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'WATERGATE ME SALTO A LA CARA'

El legendario editor de 'The Washington Post , Ben Bradlee, cuenta en su biografia 'A Good Life', publicada hace unas semanas en Estados Unidos, cómo vivió los primeros y los últimos días del escandalo de Watergate.

18 de diciembre de 1995

ALGUNOS ARTICULOS PERIODISTICOS SON difíciles de encontrar, generalmente porque las pistas están escondidas o disfrazadas. Por accidente o deliberadamente. Otros artículos le saltan a usted en la cara. Como Watergate por ejemplo.
Cinco hombres en traje de negocios, que hablaban sólo español, con gafas oscuras y guantes de cirugía, con sus bolsillos llenos de billetes nuevecitos de 100 dólares, cargando plumafuentes con gas paralizante, cámaras de fotografía, walkie talkies, pasada la medianoche en la sede del Comité Nacional Demócrata -DNC-.
Los mejores periodistas del mundo podrían ser perdonados por no darse cuenta de que este era el comienzo de un melodramático escándalo político, sin paralelo en la historia de Estados Unidos, que terminaría con la renuncia de un desprestigiado presidente y el encarcelamiento de más de 40 personas, incluyendo el fiscal general de Estados Unidos, el chief of staff de la Casa Blanca, el consejero de la casa Blanca y el jefe de consejería doméstica del presidente.
Pero usted tendría que ser Richard Nixon para poder decir que aquí no había una historia.
The Washington Post se puso a la cabeza de la cobertura informativa en la mañana del 17 de junio de 1972, gracias a Joe Califano, que había sido asistente especial del presidente Johnson, consejero entonces del Washington Post y del Partido Demócrata.
Califano llamó esa mañana a Howard Simons, el jefe de redacción del Post, para contarle que cinco hombres se habían metido en las oficinas del DNC unas horas antes y que serían presentados en un juzgado para instruirlos de cargos. Yo estaba pasando el fin de semana en West Virginia, donde el teléfono no funcionaba, pero Simons llamó a Harry Rosenfeld, el editor metropolitano, y Rosenfeld llamó a Barry Sussman, el editor de la ciudad. Sussman, todavía en la cama, llamó a dos reporteros, hasta que encontró a alguien que pudiera saber qué diablos estaba pasando. Los dos reporteros escogidos por Rosenfeld y Sussman hacían parte de la sección local.
Ellos eran Al Lewis, el típico redactor judicial, que ha querido a los policías más que a los civiles durante casi 50 años, y Bob Woodward, un ex teniente de la Marina y uno de los jovencitos nuevos en la nómina, que había impresionado a todos con sus habilidades para encontrar reportajes en cualquier lugar que lo enviaran.
Lewis llegó a la escena del robo en compañía del jefe encargado de la policía abriéndose paso entre los reporteros que habían sido aguantados por los policías. Pasó todo el día llamando a la sección de locales con todas las informaciones básicas. Woodward se fue a cubrir la audiencia judicial. Estaba sentado en la primera banca (¿dónde más?), desde donde escuchó a James McCord Jr. decir en voz baja "CIA", cuando un funcionario le preguntó qué tipo de trabajo había tenido en el gobierno.

¡BINGO!
No hay tres letras en el idioma inglés, arregladas en ese orden particular y mencionadas en circunstancias similares, que puedan contraer más rápido el esfínter de un reportero que C-I-A.
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Seis semanas después del asalto a la sede del Partido Demócrata, buscábamos en todas partes cualquier información que pudiera dar alguna luz, sin percatarnos de que estábamos frente a un encubrimiento masivo orquestado por la Casa Blanca. Teníamos la historia, sabíamos que estaba ahí, pero éramos incapaces de describir lo que era, habíamos encontrado lo que parecían ser las piezas del rompecabezas pero no podíamos ver, si es que se podía, cómo cazaban. Bernstein finalmente trajo un poco de claridad con un artículo publicado el primero de agosto acerca del origen del dinero que tenían en su poder los asaltantes de Watergate cuando fueron arrestados. Fue extremadamente importante esta información. "Cherchez la femme", es un buen consejo para los periodistas investigadores. "Sigan el dinero", es un consejo aún mejor.
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Al principio la Casa Blanca contraatacó tratando de burlarse del asalto a Watergate calificándolo de un robo de tercera categoría, y rechazando las versiones de los periódicos. El senador de Kansas Bob Dole, entonces presidente del Comité del Partido Republicano, jugó el papel de líder pit bull, acusando al Post de estar bajo las órdenes del candidato demócrata George McGovern, que competía con Nixon. Ron Ziegler, el jefe de prensa de la Casa Blanca, aparecía regularmente en las noticias de la noche para negar todo y expresar su "horror" por el "burdo periodismo" que estaba practicando el Post.

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Palabras de John Mitchel, el jefe de campaña del Comité para la Reelección de Nixon, luego de una llamada de Bernstein para leerle parte de un artículo de Watergate sobre fondos secretos:
"Toda esa basura que ustedes están publicando. Todo ha sido negado. A Katie Graham (editora del Post) se le va a atascar una teta en un rodillo de secar ropa si publica eso. Por Dios, esa es la cosa más insana que yo he escuchado. .. cuando todo esto pase vamos a hacer una historia sobre ustedes". (Meses después del incidente, un ortodoncista de la editora fabricó un minirrodillo en forma de prendedor para el pelo con todos sus elementos, incluyendo la manija. Graham se lo puso varias veces para ir al periódico)
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Reacción de la Casa Blanca ante uno de los artículos más demoledores del escándalo de Watergate publicados por el Postel 10 de octubre de 1972: "El artículo es una colección de absurdos".

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A medida que nos acercábamos a Nixon me había vuelto más y más cauteloso. Esta vez con Simons, Sussman y Rosenfeld actuábamos como fiscales de Woodward y Bernstein, exigiendo el significado de cada palabra, lo que cada fuente había dicho en respuesta a qué preguntas. No el sentido general sino las palabras exactas.
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Cón pocas excepciones (la revista Time, Los Angeles Times y The New York Times que publicaban algo de vez en cuando), la prensa estaba concentrada en la contienda política entre Nixon y McGovern, aparentemente conforme con dejarnos a nosotros solos y esperar a ver "con qué salen los tipos", como me dijo una vez un editor. Esto era profundamente decepcionante.

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Tras bambalinas, y sin que los directivos del Post lo supieran durante mucho tiempo, Nixon personalmente, Haldeman y otros, estaban preparando una dura venganza contra el periódico. "El 'Post' va a tener terribles problemas", dijo Nixon de acuerdo con las transcripciones del presidente de conversaciones preelectorales que tuvo con personas de su entorno.

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(En octubre, el Washington Post publicó un artículo que dejó mal parado al periódico. En el artículo se afirmaba que un abogado del Departamento de Justicia había sido llamado ante un gran jurado para declarar sobre los fondos secretos. El abogado sabía de los fondos secretos pero no había sido todavía llamado a declarar. Las consecuencias del desliz periodístico las relata así Bradlee)
Con el rabo entre las piernas y mi enfado retumbando en sus oídos, Bernstein y Woodward empezaron a reconstruir todo el proceso para saber qué había resultado mal. Queríamos 'ganar' sin saber en qué se puede convertir la victoria.
"Después de nuestro 'error' de octubre 25, Woodward, Bernstein y el resto de nosotros desaparecimos en un hueco negro, donde no podíamos hablar con nadie y donde no podíamos ni oler un artículo". Al mismo tiempo, los republicanos y algunos periodistas le decían a todo el mundo "tan pronto como se acabaron las elecciones, el 'Post' no encuentra sobre qué escribir".
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Las cosas cambiaron cuando el juez que investigaba el caso, John Sirica, dictó sentencia en marzo de 1973 contra los asaltantes de Watergate y leyó una carta de McCord en la que éste confesaba que él y su familia habían sido amenazados y que en el juicio se habían dado falsos testimonios. McCord aseguraba que otras personas involucradas en Watergate no habían sido llamadas a juicio.
"La represa de Watergate estaba a punto de explotar. Los cargos eran devastadores y venían de una de las personas involucradas en el asalto. Era un técnico de carrera, no un espía de trucos sucios...
"Por primera vez, realmente, sentí en lo más profundo que íbamos a ganar. Y ganar significaría toda la verdad. Toda. No tenía idea de cómo saldría, pero ya no creía que Watergate terminaría en un empate. Mi gran temor siempre había sido que todo hubiera terminado con 'The Washington Post' y los demás chicos buenos diciendo que todo fue una terrible conspiración, y la Casa Blanca asegurando que eso era la prensa y la política. Ahora sabía que iba a haber un ganador. Y sabía que no iba a ser el presidente o la pandilla de la Casa Blanca".

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El aire estaba impregnado de mentiras y el presidente era el líder de los mentirosos. En abril de 1973 Nixon dijo que él había "comenzado nuevas e intensas pesquisas". Eso era una mentira. En la misma declaración dijo que condenaba "cualquier intento de encubrimiento en este caso, no importa quien estuviera involucrado". Esa era otra mentira. El mismo estaba dirigiendo el encubrimiento de Watergate.
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Henry Kissinger contribuyó también al esfuerzo de restarle importancia a Watergate diciendo que la nación tenía que decidir si continuaba en "una orgía de recriminaciones" sugiriendo que la nación estaría mejor si se olvidara de Watergate.

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El 30 de abril, cuando el presidente intentaba una vez más congraciarse con la gente, decía: "Para mí la manera más fácil sería culpar a aquellos a quienes he delegado la responsabilidad de dirigir la campaña, pero esa sería una manera muy cobarde".

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Pasamos el tiempo confiados en que este era el gran escándalo político de nuestro tiempo, y todavía no sabíamos la mitad del mismo.
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Abril de 1973 fue probablemente el peor mes de la Casa Blanca. Una encuesta del The Wall Street Journal mostraba que la mayoría de los estadounidenses creían que el presidente sabía del encubrimiento.
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El escándalo de Watergate no tenía fondo. Cuando los problemas golpean a Washington, los veteranos saben que la recuperación no es posible hasta que se conozca lo peor, hasta que se toque fondo, el punto después del cual nada peor puede ocurrir. Pero no había fondo en Watergate y la Casa Blanca estaba trabajando horas extras para lograr que ninguno de nosotros lo encontrara.
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La Comisión Erwin abrió sus audiencias el 17 de mayo. Archibal Cox fue nombrado fiscal especial al día siguiente, y el 22 de mayo el presidente dio una vez más otra versión de su participación, una declaración de 4.000 palabras que contenía más mentiras que información.