Para Andrés Galvis esta temporada decembrina ha sido una de las más pesadas de su vida. Desde que el chikungunya se convirtió en epidemia en Cúcuta, el jefe de urgencias del Hospital Erasmo Meoz no ha descansado. Se dobla en turnos y cuando le va bien tiene 15 minutos al mediodía para comer algo. El virus pegó tan fuerte que en ese hospital, el más grande de la capital, las consultas de urgencias subieron de 900 a 2.200 mensuales en los niños y de 2.000 a 3.000 en los adultos. Como si fuera poco, 90 enfermeras han estado incapacitadas por cuenta de la enfermedad y Galvis no pudo encontrarles reemplazo. Tan solo pudo conseguir tres médicos generales y un pediatra más para atender la crisis.
Más de 12.000 personas han sufrido de este virus en Cúcuta. La capital de Norte de Santander es la más afectada del país, seguida de Cartagena con 10.357 casos. Aunque chikungunya suena como a un homenaje al recién fallecido Chespirito, la verdad es que es una enfermedad de mucho cuidado. Tiene algunos elementos similares al dengue, y aunque en principio no es mortal, si se presenta en pacientes vulnerables (como niños, ancianos o personas con cáncer o VIH) puede costarles la vida.
SEMANA recorrió Cúcuta la semana pasada para seguir los rastros del chicungunya. En la ciudad no hay persona que no se sienta vulnerable a la picadura del mosquito. Todos los habitantes tienen un familiar que ha sufrido del mal, una teoría de cómo el virus llegó a la ciudad y múltiples recetas para combatirlo. Como los primeros dos pacientes diagnosticados con ese virus eran del estado Táchira (Venezuela) en las calles hay quienes aseguran que la dolencia es parte de un experimento del vecino país que bombardeó las nubes con ese mal. Lo mismo pasa con los remedios. En cada droguería, taxi o esquina recetan agua de mango, soda con leche condensada y cualquier tipo de menjurje para hacerle frente al dolor.
La verdad es que el responsable de la dolencia no es Nicolás Maduro sino un mosquito conocido científicamente como Aedes albopictus. Es el vector de la enfermedad y se reproduce en los pozos de agua, por ejemplo en llantas, tanques y charcos. Apenas se necesitan tres días para que sus larvas se conviertan en adultos, por eso la tarea de limpieza es fundamental, pero titánica.
Una vez el insecto pica a su víctima el virus dura una semana en incubación. Al cumplirse ese tiempo la persona empieza a sentir una maluquera insufrible: dolores articulares, fiebre y un brote por todo el cuerpo. La recuperación tarda de tres a cinco días, pero a quienes les va mal pueden permanecer con algunos síntomas hasta dos años. La enfermedad es tan molesta que a eso se debe su nombre. Chikungunya significa “doblarse por el dolor” en la lengua africana makonde de Tanzania, donde se presentó por primera vez en 1952.
Ramiro Jaimes Leal es una de las víctimas de chikungunya. El joven de 32 años lleva todo el día sentado al lado de una cuna en un pasillo del hospital en donde está Alejandra, su bebé de menos de 1 mes de nacida. A sus otros dos hijos, Edison y Mabel, también les picó el “bicho” y su esposa se encuentra interna en el quinto piso del mismo hospital con el mismo pronóstico. “Solo falta que me dé a mí. Estoy esperando el golpe”, dice resignado.
A Jaimes le fue mal, porque el 98 por ciento de los pacientes que sufren de esto apenas necesitan atención ambulatoria. Como para el virus no hay vacuna ni medicamentos, lo único que pueden hacer los pacientes es tomar mucha agua y acetaminofén para el dolor, mientras esperan a que simplemente pase. El caso de los niños menores de 1 año es más grave porque, como son más débiles, los síntomas son peores y hay que hospitalizarlos. De hecho, unos han desarrollado úlceras en la piel muy profundas y por eso sus casos han sido remitidos a Bogotá.
Pero a la mayoría de los cucuteños les ha tocado pasar esa peste en casa. Los servicios de urgencias colapsaron por el aumento vertiginoso de los pacientes con chikungunya. Por esa razón, las EPS no están haciéndole el examen de sangre que prueba su existencia, sino que envían de inmediato al paciente a recuperarse en su hogar. Esto ha provocado una ola de incapacidades que tiene en jaque a la industria.
“El chikungunya nos cogió por sorpresa en la temporada del año en que más se trabaja”, sostiene Gustavo Mejía, gerente del Grupo Nova, uno de los más prestigiosos empresarios de la región. En su empresa, dedicada a confeccionar calzado, el 10 por ciento de los trabajadores se han incapacitado. Se considera de buenas, pues según él, en otras industrias el promedio ha sido del 20 por ciento. “Nos ha llamado la atención que el mayor porcentaje de consultas se ha dado en personas en edad productiva que han ido al hospital en busca de una incapacidad”, sostiene la secretaria de Salud, Deisy Astrid Machuca.
A eso se suma una nefasta noticia para los cucuteños en época decembrina. Las miles de personas que adquirieron el virus no podrán tomar ni una gota de alcohol en estas fiestas. Se considera que el trago está contraindicado para un tratamiento efectivo. Por eso, toda la ciudad tiene plantadas sus esperanzas en la visita de los ministros de Salud, Alejandro Gaviria, y del Interior, Juan Fernando Cristo. Como este último es oriundo de Cúcuta, las autoridades municipales esperan que el gobierno extienda un paquete de ayudas a la región.
Para el alcalde Donamaris Ramírez-París, la ciudad es víctima de mala propaganda. Reconoce que sí hay casos de chikungunya pero asegura que la epidemia está “controlada” y que la “percepción de muchos ciudadanos es exagerada para hacer daño”. Ramírez-París dice que ha hecho lo posible para mitigar los impactos del virus. Declaró la alerta amarilla para poder contratar de forma más expedita. Así consiguió a 1.500 personas para que ayudaran a la limpieza de tanques y compró máquinas adicionales para fumigar. También cuenta que le ha pedido al gobierno nacional fumigaciones aéreas, sin mayor éxito. Sin embargo, la mayoría de habitantes culpan a su administración de haber comenzado tarde esa labor.
Al mandatario le parece injusta toda la mala prensa que le ha caído a su ciudad. “A mí me han llamado muchas personas a decirme que no van a Cúcuta por el chikungunya. Nos está pasando lo mismo que cuando los extranjeros no venían a Colombia porque creían que había un guerrillero disparando desde cada árbol”, dice indignado. Lo que más le molesta, no obstante, es la ciudad de la frontera que alguna vez fue bautizada con el glamuroso apodo de ‘Cúcuta Mediterránea’, ahora no es más que ‘Chikun-Cúcuta’ en todos los grafitis de las calles.