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columna del lector

Detrás de su tajada del pastel

Martes 02. Thilo Hanisch Luque, historiador y lector de SEMANA.COM, analiza la conveniencia de la ampliación del consejo de seguridad de la ONU. ¿Sería bueno que Japón, por ejemplo, tuviera derecho al veto?

Thilo Hanisch Luque*
30 de julio de 2005

Siguiendo la lógica de la dinámica en los poderes mundiales económicos y militares emergentes, algunos países, todos muy importantes por cierto, aspiran a lograr un escaño permanente en el consejo de seguridad de las Naciones Unidas. Alemania, India, Brasil y Japón son los principales promotores de la ampliación del Consejo de Seguridad en el número de países integrantes a un total de 25, con catorce miembros no permanentes.

A primera vista parece más que justo que el poder político supremo de las cinco naciones actuales que ostentan el título de permanentes compartan el escenario geopolítico con más naciones, tanto permanentes como no permanentes. Estamos acostumbrados a la idea de que la democracia representativa es contradictoria con la idea de una representación mundial tan pobre en lo cuantitativo, considerando que tan sólo quince naciones tienen una injerencia abrumadora sobre el resto del mundo. A primera instancia este número no es "representativo". Además los países aspirantes al puesto permanente son potencias económicas y militares emergentes.

Y quizás por eso mismo, y en consonancia con la historia contemporánea reciente, el análisis debiera partir de lo cualitativo. Veamos los candidatos uno por uno :

Alemania. Algunas veces denominada el "motor económico" de la Unión Europea. ¿Sería bueno para la estabilidad del pacto económico y político europeo una Alemania decidida a intervenir cada vez más en la estabilidad política y militar europea? A la luz de los hechos de la segunda guerra mundial, la sociedad alemana no parece un buen candidato.

El fantasma del neofascismo representado en una sociedad lamentablemente entregada a la xenofobia, a pesar de múltiples intentos de redención, tanto económicos como simbólicos, no han convencido a la comunidad mundial de que se trate de un problema superado. A pesar de que la xenofobia no es un problema sólo alemán, pero por desgracia constituye un legado histórico.

Es por lo demás débil el argumento del gobierno germánico para justificar su aspiración, en el sentido de que invoca su creciente participación en operaciones de pacificación, como en Afganistán, para demostrar su liderazgo internacional, como si estuvieran "cobrando el favor". Si ello fuera un argumento válido, a Colombia tendrían que elegirla también por su participación en la Guerra de Corea y las fuerzas de la ONU en el Sinaí.

Japón. Otra incuestionable potencia económica. ¿Sus archirivales? Nada más ni nada menos que Rusia y China. Con el primero tiene litigios territoriales, y con el segundo ¿qué no tiene? Pésima idea darle poder de veto a esta nación. ¿Qué puede hacer una nación enfrentada a otra, teniendo ambas derecho de veto?

Brasil. Mismo problema, pero amenazando a todos sus vecinos. Adicionando el ingrediente de la inestabilidad política de nuestra región. Muy tentador sería para Lula Da silva intercambiar con Hugo Chávez, por ejemplo, vetos o no vetos en detrimento de sus vecinos a cambio de petróleo. A propósito, Colombia es uno de esos vecinos.

India. Potencia nuclear. Está en un equilibrio estratégico con Paquistán, que de perderse, podría iniciar la tercera guerra mundial. La peor idea de todas. Vecino de China, por cierto.

Algunos dirán, y no sin justa razón, ¿no abusan los miembros permanentes actuales de su poder, y de su derecho al veto? La respuesta es: claro que sí. ¿Y no ha tenido dicho abuso consecuencias catastróficas? De nuevo, sí.

Y por ende, imagínese cuánto desequilibrio adicional generaría esta reforma.

Entonces, ¿no debe reformarse la ONU? Claro que si debe reformarse. Pero los problemas básicos mundiales no son de linderos geopolíticos, ni siquiera religiosos. Son económicos, y han redundado en la injusticia social, y el poder de negociación del tercer mundo para lidiar con estos males no se va a incrementar por una repartición de poderes. Las nuevas potencias en cuestión sólo quieren su tajada del pastel, y no necesariamente una distribución equitativa de todo el pastel entre los ciudadanos del mundo.

Es como la parcelación de una finca, hasta reducirla a niveles más improductivos aún, y lo que es más grave, una mayor dificultad para conciliar las voluntades de los nuevos y múltiples dueños, que muy en el fondo, le apuestan a la ruina de su vecino para luego adquirir su parte y volver a crecer y a "unificar la tierrita", valiéndose con dicho fin de los servicios de sus humildes y abnegados "peones", o sea, nosotros. Mejor es un patrón malo conocido que bueno por conocer.

* Licenciado Filosofía e Historia