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Los incidentes ocurridos en Cali y en Bogotá no sólo requieren mano fuerte, sino también soluciones integrales para la realidad que viven los jóvenes de las barras

FÚTBOL

Violencia en la tribuna

Los incidentes del clásico caleño de fútbol no se pueden repetir. Es hora de que el Estado tome cartas en el asunto para cortar el problema de raíz.

15 de marzo de 2008

Lo ocurrido en el estadio Pascual Guerrero la semana antepasada, cuando miembros de las barras del América se enfrentaron entre ellas y después con el escuadrón antimotines de la Policía, con resultado de 80 heridos, impresionó a la opinión pública. Incluso el técnico Diego Umaña también dio un mal ejemplo, al propinarle un vergonzoso codazo a su homólogo del Cali.

El hecho cerró una serie de incidentes que desadaptados de varias barras han protagonizado en las últimas semanas y que han demostrado que es necesario crear una política nacional para enfrentar un problema que amenaza con propagarse. Las autoridades, e incluso los directivos del fútbol, han pedido mano dura y han centrado sus esperanzas en dos proyectos que cursan en el Congreso, pero que desafortunadamente tampoco atacan la raíz del problema.

En la víspera de la gresca en Cali, el viernes 6 de marzo, hinchas del Santa Fe apedrearon el bus que llevaba a los jugadores del Once Caldas, que acababan de ganarles como visitantes al cuadro capitalino. Además de los tres puntos del partido, el delantero Edinson Chará se llevó otros seis que le tuvieron que tomar en la herida de su cara.

No queda duda de que el Estado, los gobiernos locales, la Policía, la Fiscalía, las directivas del fútbol, los jugadores y, por supuesto, las mismas barras, deben trabajar en conjunto para que de una vez por todas se imponga el juego limpio en las tribunas. Las propuestas deben ser creativas y adaptables, pues si algo quedó demostrado en Europa después de la tragedia del estadio de Heysel de Bruselas en 1985, cuando murieron 39 personas, es que las barras bravas son un flagelo difícil de controlar.

Para enfrentar el problema en Colombia, es necesario entender el fenómeno. Algunas de las barras bravas nacieron y crecieron en un momento en el que el fútbol estaba en poder del narcotráfico. Jugadores, directivos y ex técnicos dijeron a SEMANA que cuando los hermanos Rodríguez Orejuela consolidaron al América, y Gonzalo Rodríguez Gacha se apoderó de Millonarios, decidieron apoderarse del manejo de las barras. Además de darles entradas y recursos económicos a los 'capos', Gacha y los Rodríguez trajeron miembros de barras argentinas para que les enseñaran lo que ellos hacían. Eso explica, en buena parte, que los cánticos, símbolos y hasta ademanes de estas barras se parezcan a los de Boca, River, Racing o Independiente. Después, en los 90, cuando se generalizaron las transmisiones internacionales del fútbol, los miembros de las barras "tuvimos un referente para repetir", dice un líder de la barra del América.

Además de esa tradición, hay dos factores adicionales que se deben tener en cuenta, según Darwin Torres, de la Fundación Juan Manuel Bermúdez Nieto, que ha logrado reunir 18 de las 23 barras del país. El primero es que las barras son un reflejo de la realidad que viven los jóvenes del país, con sus escasos recursos, difícil acceso al estudio y al trabajo y la convivencia en barrios controlados por bandas y drogas.

El segundo es que afortunadamente muchos de los integrantes de La Guardia de Santa Fe y los Comandos Azules de Millos están replanteando su papel. Para estos jóvenes, el tiempo de las barras bravas terminó y es hora del barrismo social, que reconoce el liderazgo positivo, pero que no se ha podido consolidar debido a la falta de apoyo de los equipos, directivos del fútbol y del Estado.

Es claro que el fútbol es incapaz de controlar por sus propios medios, tal y como lo ha demostrado frente a la propiedad y el manejo económico de los clubes, las barras. Sólo el Estado, con unión con el fútbol, puede infiltrar, intervenir, seguir y desmantelar las bandas delincuenciales que están incrustadas en las barras. No es un secreto que el negocio de las drogas, el manejo de boletas y recursos que los equipos dan a las barras no están en las mejores manos. Es el momento para que el Estado se meta a la cancha y a las tribunas, antes de que el tiempo se le agote.