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Flagelantes, una historia escrita con sangre

José Luis Sarmiento es un celador tomasino, quien lleva 20 de sus 34 años viviendo en Venezuela y trabajando como celador de un edificio. Cada año recorre 1.118 Km. y 24 horas de camino desde Caracas, Venezuela para cumplir la promesa de flagelante hecha en nombre de su sobrino hace 9 años.

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Flagelantes, una historia escrita con sangre

Cada Viernes Santo el municipio de Santo Tomás se levanta temprano. Desde las 5:30 de la mañana esta población del Oriente del departamento del Atlántico prepara misas, procesiones y obras de teatro para lo que es uno de los días más concurridos del año.

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Flagelantes, una historia escrita con sangre

Un flagelante termina su recorrido arrodillándose frente a la cruz, en su espalda se pintan ríos de sangre que se funden en las telas blancas de su vestimenta. El dolor causado solo es superado por la satisfacción del deber cumplido esperado no volver a sentirse en esas condiciones hasta el próximo viernes santo.

Foto: Charlie Cordero /
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El terreno cambia al llegar al último tramo del recorrido. La Calle de la Ciénaga antiguamente era polvorosa. Actualmente luce pavimentada. La gran dificultad para los flagelantes es la inclinación. En la imagen José Luis Sarmiento, quien se acerca al final.

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Un flagelante exhausto cae, sus amigos, familiares y hasta el público lo animan a levantarse. Intenta sacar fuerzas de cualquier forma para cumplir con su “manda”.

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Al llegar a la cruz, los flagelantes son curados. Normalmente además de rociarle alcohol en las cortadas o incisiones se aplican romero y se vendan. Muchos de ellos minutos más tarde continúan su jornada de manera normal compartiendo en las terrazas de sus casas con amigos y familiares.

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Jorge Emilio Daza celebra haber terminado el recorrido arrodillándose frente de su sobria de 7 años, motivo de su manda. La madre de Yelineth quiere que su padre termine con esta práctica y dice que Yenileth no lo entiende y por el contrario se asusta al ver a su tío en esas condiciones.

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Jorge Emilio Ariza es un vendedor de mangos de 59 años, durante 28 años ininterrumpidos cumple “mandas” por diferentes favores recibidos por parte del Señor de los Milagros. Diez años después de haberlo dejado prepara sus ropas para retomar esta práctica. Esta vez lo hace por su nieta Yelineth Diaz de 7 años.

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Al final de la calle de la ciénaga, a unos metros de la iglesia y de la plaza de San Tomás se encuentra “la cruz”. Este lugar es el punto final del recorrido hecho por cada flagelante que empieza 3 kilómetros atrás en el llamado Caño de las palomas.

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Cada flagelante tiene que detenerse en diferentes puntos o estaciones durante el recorrido. Allí rezan 9 credos arrodillados. El recorrido de cada flagelante desde el punto de partida puede durar hasta 2 horas.

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Los flagelantes van normalmente acompañados por amigos y familiares, sin embargo, alguien está encargado de rociar alcohol constantemente sobre la espalda baja para evitar infecciones por los azotes recibidos por “la disciplina”, que está compuesto por una cabuya con bolas de cera.

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El recorrido se hace descalzo, con sol de mediodía que en este municipio del Atlántico puede llegar a los 45°; el terreno es en su mayoría tierra y pasto por lo cual hay alguien supervisando cada paso que da el flagelante para evitar cortadas en los pies o espinas.

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Esta es la mano del “enfermero”, una persona encargada de hacer pequeñas incisiones en la parte baja de la espalda donde se acumula la inflamación y la sangre, de esta manera evitan posibles infecciones. Estos cortes los hacen con una cuchilla previamente bañada con alcohol.

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Llegando al final del recorrido muchos de los flagelantes parecen desfallecer, el cansancio acumulado por los golpes y el recorrido sumado a la ingesta de alcohol (no en todos los casos) convierte los últimos metros en verdaderos desafíos. Todos quieren llegar a la cruz, mientras el público anima.

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