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columna del lector

El "reality" de Camila Parker

Leonor Fernández, lectora de SEMANA.COM, lamenta que por cuenta de su matrimonio con el príncipe Carlos, Camila Parker-Bowles este en boca de todo el mundo.

Leonor Fernández Riva
28 de febrero de 2005

En una reciente reunión familiar se presentó una gran polémica entre todos

los asistentes al tocar alguien el tema del anunciado matrimonio del príncipe Carlos de Inglaterra con Camila Parker Bowles.

Los argumentos en contra de los protagonistas fueron vibrantes y hasta crueles: que Camila es una mujer horrible; que está muy vieja; que es inmoral; que no tiene punto de comparación con la desaparecida Lady Di; que Carlos es un pelele ridículo; que cómo puede ser que ahora sea feliz después de haber hecho sufrir tanto a la inolvidable princesa de Gales; que debería haber renunciado a la sucesión porque no merece ser rey, y otras apreciaciones por el estilo en contra de su próximo matrimonio al que desde ya vaticinan un rotundo fracaso.

Es realmente sorprendente observar cómo en pleno siglo XXI algunas personas piensan que los reyes son seres especiales, inmunes a las tentaciones del mundo y de la carne, cuando precisamente las monarquías se caracterizaron siempre por el desenfreno y permisividad de sus costumbres y sólo después de la Revolución Francesa y la posterior caída de los zares aplacaron un tanto sus excentricidades, pero sin lograr aquietarse del todo, como podemos percibir de vez en cuando por los titulares de los periódicos.

Sorprende también, y mucho, que el matrimonio de uno de los miembros de esta clase jurásica en peligro de extinción despierte tanta controversia y apasionamiento cuando lo que "realmente" debería ser cuestionado es que existan todavía monarquías, aunque éstas sean constitucionales como en el caso de la que nos ocupa. Con todo, como veo que el tema apasiona tanto, he abierto un pequeño paréntesis a temas más serios para discurrir un poco sobre este "reality" que según parece ha sido ganado ampliamente por Camila.

Carlos, su principal protagonista, no resultó particularmente favorecido en el reparto de carisma y simpatía. Ni es tampoco, por su apostura y gallardía, el príncipe azul que imaginamos las mujeres en nuestros sueños. Esta carencia de atractivos físicos no deja de tener su importancia en un momento en que se profesa tanta idolatría por la belleza masculina y femenina. Por otra parte, le ha tocado a Carlos, como heredero al trono, desempeñar un papel ambiguo, incómodo y de largo aliento, capacitándose durante toda su vida para ocupara un cargo que la fortaleza y longevidad de su madre tornan cada vez más lejano e improbable. ¿No será que Carlos se cansó de esperar lo inesperado y quiere ahora convertirse en rey aunque solo sea del hogar que piensa formar con Camila Parker?

Me preguntó cuántas veces, en medio de la soledad e inutilidad que han sido sus compañeras más constantes, habrá meditado Carlos lo absurda y limitada que resulta la existencia de un rey en la era moderna. Un poco de molicie y buena vida, es cierto, pero opacadas casi completamente por los indiscretos e incansables paparazzis, que no permiten echarse una canita al aire en completa privacidad. ¡Qué diferencia con algunos de sus brillantes antepasados! Un Enrique VIII, por ejemplo, para quien fue tan fácil prescindir de sus esposas y amantes inoportunas o incómodas y quien tampoco tuvo reparos en mandar al diablo al Jefe de la Iglesia romana cuando desaprobó sus viscerales procedimientos.

Y Camila, ¿será en verdad la retorcida y calculadora mujer que nos han hecho creer? ¿O más bien una mujer admirable, dotada mezquinamente por la naturaleza -eso está a la vista-, pero quizá atractiva, cálida y divertida en la intimidad?

En un documentado artículo publicado en Semana el 12 de febrero del presente, se afirma que Camila "es una mujer inteligente y discreta, carente de toda vanidad personal. Una persona sin pretensiones que se ganó su lugar por ser una buena compañera y a quien, para tranquilidad de Carlos, sus hijos William y Harry aceptan. Que las apariencias engañan y que Diana era una mujer consentida, caprichosa, bulímica, poco inteligente y ante todo insegura, quien compensaba estas deficiencias con el sentimiento de ser una estrella: la mujer más famosa del mundo y que trabajó en ello más que en su matrimonio. Tanto es así que, con tal de destruir a su marido, salió a contar las mutuas infidelidades a los cuatro vientos sin importarle el daño que hacía a sus hijos". Y, agrego yo, que parece disfrutó también, opacando aun más la deslucida figura de su esposo.

Camila es una mujer de cuidado, precisamente porque no ha basado su encanto en el atractivo físico sino en esos detalles imperceptibles que no pueden ser reproducidos en las fotos ni en los videos, pero que son los que unen o separan a las personas. Una lección para nuestra sociedad "ligth" que basa el éxito conyugal y profesional de una persona en su apariencia física y que ha ido, paulatinamente, inculcando a las mujeres rígidos patrones de belleza que deben ser alcanzados a cualquier costo.

Este "reality" ha sido ganado por Camila en justa lid. Todos conocemos el dicho "en la guerra y en el amor todo está permitido". El amor de Carlos y Camila ha sido una carrera de resistencia que ha durado 35 años. La pareja debió superar muchos obstáculos y desaciertos para llegar a este día, pero tal parece que ahora están decididos - hablando en términos "reales"- a "coronar" su relación con todo éxito.

Hay quienes afirman que antes de haber dado este paso Carlos debería haber renunciado a su posible investidura. Discrepo rotundamente, porque no creo que tenga que hacer algo que nadie le ha exigido. De todos modos, si se llegara a presentar esta alternativa, sabríamos cuánto "realmente" vale para el eterno sucesor al trono del Reino Unido su relación con Camila Parker. Pienso que sería maravilloso que nuevamente un rey o cuasi rey renunciara al trono que ha esperado toda su vida, para ser feliz públicamente junto a la mujer que ama.

El tiempo lo dirá. Pero, romántica empedernida, creo que esta vez sí triunfará el amor.