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columna del lector

En defensa de la libertad de prensa

"Es preocupante lo común que se ha vuelto dirimir en las instancias judiciales las discrepancias que una persona o grupo puedan tener frente a las propuestas editoriales de un medio de comunicación", opina Andrés Ramírez a raíz de la posible demanda de un magistrado del Consejo de Estado contra SoHo.

Andrés Ramírez Suárez
30 de julio de 2005

Escribo esta columna después de escuchar en un programa de radio que el magistrado del Concejo de Estado, Alejandro Ordóñez Maldonado, entabló una nueva demanda en contra del director de la revista SoHo, Daniel Samper Ospina, por la publicación del artículo la Pasión de Alejandra Azcárate. En el texto de portada se trató de recrear 'La Última Cena' pintada por Leonardo Da Vinci y varias escenas de la pasión y muerte de Jesucristo.

No pretendo, ni mucho menos, inmiscuirme en el debate moral sobre una posible agresión en contra de la población católica, mayoritaria en Colombia. Seguramente a unos los ofendió y a otros no. Ese no es el punto.

Lo preocupante es lo común que se ha vuelto dirimir en las instancias judiciales las discrepancias que una persona o grupo puedan tener frente a las propuestas editoriales de un medio de comunicación. Es natural y sano que el periodismo incomode y afecte a un sector de la sociedad. Precisamente su función es informar a una mayoría, así se afecten los intereses de una minoría. Por eso creo que la actual proliferación de demandas en contra de medios de comunicación y periodistas se constituye en una forma de presión y coerción a la libertad de prensa.

La nueva ola de demandas no le han caído solo al director de SOHO. El jueves pasado la columnista del Tiempo, Maria Jimena Duzán, tuvo que presentarse en la Fiscalía para responder una demanda entablada en su contra por el cardenal Alfonso López Trujillo. Y el también columnista del Tiempo, Juan Manuel Santos, se encuentra a la espera de otra demanda que han amenazado con interponer los miembros del Consejo de Estado por una reciente columna suya.

Dentro de esta nueva avalancha de querellas se han presentado casos tan sorprendentes y ridículos como la acción judicial interpuesta en contra de los comediantes Tola y Maruja quienes, en un acto de burla ante la situación, subieron de rodillas las escaleras de la fiscalía para pedir perdón.

Pero el tema no sólo se queda en las demandas. La intolerancia de un sector radical frente a los periodistas ha llegado a casos tan repudiables como los recientes anónimos intimidantes que recibió el columnista Daniel Coronell y las amenazas explícitas en contra de los periodistas Hollman Morris y Carlos Lozano, entre muchos otros.

Esta radicalización frente a los medios también se ha vuelto común en otros países. Sino pregúntenle a la periodista Judith Miller del New York Times quien cumple una condena en una cárcel por negarse a revelar una fuente.

El periodismo no se trata de buenos y malos, se trata de contar los hechos como son. Por eso también fue un error estigmatizar a Yamid Amat por entrevistar recientemente a un terrorista de las Farc. Esta radicalización frente a los medios de comunicación lo único que genera es una mayor intolerancia frente a la opinión ajena.

Volviendo al caso de la revista SoHo, me pregunto si no fue suficiente la conciliación a la que llegó el director de la revista con el ciudadano que interpuso la primera demanda. Aunque Samper Ospina se negó a retractar, abrió las puertas de la revista para que el demandante expresara abiertamente su punto de vista en la próxima edición. Pregunto: ¿No es esta la forma más civilizada de reconocer un posible exceso de la revista? ¿Por qué ahora, conociendo esta conciliación, un magistrado entabla una nueva demanda? ¿Actúa este magistrado a título personal o en nombre de la entidad donde trabaja?

En este país de masacres, narcotráfico y corrupción es común crear escándalos y rasgarse las vestiduras con problemas menores. ¿Por qué nadie protesta al ver que el curador urbano No. 4 de Bogotá sigue ejerciendo su cargo a pesar de que se comprobó que su elección fue amañada y que además es campeón en la expedición de licencias de construcción ilegales en los cerros orientales de Bogotá?

¿Por qué no se entablan demandas en contra de decisiones judiciales tan extrañas expedidas la semana pasada como la excarcelación del señor Hernán Mogollón Vaca comprometido con la estafa por 69 mil millones de pesos de Caprecom y la de los concejales William Cubides y Lilia Camelo, a quienes se les comprobó en un vídeo como recibían plata de extorsiones a vendedores ambulantes de Bogotá?

¿Por qué nadie se queja de la visita de políticos, veteranos futbolistas antioqueños y presentadoras de farándula a los campamentos de los paramilitares en Santafe de Ralito a donde van a pedir votos, cuadrar negocios y cumplir favores sexuales, respectivamente?

Creo que el debate sobre la última edición de SoHo debió mantenerse a la altura planteada por la periodista Salud Hernández Mora en su columna dominical. Ese es el escenario natural para debatir los temas periodísticos, de frente a los lectores y al país, no en la sala gris de un juzgado.

Los últimos hechos demuestran un retroceso en la preservación de un derecho tan fundamental en toda democracia como lo es la libertad de prensa. No sería raro que si hoy se publicara el perfil que hizo Gonzalo Arango sobre Martín "Cochise" Rodríguez seguramente también le lloverían demandas por violación a la intimidad y el buen nombre del campeón. Menos mal que eso sucedió hace más de treinta años, cuando teníamos una prensa más libre.