CAMILO CUERVO DÍAZ

No más eufemismos: ¡Es teletrabajo!

Llegada la pandemia en marzo de este año se requerían salidas rápidas y de emergencia. En ese momento era claro que forzar a trabajadores y empleadores a implementar, en un par de semanas, un complejo esquema de teletrabajo no solo era insensato, sino imposible.

Camilo Cuervo, Camilo Cuervo
9 de octubre de 2020

En esos días de incertidumbre y ansiedad, el Gobierno se vio obligado a reaccionar, principalmente con circulares del Ministerio del Trabajo, ante una encrucijada insalvable: enviar a todos a las casas para cuidarnos o mantener abierta la economía repitiendo la triste historia de España e Italia. Esos países que en población son similares a Colombia, en unas pocas semanas alcanzaron un número de muertos que nosotros nos demoramos más de nueve meses en padecer adoptando una medida básica, pero muy eficiente: encerrarnos para evitar que el sistema de salud colapsara.

Muchas empresas y actividades se paralizaron, pero muchas otras pudieron seguir funcionando al permitir que sus trabajadores laboraran desde sus casas. Para lograr ese objetivo la única alternativa era echar mano de una excepción del teletrabajo, inexplorada y que no tenía mayor regulación, el trabajo en casa.

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Esa excepción de trabajo en casa fue pensada hace varios años para establecer que laborar unas pocas horas o días desde la casa, de forma absolutamente excepcional, no debería implicar la modificación de las condiciones de trabajo, es decir, no se asumía como teletrabajo.

Ahora bien, lo que se pensó que iba a durar 15 días lleva siete meses y nadie, ni el más optimista, hoy piensa en alcanzar la “normalidad” de febrero, por lo menos no en los próximos meses, incluso tampoco en los siguientes años.

Muchas empresas han descubierto, obligadas por las circunstancias, que trabajar desde las casas es mucho más eficiente, reduce costos fijos y que ese tiempo que duramos desplazándonos puede utilizarse para otras cosas. Muchos, entre los que me incluyo, descubrimos que, con algo de orden y disciplina, se puede trabajar, economizar recursos y compatibilizar la vida familiar con las actividades laborales.

Si esa es la realidad, ¿será prudente seguir pensando que estamos ante una “excepción” y seguir asumiendo que se trata de “trabajo en casa”?... ¿No va siendo hora de afrontar la realidad y decirnos la verdad? … ¿Será que llegó el momento de reconocer que somos teletrabajadores desde hace varios meses?

Muchos han salido a proponer cambios normativos lamentándose de la falta de regulación. Sin embargo, olvidan que en Colombia tenemos normas para regular el teletrabajo desde hace más de 12 años y que esas normas han sido reglamentadas con relativo éxito, por lo menos hasta el momento en que llegó la pandemia.

Lo cierto es que normas existen (Ley 1221 de 2008), pero pocos gustan de ellas porque se pretende que la gente trabaje sin ir a la oficina, pero que nada cambie. Antes de la emergencia esas normas no afectaban a nadie, porque nadie las usaba, sin embargo, ahí están y en lugar de cambiarlas, deberíamos aplicarlas.

La regulación del teletrabajo es clara en materia de horarios y de jornadas de trabajo, también lo es en cuanto al suministro de herramientas y de conectividad como responsabilidad del empleador. Se trata de una norma que garantiza la igualdad de trato y de beneficios, por ende, no se entiende por qué causa tanta resistencia aceptar que esa norma puede regular totalmente nuestro nuevo estilo de vida.

Nuestra legislación asimila al teletrabajador, en la práctica, a los trabajadores de confianza y eso no nos gusta. A los empleadores les cuesta creer que una persona puede cumplir con sus deberes sin tener a un jefe encima; privilegiamos las “horas de trabajo” sobre las horas de productividad. Creemos que, si no fuimos a la oficina, ese día no fue tan “productivo”; nos medimos por las horas de reunión y no por los resultados concretos de esas reuniones.

Desde pequeño entendí que la única forma de aprender a montar en bicicleta es montando en bicicleta y que parte del aprendizaje era caerse. Hoy de grande, como en muchas otras cosas, entiendo que la única forma de aprender a teletrabajar es teletrabajando y que probablemente se cometerán errores que tarde o temprano nos demostrarán las virtudes de esa alternativa de trabajo.

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Aprender demanda el deseo de hacerlo, los empleadores tienen la mayor responsabilidad, pero los trabajadores también tienen que poner de su parte. Así como no podemos pretender montar una “oficina remota” en un apartamento de 50 metros donde el trabajador convive con otras cuatro personas, tampoco podemos sentarnos a esperar que la empresa le solucione todo al trabajador incluyendo el cuidado de sus hijos y de sus mascotas. En divergencias tan básicas como esas, la solución es simple: sentido común, confianza y mente abierta para adaptarse.

Creo que debemos dejar de engañarnos, todos, trabajadores y empleadores. Hace meses estamos teletrabajando, ya es hora de aceptarlo y reconocerlo. Es el momento de regularizar lo que venimos haciendo, más no de regular, porque reglas es lo que sobra, lo que nos falta es tomar la decisión de cumplirlas.