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VUELVE Y JUEGA

Por enésima vez la guerrilla acude al terrorismo para presionar el diálogo.

23 de noviembre de 1992

LA SEMANA PASADAS 12 BUSES fueron incendiados en Bogotá por fracciones urbanas de la Coordinadora Guerrillera, se produjo un atentado con dinamita delante de las instalaciones de la Empresa de Teléfonos del Chicó, y otro petardo explotó frente al Cade de Ciudad Tunal. En Cundinamarca, varias poblaciones fueron asediadas por la guerrilla. El Casanare quedó incomunicado por la voladura de las instalaciones de Telecom en Yopal. En Arauca el transporte prácticamente quedó paralizado por presiones de la guerrilla a las empresas del sector y fue secuestrado un bus que llevaba 34 pasajeros. En Santander, los alzados en armas incineraron un helicóptero que estaba al servicio de una compañía petrolera, y uno de los puentes sobre el río Chirabo fue dinamitado. En Ocaña, el ELN secuestró al gerente y a tres empleados más del Banco Cafetero. En el Cesar, la guerrilla dinamitó por tercera vez un peaje situado a pocos kilómetros de Valledupar. En el Valle, la destrucción de un acueducto dejó sin agua potable a más de 3.000 familias. Los Llanos tampoco escaparon a la arremetida subversiva: un retén instalado en la vía Bogotá-Villavicencio paralizó el tráfico durante varias horas.
Lo curioso es que todo esto aconteció precisamente durante la semana que se había previsto para la reanudación de las negociaciones de Tlaxcala. Sin embargo, la actitud de la Coordinadora Guerrillera durante las rondas de Caracas y de México y su comportamiento a lo largo de los últimos seis meses, han hecho que la reanudación de los diálogos de paz sea, por decir lo menos, impensable. El diálogo no condujo a ningún resultado distinto de indignar a la opinión pública que fue testigo una y otra vez de que a la generosidad del Gobierno, la Coordinadora respondió con el cinismo de más terrorismo, más secuestros y más exigencias.
Por ello mismo, la arremetida de ataques guerrilleros de la semana pasada, que en otros tiempos hubiera desencadenado de inmediato solicitudes de diálogo por parte de diferentes sectores, no ha suscitado en esta oportunidad el menor afán de regresar a la mesa de conversaciones. Desde el punto de vista del Gobierno, existen más razones que el solo desgaste del esquema de la negociación, para descartar en estos momentos la reanudación del dlálogo. Como aseguró a SEMANA el ministro de Defensa Rafael Pardo al comentar la escalada de los últimos días, el Gobierno es "consciente de que estos lamentables sucesos producen un gran impacto en la opinión, pero objetivamente hablando, las quemas de camiones y el bloqueo momentáneo de carreteras, más que éxitos militares son golpes de opinión".
La realidad de las cifras parece demostrar no solo que los recientes ataques no son militarmente significativos, sino que si se hace un balance de los resultados de la guerra este año, las conclusiones no son precisamente las de un avance de la guerrilla. Por una parte, la iniciativa de las Fuerzas Armadas en el combate ha aumentado de manera considerable, tanto que por primera vez en muchos años, son más los enfrentamientos que la fuerza pública ha buscado que aquellos a los cuales ha respondido por un ataque inicial de los alzados en armas. Como le dijo a SEMANA un funcionario gubernamental vinculado a los temas de seguridad "esto es muy importante, porque se están dando más combates cuando el Ejército escoge el momento, que cuando lo escoge la guerrilla, y eso implica que las condiciones del enfrentamiento son mejores para nosotros que para el enemigo".
Pero no sólo en materia de combates ha habido cambios. En cuanto a la prevención de actos terroristas, asoman ya algunas novedades positivas. Entre el primero de enero y el 30 de septiembre, las Fuerzas Armadas han develado e impedido 1.353 atentados dinamiteros y 88 tomas y asaltos a poblaciones. Esto quiere decir que es más lo que se ha prevenido que lo que se le ha permitido a los guerrilleros, y aunque éstos siguen manteniendo una gran capacidad de sorprender a los uniformados, la verdad es que si se comparan las cifras del 92 con las del 91, los actos terroristas se han reducido en un 60 por ciento.
Por eso mismo parece ser que la guerrilla quiso iniciar su ofensiva de octubre con un estilo diferente, que introdujera en la discusión un nuevo elemento: la capacidad de la guerrilla de movilizar campesinos. Sin embargo, y a pesar de que la Coordinadora quiso aprovechar en esta ocasión las protestas de algunos sectores rurales contra la celebración del Quinto Centenario, la movilización resultó definitivamente limitada. Y como el mecanismo de las marchas campesinas no logró paralizar las carreteras, los guerrilleros tuvieron que acudir al viejo y desgastado sistema de pincharle las llantas a decenas de camiones, buses y tractomulas, que si bien generó caos, no indicó precisamente que la guerrilla tuviera a los campesinos de su parte.
Pero a pesar de que el Gobierno puede tener razón acerca de las limitaciones de los recientes ataques guerrilleros, lo cierto es que la sensación reinante en el país es la de que la actual ofensiva es una nueva muestra del poderio guerrillero. Y como las guerras no sólo se ganan en el campo de batalla sino también en los titulares, es vidente que el Gobierno tiene que hacer un gran esfuerzo por lograr éxitos en ambos campos: el militar y el de opinión.
Para ello, tan importante como los éxitos militares y el mantenimiento de la iniciativa por parte del Ejército, es que el Gobierno, con el Presidente a la cabeza, asuma todo el liderazgo necesario y ante todo descarte el diálogo corto y a mediano plazo, pues de lo contrario una vez más el país tendrá la presión de que se ha cedido ante la presión terrorista.
Otra razón para mantener la negativa al diálogo es que, a juzgar por lo que ha sucedido en el pasado, cuando como ahora, la mayoría de los frentes guerrilleros se activan y asoman la cabeza, la respuesta militar suele ser muy costosa para los subversivos. Lo que la guerrilla busca siempre es atacar de manera sostenida hasta que se pactan las bases de una nueva ronda de conversaciones, luego de lo cual los alzados en armas vuelven a esconderse en la selva y las montañas, dejando la impresión de que han ganado la batalla.
Si ese ciclo se rompe en esta ocasión, es decir si se descarta el diálogo, se le estará dando a las Fuerzas Armadas la oportunidad y el tiempo suficientes para responder, teniendo como nunca en el pasado, un presupuesto amplio y una renovada capacidad de combate gracias a las nuevas brigadas móviles y a la multiplicación de los grupos de soldados profesionales contraguerrilleros. Desde el punto de vista político, el Gobierno tampoco parece tener alternativa: tras la crisis de liderazgo que resultó de la fuga de Pablo Escobar, el único camino que puede recorrer es el de mostrarse duro y apostarle, tras 10 años de fracasos en la búsqueda de una salida política con las Farc y el ELN, a una victoria, aunque sea parcial, en el campo militar.