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columna del lector

Educación, empleo y clase empresarial

Jueves 13. Luis Javier Mejía Maya, Ph.D en economía, explica por qué esperar que las universidades eduquen a empresarios en lugar de empleados va en contravía de la realidad colombiana.

Luis Javier Mejía Maya, Ph.D.*
9 de enero de 2005

En su columna titulada "Flaco Servicio", publicada en Vanguardia Liberal de diciembre 2, 2004 el Dr. Eduardo Pilonieta, colega y amigo desde los días en que estudiamos en el Externado de Colombia, notable jurista y ameno comentarista de temas de interés, llama a juicio a la universidad colombiana por lo que él considera un sesgo hacia la preparación de empleados con detrimento de la formación de hombres de empresa. Su tesis central se encuentra en el párrafo que dice: "Colombia tiene candidatos a empleados en cantidades que sobrepasan la oferta de mano de obra asalariada; en cambio, carece de profesionales capaces de generar su propia empresa jalonando de esa manera el desarrollo social". En mi opinión su llamado, sin duda inspirado en lo que él considera conveniente al bien común, es válido como un deseo de buena voluntad y una meta que podríamos señalarnos para el futuro inmediato, pero hay circunstancias de la vida social contemporánea que pueden temperar el entusiasmo del lector atento. Como lo explicó Adam Smith, el espíritu empresarial en una economía capitalista (en un ambiente intelectual tan polarizado por conceptos políticos mal entendidos y peor aplicados a la cosa pública como lo es el colombiano, no sobra anotar que Adam Smith es el pensador inglés que describió originalmente y de manera insuperable las características sociales del capitalismo económico)nace de la codicia y ambición de las personas que participan en la vida económica de la sociedad. Conviene también dejar claro que la codicia y la ambición en economía, en sociología y en historia son características del ser humano que se mencionan sin connotación moral; son simplemente eficientes si operan dentro de parámetros socialmente aceptados y benefician el interés colectivo del momento, o ineficientes si van en contravía de dicho interés colectivo. La idea de la mano invisible que popularizó Smith fue una alegoría para explicar intuitiva y poéticamente la observación que hizo de que la ambición y la codicia de todos los empresarios juntos servía de dinamo a la actividad económica y de límite a los excesos en que cada uno de ellos podría incurrir al perseguir sus propios intereses. El juego que la codicia y la ambición tienen en la vida social, agrego yo, varía con el momento histórico y con el sistema económico predominante. Ese juego es más libre en el sistema capitalista, más limitado en el sistema socialista, y teóricamente inexistente en el sistema comunista. Y digo teóricamente porque el 'hombre nuevo' que los revolucionarios comunistas quisieron crear nunca se logró y la codicia y ambición tuvieron su "cancha" de juego en el gobierno y el partido de gobierno en lugar de tenerlo en el mundo privado de los negocios. Existen, por supuesto, otras motivaciones para el espíritu empresarial, tales como el ánimo filantrópico, el deseo de desarrollar los talentos propios, la necesidad de crearse otras oportunidades de ingreso, pero estas motivaciones no se ponen muy en evidencia en las asociaciones de hombres de negocios. Esta introducción la hago con el propósito de dejar claro que en Colombia hay existencias de codicia y ambición, y aún de talento y filantropía, suficientes para generar ejércitos de empresarios. Lo que sucedería si las condiciones sociales y económicas del mundo contemporáneo fueran propicias. Existen, sin embargo, dificultades para generar un chorro sostenido de pequeños empresarios. Tenemos que partir del reconocimiento de un supuesto económico básico: los recursos productivos disponibles para la actividad económica son limitados. Una de las implicaciones más importantes de esta limitación fue identificada por Gandhi cuando, casi que casualmente, anotó que en el mundo había recursos suficientes para satisfacer la necesidad de todos pero no para satisfacer la codicia de todos. La otra dificultad la señaló Karl Marx (cuyas contribuciones a la economía y la sociología quedaron muy comprometidas por el fracaso de sus discípulos en el poder; algo que no le ha pasado a las contribuciones de Jesús y Mahoma a la moral y la espiritualidad a pesar de fracasos todavía más rotundos y duraderos de sus discípulos) en su descripción del proceso de la acumulación de la riqueza. Nuestros contemporáneos, temerosos de la identificación popular de marxismo y comunismo, cuando hablan de estas cosas prefieren referirse al efecto bola de nieve de la riqueza ya existente en manos de un individuo, conglomerado empresarial o clase social. Cualquiera que sea el caso, existe una propensión a la acumulación de riqueza en pocas manos, lo que implica un cierto darwinismo crudo y salvaje en el mundo empresarial pero que es muy real en el mundo globalizado en que operan las corporaciones multinacionales y en el cual la competencia por recursos y mercados solo tolera la supervivencia de los mas capaces y recursivos. A menos que cambiemos el paradigma social y moral que están imponiendo las corporaciones multinacionales, el futuro para la gran mayoría de la humanidad es el de vivir de empleados y el futuro de las pequeñas empresas va a ser uno de dependencia y sumisión con respecto a las grandes empresas, similar en todo a la del empleado individual, como lo muestra, por ejemplo, la relación que los fabricantes de automóviles han impuesto a sus proveedores de partes, piezas y componentes. Por supuesto, habrá campo para pequeñas empresas, pero estas no serán tan numerosas ni tendrán una participación en las cuentas nacionales de la economía similar a la que tienen hoy en día o han tenido en el pasado o continuarán teniendo en países insuficientemente integrados a la economía global. En mi opinión, para volver al tema del Dr. E. Pilonieta, la educación a todo nivel podría tener dos fines paralelos: la capacitación del individuo en el uso de habilidades, conocimientos y artes útiles a la sociedad, y la formación de una mentalidad crítica que le permita a la persona entender cuáles son las bases del contrato social que forma su entorno (esto es lo mismo que la cultura y los valores predominantes) y cuál es su capacidad de acción para mejorar o empeorar ese entorno. * Doctor en derecho del Externado de Colombia, Master en administración internacional de la Gavin School of International Management (AGSIM) y Doctor en economía de Fordham University.