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columna del lector

El fútbol da guayabo

Viernes 14. Jorge Alberto Parra , lector de SEMANA.COM, extraña las épocas en las que un partido de fútbol era "un espectáculo gallardo donde jóvenes, viejos, señoras y niños iban a divertirse".

Jorge Alberto Parra Neira
3 de diciembre de 2005

Es lunes por la mañana suena el despertador y cuando la conciencia aparece con el primer resplandor del día, siento una resaca y un sentimiento de frustración... ¿guayabo? Sí. Pero cómo, si hace semanas que no arrimo por los predios de Baco. ¡Ah ya me acordé!, tengo un sentimiento de opresión y tristeza, pues por primera vez en la historia de nuestra capital se jugó, sin la presencia del público, el tradicional clásico capitalino, entre el 13 veces coronado y nunca bien ponderado Millonarios y el solo seis veces glorioso Santa Fé (me perdonan pero el hincha no es objetivo y si no pregúntenle a D'artagnan y a Daniel Samper Pizano, porque primero fueron Hinchas Azul y Rojo respectivamente y luego columnistas). Pero si el fútbol es solo un juego ¿porqué me siento mal ? Luego del tinto mañanero y la cabalgata deportiva de las 7 de la mañana, entro a la ducha y el agua me aclara el por qué de mi estado de ánimo: ayer, mientras escuchaba el clásico en la radio -que no es lo mismo- afloraron muchos recuerdos de aquellas famosas idas al estadio El Campín. Fui un afortunado, pues a hombros de mi papá el primer partido de fútbol profesional que presencié, por allá en el año 65 o 66, fue un amistoso entre el Santos de Pelé y Millonarios. Hasta ese entonces mis ídolos futbolísticos de carne y hueso eran los créditos locales del municipio de Chía. Después de ese partido, mis íconos deportivos se apartaron de mi efímero sentimiento de patria chica sabanera, se globalizaron - para usar un término de moda - y convirtieron en los Brand, Ferrero,"Maravillita" Lima, Willington Ortiz y todos los demás que han hecho historia en nuestro fútbol nacional. Fue en ese momento también que definí ser hincha mi equipo para toda la vida., pues uno puede cambiar muchas cosas en la vida, pero nunca sus principios y su equipo de fútbol. Pero independientemente de los personajes, ir a fútbol era todo un programa. Había que concertar el grupo de amigos, no siempre hinchas del mismo equipo, reunir la plata de la boleta e irlas a comprar en la Cigarrería Bucana de la 7ª con 24. El día del partido había que levantarse temprano, ir a misa y alistar las ruanas para el frío, los cojines para la fatiga trasera, la bota sevillana ZZZ repleta de manzanilla y otros líquidos espirituosos, los plásticos por si llovía, el transistor con pilas nuevas y el avío o comilona, que normalmente era llevada en ollas y suplementado con los manjares del Palacio del Colesterol al frente del Estadio. Era todo un paseo de olla. Ya en el Estadio, se observaba casi siempre un buen preliminar y se hacían las pollas futbolísticas, que no se hacían para acertar el marcador o cual equipo era el ganador, porque eso un hincha lo daba por descontado, sino para adivinar que jugador convertía el primer gol, cuál el segundo, hasta llegar a la media docena, que por esa época, era la friolera que casi siempre marcaba mi equipo por partido. El Estadio era el reflejo de un país con diferencias, pero unido en torno a un espectáculo, llegaba la clase alta con boinas, gabardinas inglesas y asientos especiales a las tribunas de occidente, las clases populares a sur o a norte con sus ruanas y radios a todo volumen, los empleados y clase media a oriental, y hasta los niños desfavorecidos económicamente entraban gratis a la tribuna de "gorriones". No existían sitios especiales para barras, cada quien hinchaba por quien quisiera. El momento máximo era la salida de los equipos, para ser aplaudidos o abucheados, pero nada más. El himno de Colombia no se cantaba, se gritaba y se cerraba con un viva a su equipo del alma. En juegos internacionales el himno del equipo visitante era saludado gentilmente con pañuelos. Cada jugada emotiva era una exclamación y cada gol era toda una locura colectiva, pero desde el puesto y sin avalanchas. La víctima máxima de la furia pública era el árbitro y se le expresaba con silbatinas, papas criollas y tal cual madrazo. El resto era fútbol y al final los irreconciliables hinchas salían abrazados y muchas veces los equipos salían aplaudidos por propios y por extraños. Era un espectáculo gallardo donde jóvenes, viejos, señoras y niños iban a divertirse. Qué épocas tan maravillosas. Pero ese fue un pasado y ahora uno tiene la esperanza que las costumbres, como las sociedades, evolucionen positivamente. Pero para el caso del fútbol no fue así. La última vez que asistí a fútbol, fui con mi hijo y mis sobrinos. Pero quedé solo, pues prefirieron irse a brincar con los "comandos" y a cantarle el "coro celestial" a Henao y a Valentierra. No vi a los cachacos de gabardina y sombrilla, no vi a la gente de ruana y piquete. Ya no dejan entrar radios, las requisas son más exhaustivas que en un aeropuerto. La gente va al estadio como a una guerra: armada y sin saber si vuelve. Las barras de hinchas pasaron a ser pandillas de fanáticos desadaptados, que no respetan ni siquiera a sus compañeros de barra. El fútbol es ahora un pretexto para agredir al rival de palabra y/o de hecho. La salida del Estadio es casi una estampida para ponerse a salvo de esos grupos. Se arriesga y se sufre más que lo que se goza. Y ahora ni siquiera de eso hay posibilidad, pues el espectáculo de las multitudes ya no es para la gente, hay que jugarlo a puerta cerrada ¿No es eso triste? ¿Culpables? Todos, pero en especial una sociedad que ha renunciado a educar en el respeto y se ha convertido en una jungla, donde los jóvenes creen que hay que jugarse la vida, pues no tienen las vivencias del pasado y mucho menos claridad sobre su futuro. Mientras eso no cambie, muchos estadios se cerrarán y luego seguirán otros espacios colectivos, pues esta cultura de la agresión se está trasladando a los colegios, los parques, los establecimientos públicos y las calles, hasta terminar encerrados en nuestras casas presas del temor. No es eso volver a la época de las cavernas? Y usted ¿ no siente guayabo?