Home

Noticias

Artículo

columna del lector

La Química del Amor

Martes 11. Gustavo Estrada, lector de SEMANA.COM, advierte que el amor o la atracción no obedecen a simples impulsos, sino a complejos procesos químicos.

Gustavo Estrada
9 de enero de 2005

La conclusión a la que está llegando el mundo científico es que somos una complejísima máquina -con el más extraordinario diseño mecánico, electrónico y químico que podamos concebir- pero máquina al fin y al cabo. Que la máquina tenga un operador invisible -un alma- y un Ingeniero Superior -un Dios- son problemas cosmológicos que están más allá del alcance de esta nota. Pero que todo lo que nosotros somos, hacemos y sentimos está regulado por la química y la electrónica, de eso ya no cabe duda. Y de lo que sentimos emocionalmente, de la electroquímica que maneja nuestros apegos afectivos y románticos, es justamente de lo que queremos hablar en esta nota. Según investigaciones neurológicas recientes, todo el idealismo del pasado que por siglos ha derivado en los más bellos poemas del amor y la pasión, todos los azucarados romances de las más tiernas novelas, la melosería de todos los boleros, todas aquellas dulces angustias que alguna vez vivimos en las largas ausencias de nuestro ser amado, "todas aquellas caras de imbéciles que alguna vez pusimos al lado de las dueñas de nuestro corazón", todo eso y mucho más no fue, no es y no será otra cosa que el producto de unas cuantas reacciones orgánicas en las que se generan numerosos compuestos químicos. La cosa comienza cuando nos sentimos atraídos por una persona del sexo opuesto. Puede ser alguna misteriosa compatibilidad genética, la activación de un condicionamiento de la infancia, un anuncio comercial reciente, o un olor que percibe nuestro subconsciente -parece que es el principal incitador sexual de los animales- y al instante se acelera en nuestro cerebro la producción de tres anfetaminas: la feniletilamina, la dopamina y la norepinefrina. (La atracción hacia alguien del mismo sexo, tan de moda en épocas recientes, como que le lleva la delantera a los científicos en sus investigaciones en cuanto a por qué se origina tal afinidad -por tonterías, me imagino- pero las anfetaminas se disparan de la misma forma). Las anfetaminas desarrollan sensaciones de euforia y alborozo -las diferencias entre la expresión facial de un enmariguanado y la de un enamorado son casi inexistentes- y desplazan los mecanismos del cerebro que controlan el pensamiento lógico. Si la intensidad del flechazo fue grande o si hubo suficientes respuestas que la estimularon, entonces se enciende la llama irracional de la pasión. Eso explica cómo en el verso de Gustavo Adolfo Bécquer -"hoy la he visto y me ha mirado, hoy creo en Dios"- un ateo lógico y obstinado de repente se convierte en religioso y místico. Si las cosas cuajan y hay conexión en vivo y en directo -llámese matrimonio o emparejamiento- entonces el cerebro se inunda con cantidades sustanciales de endorfinas -parientes cercanas de la morfina- que dejan a los amantes con sensaciones muy placenteras de seguridad y calma. Este embelesamiento, de acuerdo con los propósitos de la evolución para la subsistencia de nuestros antepasados en las praderas, dizque dura en promedio tres años, el tiempo requerido para la concepción, el embarazo y el parto de la madre más el tiempo que necesita el bebé para poder caminar por sí sólo. ¿Y después? Según algunos antropólogos, ahí vuelve y juega un nuevo romance con una nueva pareja. En numerosas culturas estudiadas, el cuarto año muestra un pico elevado de divorcios y separaciones. Y menos del cinco por ciento de los mamíferos son consistentemente fieles. Los resistentes -nosotros y ellas- que hemos excedido con creces esos cuatro años definitivamente vamos en dirección contraria a "La Evolución de las Especies" (¡Disculpas Charles!). Pero la cosa no es sólo de anfetaminas y endorfinas. Hay otro químico, la oxitocina, que también juega un papel importante en la relación de parejas, en particular durante el acto sexual. Según estudios muy serios -nunca he entendido como ciertos científicos pueden seriamente concentrarse en investigaciones mientras observan parejas en acción, ni mucho menos cómo puede entrar una pareja en acción con ocho sabios observándola- el nivel de oxitocina puede aumentar de tres a cinco veces en el orgasmo masculino y varias veces más durante el clímax femenino (por eso es que ellas duran más; viven más, quiero decir). La comprensión de estos fenómenos de la naturaleza humana tiene numerosas implicaciones y puede cambiar sustancialmente las respuestas de algunos diálogos matrimoniales. Por ejemplo, el marido regañado por la esposa cuando lo sorprendió extasiado con una belleza que pasó a su lado podría contestarle: "Discúlpame, mi vida, fue que se me dispararon las anfetaminas". O si ella se enoja y se siente ignorada por no recibir un solo detalle romántico en meses, él podría explicarle: " Compréndeme, mi amor, es que ando bajo de feniletilamina". Y, a la inversa, también cambiarán las cosas. Las señoras ya no tendrán que acudir al dolor de cabeza como justificación a su inapetencia sexual. Bastará con aclarar: "Cariño, es que tengo muy baja la producción de oxitocinas". Parece que muchos jóvenes conocen intuitivamente estos juegos de la neuroquímica. Ellos van al grano antes de verse embobados por la feniletilamina: "¿A la cama (o al baño o al carro) o me dices tu nombre antes?" Las nuevas generaciones jamás entenderán a Bécquer. Pienso que si este poeta fuera a componer algunos de sus rimas en esta época posiblemente escribiría algo así: Volverán las oscuras golondrinas
De tu balcón sus nidos a colgar.
Pero aquellos niveles de endorfina,
¡Esos no volverán!