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...Y llegó la candidata

Sus primeras palabras cuando abrazó la libertad reflejan la dimensión política de Ingrid. Ya tiene un programa de gobierno de 190 puntos que elaboró en cautiverio. Su popularidad, la dignidad que mostró y su inteligencia la convierten en una gran líder.

28 de junio de 2008

Con Íngrid Betancourt se dio un fenómeno singular. Cuando los guerrilleros se la llevaron para lo profundo de la selva, su popularidad estaba en el piso, apenas el 24 por ciento de imagen favorable, y ahora regresa con índices de popularidad del 71 por ciento, sólo superados por los del presidente Álvaro Uribe.

No es gratuito. Íngrid se convirtió, para los colombianos, en un símbolo de la resistencia del ser humano frente a la brutalidad del secuestro. Dicho de otra manera, una mujer, en apariencia frágil, demostraba que ni toda la artillería de la Farc, ni su soberbia, ni su crueldad eran capaces de derrotar la dignidad.

La fotografía que le tomaron el 24 de octubre del año pasado, como parte del paquete de pruebas de vida que las Farc le enviaron al presidente Hugo Chávez, lo decía casi todo. Una de las mujeres más combativas que ha conocido el país se veía sola e indefensa en medio de la selva. Estaba tan delgada, que ya no parecía poder perder un gramo más y se había dejado crecer tanto el pelo, que hacía recordar imágenes de mártires. Y -tal vez lo más importante de todo su 'mensaje'- clavó la mirada en el piso en señal de protesta y no quiso pronunciar una sola palabra. Hasta en el peor momento, Íngrid daba una señal de que las Farc no la habían doblegado. De que no había dado su brazo a torcer.

En esa misma fecha, Íngrid escribió una carta de una lucidez conmovedora. Más que un mensaje de un secuestrado, era toda una proclama política. Decía, por ejemplo, "En Colombia todavía tenemos que pensar de dónde venimos, quiénes somos y a dónde queremos ir. Yo aspiro a que algún día tengamos esa sed de grandeza que hace surgir a los pueblos de la nada hacia el Sol".

La fotografía y la carta que llegaron desde la selva le dieron la vuelta al mundo. Se convirtió en un símbolo del calvario de los secuestrados, y en el motor para la histórica marcha del pasado 4 de febrero, en Colombia y otros 150 países, contra las Farc.

Quienes regresaron del secuestro antes que ella contaron de sus "hazañas". Y en el famoso computador de 'Raúl Reyes' también se encontraron huellas de su entereza: "Hasta donde conozco, esta señora es de temperamento volcánico, es grosera y provocadora con los guerrilleros encargados de cuidarla", les decía 'Reyes' a sus compañeros del Secretariado.

Íngrid, además, intentó fugarse más de cuatro veces en los dos primeros años. Pero su anhelo de libertad se convirtió en su peor castigo. Después de la última fuga que intentó con Luis Eladio Pérez, ya en 2007, de la que se devolvieron por problemas de salud del ex congresista, le pusieron cadenas en el cuello. Muchos otros, en esas circunstancias, ya habrían doblegado su rebeldía. Pero Íngrid no. Ella pataleó. No estaba dispuesta a dejarse poner las cadenas. Y tuvieron que golpearla para dominarla.

¿Qué tan bien le puede ir?

Nadie duda que Íngrid Betancourt se va a lanzar a la Presidencia. O si se quiere, a volver a conectarse con la campaña que había dejado empezada el 23 de febrero de 2002, cuando la secuestraron.

Eso lo dejaron claro quienes compartieron más tiempo con ella en el cautiverio. Ni por un momento dejó a un lado su interés por la política. "Me decía que aún quería ser presidente de Colombia", escribió el subintendente John Frank Pinchao en su libro, luego de su fuga en abril de 2007.

Íngrid diseñó un programa de gobierno de 190 puntos, el cual no sólo discutía muchas tardes con Luis Eladio Pérez después de la clase de francés, sino que le contó a Pinchao.

Además de lo básico que debe tener cualquier programa de gobierno -educación gratuita y una Colombia mejor y más participativa-, en su programa tiene la idea de construir un tren de gran velocidad (como los TGV de Europa) para unir el sur con el norte del país, una ciudad en el Magdalena Medio, al estilo Brasilia, para darles cabida y posibilidades de desarrollo a todos los desplazados, el metro para Bogotá y convertir Ciudad Bolívar en un lugar turístico.

A casi dos años de las próximas elecciones, Íngrid sin duda arranca la carrera con una buena ventaja.

"Indudablemente será una jugadora de primera línea -dice Jorge Londoño, presidente de Invamer Gallup-. Es un personaje con un reconocimiento altísimo. Lo que falta por ver es cómo utiliza ese reconocimiento en libertad".

La experiencia reciente ha mostrado que la opinión pública en Colombia es agradecida con los secuestrados que logran su libertad y se meten en la arena política. Por ejemplo, el caso del canciller, Fernando Araújo, quien en los dos años que lleva en libertad, y tras el nombramiento como ministro, aumentó su popularidad del 26 al 44 por ciento.

De todas maneras manejar las expectativas de una opinión pública puede no ser fácil y en buena parte dependerá de cuáles son los temas que se posicionan como prioritarios en la agenda del país de cara a las elecciones.

Sin el tema es el de la seguridad y de la guerra, sin duda, el hoy ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, tiene una buena ventaja sobre el resto de los candidatos. Pero si la guerra se da por superada, o por lo menos se siente la necesidad de dar un paso hacia la reconciliación y de superar la crisis humanitaria, sin duda Íngrid podría encarnar mejor ese mensaje. En uno y otro rubro de la opinión son muchos otros los candidatos que entran a competir.

En sus primeras declaraciones, si bien no lo dijo tajantemente, dio a entender que la candidatura está en sus planes. "Sólo Dios sabe". Y alcanzó a dar puntadas políticas: dijo que la reelección de Uribe había sido un golpe para las Farc, pero, a renglón seguido, señaló que eso no quiere decir que esté de acuerdo con todo lo que ha hecho el Presidente.

De cualquier manera, y es toda una paradoja, el hombre que tuvo un papel protagónico en su liberación, el ministro Juan Manuel Santos, se podría convertir en uno de sus más duros rivales en la contienda electoral.