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YO PARO, TU PARAS

A menos de un año de la elección de alcaldes, los paros cívicos se incrementan dramáticamente

6 de julio de 1987

Son muchos los colombianos que creen que la última vez que los nariñenses protestaron, por algo, fue a principios del siglo pasado, cuando todavía no se llamaban nariñenses y se opusieron tercamente al hombre que luego les daría su gentilicio. Según cuenta la historia, el general Antonio Nariño, Precursor de la Independencia, tuvo precisamente que conformarse con ser sólo eso, precursor, porque la mayoría de los habitantes de la región se negó a prestarle su apoyo en la lucha contra los españoles.
El jueves y viernes de la semana pasada, después de anunciarlo a los cuatro vientos y de exponer detalladamente los motivos (malos servicios públicos, malas carreteras, mala distribución de tierras), dirigentes populares que surgieron de sindicatos, gremios y juntas de acción comunal, organizaron agitadas jornadas de protesta. Estas incluyeron el ataque con piedras y bombas incendiarias contra la Alcaldía de Pasto, el bloqueo de todas las carreteras con cordones humanos y barricadas y la toma de la Plaza de Nariño para un desfile de pancartas y oradores improvisados, y determinaron la detención de por lo menos 30 personas.
No era esta la primera vez, en lo que va corrido del año, que un departamento tradicionalmente conformista organizaba un paro cívico. Una semana antes, el Chocó, el mismo que casi deja "enganchado" al joven periodista Gabriel García Márquez en los años cincuenta, cuando viajó como enviado especial de El Espectador a cubrir un paro que terminó organizando él mismo, ese mismo Chocó, había marcado la pauta. En jornadas similares a las de Nariño--que tuvieron, eso sí, un saldo rojo de un muerto y varios heridos--, los chocoanos decidieron exigir, como dijera a SEMANA una fuente gubernamental, "todo, porque prácticamente no han tenido ni tienen nada".
Pero la sorpresa de la gente no para en que esos departamentos --y muchas otras regiones--le hayan cogido el gusto a este tipo de protestas, que los han sacado de las escondidas páginas nacionales a la primera página de los periódicos. Sin duda alguna, la sorpresa mayor ha sido frente a la actitud del gobierno del presidente Virgilio Barco. En un país acostumbrado a responder a estas manifestaciones exclusivas con la fuerza pública y con discursos presidenciales televisados a toda la nación, el hecho de que esta vez--aunque la fuerza pública no ha estado ausente-las medidas represivas hayan venido acompañadas del envío de comisiones de alto nivel (generalmente encabezadas por el asesor presidencial Carlos Ossa Escobar), para negociar las exigencias de los parados, resulta definitivamente novedoso.
Y también inexplicable para aquellos--casi todos los colombianos- acostumbrados a no hacerle caso a los discursos de campaña electoral o de posesión presidencial. Porque la verdad es que el presidente Barco, en un planteamiento que ha reiterado en varias oportunidades, dijo en su discurso de posesión: "He pedido al pueblo (...) que tome parte activa en la vida pública del país. Esta no es, como muchos temen, una apelación al desorden. Por el contrario, tengo inmensa confianza en mi pueblo. Por ello puedo demandarle que, ordenadamente, se movilice en defensa de sus propios intereses". Y esto es lo que ha ocurrido. No tan ordenadamente como quería Barco, pero eso se debe a la gravedad de los problemas.
Esta tendencia a justificar los paros cívicos y demás protestas populares no se limita al primer mandatario.
Sectores reconocidos como más bien de derecha, como el diario El Siglo o el columnista de El Tiempo Ayatollah (Rafael Santos), han dejado a un lado la tradicional actitud de rechazar de plano estas manifestaciones. En editorial de junio 4, El Siglo culpó del paro del Chocó al clientelismo liberal que "no tiene empeño distinto al de disponer a su antojo de la burocracia que consume cuanto recurso fiscal se ponga a su alcance". Ayatollah, por su parte, escribió el domingo 31 que los paros cívicos se muestran "como la única manera de que las autoridades atiendan las necesidades primarias de los gobernados". Todo esto redondeado a mediados de la semana por las declaraciones del consejero Ossa Escobar en Bucaramanga, donde dijo que "al gobierno de Virgilio Barco no le asustan estas manifestaciones del pueblo (...),al contrario, las permite para demostrar su receptividad frente a las quejas de la gente...".

LA BOLA DE NIEVE: Pero lo nuevo de todo esto es la actitud del gobierno y de la opinión pública. Los paros, en cambio, son un mecanismo viejo que lo único que ha hecho en los últimos años es engranarse y ensancharse. El primero, de gran importancia, fueron las jornadas de mayo de 1957, que determinaron la caída del poder del general Gustavo Rojas Pinilla.

Desde entonces y hasta fines de 1970, según datos de un estudio realizado por la fundación Foro por Colombia y titulado "Crisis urbana y movimientos cívicos en Colombia", se llevaron a cabo 16 paros cívicos de orden regional, poco más de uno por año. En la siguiente década, los paros se multiplicaron en forma dramática.
Entre 1971 y 1980, se produjeron 128 regionales o locales.

¿Por qué este crecimiento tan desenfrenado de la protesta regional? Según los investigadores de la fundación, la centralización administrativa y financiera que se acentuó en el país con los gobiernos del Frente Nacional, que condujo a un fortalecimiento del poder ejecutivo (ejercido por y desde Bogotá) y a una decadencia paralela del poder legislativo (que debía representar a las regiones), determinó además que el poder central disponga de más del 85% de los ingresos tributarios, lo que sólo ha venido a transformarse con las recientes reformas administrativas que buscan complementar el proceso de descentralización iniciado con la aprobación de la elección popular de los alcaldes.
Aparte de lo anterior, agrega d estudio, en las últimas dos décadas el pais ha visto cómo sus habitantes se concentran cada vez más en las areas urbanas y el campo va siendo abandonado. Este proceso de urbanización--que ya había arrancado con los períodos de violencia de mitad del siglo--marcó también un crecimiento considerable de la clase obrera y de su capacidad de protesta.
En los ochenta los paros crecieron aún más. Bajo el gobierno de Belisario Betancur, y según una investigación del padre Javier Giraldo S.J. que será publicada por el Cinep, se presentaron 94 paros cívicos locales o regionales, lo que da una frecuencia sorprendente de 2.02 por mes. Durante los-10 meses que lleva este gobierno, los paros van ya por 25, aumentando el promedio de Betancur, pues esto indica que bajo Barco ha habido 2.5 paros por mes.

De todos modos, no se puede negar que otro de los motivos del constante aumento de los paros es la movilización política que sectores de izquierda --particularmente la Unión Patriótica--han venido generando, sobre todo en las regiones donde tienen gran influencia. El paro del nororiente del país, que se preparaba al cierre de esta edición, parecía tener esencialmente ese carácter, como lo señaló el gobierno.
Pero, independientemente de lo anterior, resultaría absurdo explicar todas estas movilizaciones exclusivamente como resultado de una estrategia electoral de la UP con miras a la elección de alcaldes. Incluso allí donde esto pueda estar pasando, pasa precisamente porque hay un excelente caldo de cultivo: problemas en los servicios públicos, nula inversión social, etc.
Claro que la perspectiva de la elección de alcaldes tiene mucho que ver con todo esto. Y no sólo desde el lado de la UP. Como le dijera a SEMANA un vocero del Palacio de Nariño, "ahora los dirigentes municipales de los partidos tradicionales han comprendido que no pueden dejarle a la UP la exdusividad de refrendar y movilizar mayorías para protestar, y como consecuencia de esto ha habido paros en Boyacá, Chocó, Nariño, etc., regiones donde el poder de la UP es muy bajo o nulo". El vocero agregó que, en una reciente visita a una de las zonas conflictivas, pudo comprobar que los lideres de los paros son en general gente joven, vinculada de alguna manera a los partidos tradicionales, que han roto con sus jefes y caciques; sienten que ya no los necesitan--los culpan incluso de lo que ha pasado--y se están preparando para buscar un triunfo local en las elecciones del próximo año, triunfo imposible de obtener si ahora no se convierten en los líderes e intérpretes de la insatisfacción.
Por todo lo anterior, lo que viene de aqui hasta la elección de alcaldes es un año difícil y definitivo. Motivos para protestar sobran y van a ser la gasolina que impulse la entrada en vigor de uno de los más importantes cambios en la historia política del país. Porque cuando comience a funcionar y sea puesto a prueba este nuevo engranaje de los municipios fortalecidos, política, administrativa y financieramente (las posibilidades de¡ invertir en obras de un alcalde van a ser muy superiores a las actuales), resultará cada vez más dificil exigirle al gobierno central esas obras, y la gente tendrá que Pedirle resultados a quien haya salido elegido. Eso explica un poco los cheques en blanco que el consejero Ossa ha girado en el diálogo con los.parados en varias regiones del país: la administración central sabe que tendrá que comenzar a cumplir con algunos de los compromisos; pero que serán los alcaldes, elegidos el próximo año, los que deberan--con sus fondos para entonces menos escasos--invertir lo mejor posible para no sa derribados a sombrerazos. --