primera vez en la historia del país desde la separación de Panamá- plantear un enfrentamiento diplomático con los Estados Unidos. El salón de sesiones estaba repleto: las delegaciones en pleno, los ujieres con trajes recién planchados y gran cantidad de periodistas.
Lemos fue directo al grano. Denunció lo que llamó "trato denigrante" a los viajeros colombianos que han tenido que soportar en los últimos días interminables requisas en los aeropuertos de entrada a Estados Unidos, como respuesta del gobierno de ese país a la puesta en libertad por un juez colombiano del extraditable Jorge Luis Ochoa Vásquez. Pero el embajador no se detuvo ahí. Recalcó que el tráfico de drogas se origina en el "gigantesco mercado, (...) la formidable demanda que se genera fuera de nuestro territorio". Mencionó luego algunas de las cifras de la lucha colombiana contra el narcotráfico.
Habló de capturas de implicados en ese delito, de incautación de armas, de destrucción de plantaciones, hojas, pastas y polvos, y, lo más impresionante de todo, de los colombianos -funcionarios, jueces, periodistas, militares- que han muerto en esta guerra.
En fin, a pesar de que por momentos la enumeración de cifras resultaba enredada, lo cierto es que Lemos se lució. Como remate, el ex canciller leyó un proyecto de resolución, cuya clave estaba en el artículo segundo: "Exhortar al gobierno de los Estados Unidos a que se abstenga de aplicar acciones y medidas discriminatorias contra viajeros y productos de exportación procedentes de Colombia".
La víspera, a las 11 de la mañana, mientras se desarrollaba el coctel de bienvenida de las delegaciones después de las fiestas de fin de año, el número dos de la norteamericana, Richard Price, se había acercado al número dos colombiano, Leopoldo Villar Borda, para comentarle la ya pública iniciativa. "Creo que ustedes no tienen los votos", le dijo con aire de suficiencia. "Esperemos a mañana", se limitó a responder Villar Borda.
"Ellos nunca creyeron que Colombia tuviera los votos -comentó a SEMANA un funcionario colombiano- pero mucho menos creyeron que tuviera el coraje de presentar el proyecto de resolución".
DE TU A TU
Los gringos tenían motivos para pensar así. Acostumbrados a derrotas en el cada vez más inmanejable foro de las Naciones Unidas, donde han tenido que acudir con frecuencia a su derecho al veto, creían en cambio que la OEA seguía siendo casi la misma de siempre: la de la expulsión de Cuba hace más de 25 años y la del debate de las Malvinas en el 82.
Por eso, con mucha calma, el embajador norteamericano Richard McCormack pidió la palabra para responderle a Lemos, quien estaba a sólo 4 puestos del suyo, separados ampos por Costa Rica, Chile y Ecuador.
McCormack, un hombre cercano a los 50 años, 1.95 de estatura y grandes dientes blancos -"el típico american good boy", como lo definió un testigo- trató de explicar las requisas a carga y pasajeros de Colombia, mostrando fotos de droga descubierta en cajas de flores y hablando sin mucho rigor del asalto de los narcotraficantes a la Corte Suprema de Justicia. El embajador norteamericano se defendió bien y creyó dar un golpe maestro al mencionar un editorial de El Espectador y dos columnas de Juan Guillermo Cano y Rafael Santos Calderón, en apoyo de las afirmaciones de su gobierno de que Colombia estaba perdiendo la guerra contra la mafia.
Para rematar, McCormack jugó su carta más importante. No era argumental, sino procedimental. Una carta tan leguleya como las muchas que habían jugado semanas antes en Colombia los abogados de Ochoa para sacarlo de la cárcel. El embajador norteamericano pidió, a sabiendas de que estaba en desventaja, que no se votara la resolución porque el proyecto no había sido entregado con 24 horas de anticipación, como lo exigia un parágrafo del reglamento. Esto no era exacto. El proyecto si había sido entregado con la debida antelación, pero al parecer lo que se había demorado era la traducción por parte de la secretaría.
Después de un receso de 10 minutos en el que se analizó este asunto, intervinieron 16 delegaciones, 13 de las cuales manifestaron su apoyo a Colombia. Este respaldo había comenzado a conquistarse una semana antes, cuando la intensificación de los controles y requisas -y en especial, el vaciado de sacos de café- obligó al canciller Julio Londoño a pedirle a Lemos que se preparara para una posible convocatoria del consejo político de la OEA. Todo comenzó con el grupo de los Ocho y siguió con los demás del Pacto Andino. "Era evidente una conjunción de intereses -dijo a SEMANA un diplomático colombiano-, pues países de regímenes y políticas muy diversas como Panamá, Chile, Nicaragua y Paraguay, coinciden hoy en rechazar las presiones norteamericanas". La situación planteada por Colombia tenía la ventaja de carecer de color político y por eso todos, o casi todos, la respaldaron.
Demostrado su poder, Colombia se aprestó a redondear la faena. Lemos tomó la palabra y le pagó a McCormack con su misma moneda. Citó apartes de un comentario del prestigioso The Washington Post, en el que este diario le recordó al gobierno de Ronald Reagan la misma verdad con que Lemos había iniciado su exposición: que el narcotráfico no se puede combatir si no se reduce el consumo en los Estados Unidos. Con cerca de 20 votos asegurados, lemos cerró con broche de oro al conceder, con gran elegancia, un plazo de 24 horas adicionales para el estudio del proyecto de resolución.
En Colombia, el debate había sido seguido por radio en algunos círculos, como si se tratara del Tour de Francia. La gente, armada de papel y lápiz, hacía cuentas: "Nos faltan dos votos", "hay que ver qué dicen los dominicanos y los hondureños", "¿Cómo se portará El Salvador?". Pero una vez aplazada la sesión, los radios se apagaron y pocos supieron entonces que, a nivel diplomático, la agitación continuaba.
Un avión especial trajo de regreso a Bogotá en medio de la noche, al embajador norteamericano Charles Gillespie, portador de una carta de Reagan al presidente Virgilio Barco. En ella era evidente un cambio de actitud, decidido a última hora por Washington. Con esa noticia se despertaron el viernes los colombianos y el sabor a victoria comenzó a sentirse.
POR LAS BUENAS
El gobierno de Reagan había comprendido que arriesgaba una derrota política de implicaciones difíciles de calcular. "Decidieron salvar del ahogado el sombrero", comentó a SEMANA un alto funcionario en Bogotá. En Washington, Lemos fue invitado a reunirse con McCormack para buscar un acuerdo y evitar que se votara el proyecto colombiano. Después de muchas consultas con sus respectivos gobiernos, el acuerdo se consiguió y la sesión de la OEA en la tarde aprobó -con el voto de los Estados Unidos- una resolución en la cual, aparte de las consabidas manifestaciones para aunar esfuerzos contra el narcotráfico, Colombia obtuvo lo que quería: no sólo que le reconocieran el costo que ha pagado en esta guerra, sino que los norteamericanos ofrecieran "seguridades de que su gobierno buscará, como en el pasado, evitar daños o impedimentos a los viajeros y productos procedentes de Colombia. . . "
El éxito colombiano tiene un gran valor en términos diplomáticos y políticos. Además de haberle ganado la partida a los Estados Unidos en un episodio en el que Colombia estaba siendo tratada en forma maniquea e injusta, el triunfo se obtuvo sin que el resultado final dejara un ambiente de malestar en las relaciones entre los dos países. Para Washington, lo sucedido la semana pasada en la OEA debe servir como recordatorio de los nuevos vientos que están soplando al sur del Río Grande. Para Colombia, es de todos modos importante que esta victoria en el terreno de las palabras no haga olvidar la necesidad de nuevos triunfos, esta vez en el terreno de los hechos, en la lucha contra el narcotráfico.