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Los presidentes Rafael Correa y Álvaro Uribe se dieron la mano en la cumbre del Grupo de Rio en Santo Domingo en marzo. Pero era evidente la animosidad entre los dos mandatarios

POLÍTICA EXTERIOR

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La tan mentada diplomacia presidencial ya no da los frutos esperados como lo demuestran las relaciones actuales con Estados Unidos, Venezuela y Ecuador.

13 de diciembre de 2008

Durante seis años, el mejor amigo extranjero del presidente Álvaro Uribe era su colega George Walker Bush. Y el sentimiento era mutuo: "My good friend", repetía una y otra vez el mandatario estadounidense al referirse al colombiano. Esa amistad era el pilar sobre el cual se construyó la relación entre los dos países. Y funcionó hasta cuando el partido de Bush perdió sus mayorías en el Congreso en noviembre de 2006. Allí quedó claro que el tablero de política exterior tenía dos patas y cuando la visión de los demócratas y los republicanos sobre Colombia era divergente. Parafraseando a Abraham Lincoln: "Una casa dividida contra sí misma no se puede sostener". Así se empezó a derrumbar el presunto consenso bipartidista que tanto pregonaba el gobierno y a desmitificar las supuestas ventajas que representaba para Colombia que el inquilino de la Casa Blanca pensara que Uribe era un bacán.

Dos hechos este año mostraron el craso error de jugársela toda por Bush. Contra el evidente interés de largo plazo de Colombia, el Presidente estadounidense intentó embutirle a las malas el TLC al Congreso. Obviamente, la presidenta de la Cámara, Nancy Pelosi, no se iba a dejar amedrentar por el mandatario más impopular en la historia de Estados Unidos. El segundo hecho se presentó en vivo y en directo frente a más de 60 millones de estadounidenses durante el tercer debate televisivo de la campaña. Cuando le preguntaron al candidato Barack Obama qué opinaba sobre el TLC, dijo "allí asesinan a sindicalistas". No es una buena señal que el top of mind del futuro Presidente de Estados Unidos acerca de Colombia sea algo tan escabroso.

Estados Unidos no es el único país donde el gobierno colombiano ha apostado todos sus intereses nacionales en función de la química presidencial. Con Venezuela, curiosamente, ocurre lo mismo. Por mucho tiempo, se habló de las buenas migas entre Hugo Chávez y Uribe. Que podían tener visiones diametralmente opuestas, pero los dos mandatarios tenían no sé qué, que garantizaba la armonía entre los dos países. Pero cuando entraron en crisis las relaciones entre las dos naciones, primero en noviembre de 2007 y luego en enero y marzo de 2008, de nada sirvió ese vínculo afectivo. Hubo riesgo incluso de una escaramuza armada en la frontera.

Al romperse el vínculo afectivo y personal de los presidentes, quedó al descubierto lo frágiles que verdaderamente eran las relaciones colombo-venezolanas. Por eso ni la reconciliación pública en la cumbre del Grupo de Rio en Santo Domingo ni las declaraciones de los presidentes de que se "pasó la página" generan credibilidad.

Con Ecuador la animosidad entre Rafael Correa y Uribe tiene a los dos países vecinos inmersos en la peor crisis diplomática de la historia. Correa no le perdona al Presidente colombiano haber ordenado el ataque contra el campamento del jefe guerrillero 'Raúl Reyes' sin consultarle, y haberle mentido en los días siguientes sobre los detalles del operativo. Uribe sigue pensando que Colombia estaba en todo su derecho y que Correa no es serio. Y ambos mandatarios exhiben una altísima sensibilidad a lo que diga el otro. Por eso, Uribe boicoteó la reciente cumbre de la Comunidad Andina y por eso, el gobierno ecuatoriano cita las declaraciones de funcionarios colombianos para justificar el congelamiento.

Los ejemplos de Bush, Chávez y Correa ilustran las trampas inherentes a delegar toda la responsabilidad de las relaciones entre países a los Presidentes. Precisamente, las embajadas y las cancillerías existen para servir de amortiguadores y evitar que las cosas se salgan de madre. Porque cuando el asunto llega a los jefes de Estado, ya no hay reversazo posible.