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Voz dura, corazón sensible

No le fue bien al presidente Álvaro Uribe con su llamada a 'RCN'. Su emotividad y su hipersensibilidad a la crítica lo dejaron mal parado.

25 de abril de 2004

No tiene antecedentes en Colombia que el Presidente haga una llamada telefónica para interrumpir un programa de radio. El pasado martes, después de que el senador Héctor Elí Rojas acusó al aire a Uribe de estar haciendo nombramientos diplomáticos con criterios clientelistas, el jefe de Estado protagonizó el espectáculo insólito de justificar, uno a uno, los controvertidos nombramientos.

Aunque en las encuestas le fue bien al Presidente en este episodio, ante la opinión calificada le fue mal. Las denuncias del senador no tenían mayor fundamento. No tiene nada de irregular ni de grave hacer algunos nombramientos diplomáticos con criterio político. Con frecuencia esas designaciones son mejores que las que produce la carrera diplomática. Pesos pesados como Noemí Sanín y Fabio Valencia tienen mucha más capacidad de gestión que un funcionario de carrera. Además, no es posible excluir del servicio exterior a unas personas por el simple hecho de ser parientes de políticos si la ley no lo prohíbe.

Aun aceptando que algunos nombramientos tuvieran algún criterio político, es innegable que el gobierno de Álvaro Uribe es el que menos burocracia ha repartido con criterios electoreros en la historia.

A pesar de todo lo anterior, el ganador del mano a mano fue el senador. En la vida, el que se controla siempre le gana al descontrolado. En este caso, el que se salió de casillas fue el jefe de Estado, que llegó a llamar al senador "mañoso". Rojas, que era un parlamentario relativamente desconocido, no sólo quedó convertido en interlocutor del Presidente, sino en un caballero responsable y respetuoso, capaz de poner la otra mejilla. En respuesta a la andanada presidencial, el senador contestó: "Yo le agradezco el agravio, porque viniendo de un Presidente, no es ningún honor, pero tampoco me exalta el ánimo para contestárselo", ante lo cual el jefe de Estado tuvo que retractarse por haberlo calificado de "mañoso".

Esta no es la primera vez que Uribe se desboca verbalmente y que se tiene que echar para atrás. Lo mismo pasó cuando el año pasado le dijo al representante Germán Varón "manzanillo perfumado" y poco después lo tuvo que invitar a Palacio para tomarse el tinto de la paz.

De todas estas 'metidas de pata' temperamentales, tal vez la menos justificada y la más torpe fue la que cometió con el ex presidente Andrés Pastrana, en la misma llamada telefónica a RCN. Sin que viniera al caso, Uribe arremetió contra su antecesor afirmando que su oposición a la reelección era por animadversión personal contra él.

Esa era una pelea mal casada. Hasta donde se sabe, Andrés era pastranista pero no antiuribista. Había tenido un disgusto con Uribe porque no le había promovido a general a su protegido y ex jefe del DAS, el coronel Germán Jaramillo. Pero fuera de eso, había sido un ex presidente formal y discreto, y le había dado una mano en Europa.

Las críticas de Pastrana a la reelección las comparte gran parte de la clase dirigente colombiana y no significan hacerle oposición al gobierno, como parece creerlo el Presidente. Echarle vainas en público a Pastrana, quien puede inclinar la balanza en cualquier decisión parlamentaria, es un acto de torpeza política. El ex presidente, al igual que Héctor Elí Rojas, quedó bien ante la opinión pública en una carta muy hábil dirigida al senador Carlos Holguín en la cual se mostró magnánimo, comprensivo y respetuoso.

Este mano a mano también lo perdió el Presidente. Aunque tenía razón cuando afirmó que había tratado muy bien a su antecesor, este buen trato se opacó con la bronca al aire.

Fuera de lo anecdótico de estos episodios, no deja de ser preocupante que el Presidente sea tan sensible a cualquier posición que no concuerde exactamente con la suya. Muchas de las cosas que lo indignan no son ni siquiera críticas a su gestión sino simples diferencias de opinión. Si así son sus rabietas antes de que comience el primero de los ocho debates que se necesitan para que la reelección sea realidad, ¿cómo serán sus reacciones ante los inevitables altibajos que aún le faltan al proceso? Y más preocupante aún, ¿si el jefe del Estado muestra ese grado de intolerancia a los 18 meses de haberse posesionado, cómo será cuando lleve siete u ocho años en el trono en la eventualidad de que sea reelegido?