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columna del lector

Las ventanas iluminadas

Martes 5. La atención de miles de feligreses a la luz prendida en el apartamento de Juan Pablo II es una metáfora y resume un drama humano con resonancia mundial. Columna de Dixon Moya.

Dixon Moya
3 de abril de 2005

Viernes 1 de abril, en la noche. La imagen resume un drama humano con resonancia mundial, dos ventanas iluminadas que se resisten a apagarse, a pesar que algunas voces, dan por hecho la muerte de un hombre. Las ventanas se convierten en metáfora de los ojos del habitante de aquel cuarto, el hombre que durante veintiséis años, no durmió lo suficiente en su cama, dada su vocación peregrina.

Hay mucho de poético en la escena compartida, algo raro en una época caracterizada por la poca capacidad de asombro e inocencia. Cientos millones de ojos clavados en aquellos ventanales, a la espera de una noticia presentida con tristeza, temor, resignación o serenidad. En el interior, un hombre fuerte con apariencia de anciano frágil lucha por la vida, así el rumor de su muerte se adelante, con discursos oportunistas, boletines de prensa escandalosos, minutos de silencio ensordecedores. Nadie recuerda que el hombre ya murió en 1981, es decir, ya pasó por la misma condición de recibir la unción de los enfermos, soportó los mismos silencios ruidosos y declaraciones sobre su muerte, cuando fue atacado, por lo cual esta situación no es tan nueva, esta lucha no es tan desconocida. Así como la poesía no es ajena, pues muchas de las palabras escritas por el hombre fueron en clave de verso.

Todos nos preocupamos esta noche, es comprensible. Católicos o no, nos acostumbramos a verlo como alguien familiar, de hecho las conversaciones con allegados y extraños, paisanos o extranjeros, rememoran cuando alguna vez lo vimos y estuvimos cerca de él, así fuera a través del cristal de su papamóvil, como se bautizó esa vitrina blindada con ruedas. En mi caso, fue inevitable devolverme a 1986, cuando siendo estudiante en Bogotá, junto a millones de devotos y curiosos, le dimos la bienvenida a Colombia, y sentimos con su presencia la piel erizada, la certeza de observar una figura trascendente. Era la época en que se veía alto, saludable, con su español casi perfecto, un lenguaje claro no sólo en la forma, sino en las ideas que transmitió. En un tiempo traumático para el país, se vivieron los siete días más tranquilos de los que tuviéramos noticia en años, en una maratón recorrió diez ciudades colombinas. Dijo cosas precisas y preciosas.

Para toda nuestra generación, el Papa sin tilde, es sinónimo de papá con acento fuerte, que fue transformándose con el paso de los años en abuelo tierno y sabio. Por ello, en el momento de la agonía, se entiende tanto desconcierto y desconsuelo, no se trata del líder religioso carismático o del inteligente político, es la figura paterna que no se desea perder.

Este primer viernes de abril va pasando, el Papa se resiste al último viaje. Las dos ventanas no se apagan. Siguen iluminando un mundo transformado en buena manera por las palabras y pasos de su ocupante. Es posible que se apaguen otro día, otra noche, pero ganaron la batalla durante esta vigilia de viernes. Mañana será otra historia. Se seguirá hablando del hombre que tiene dos nombres, a quien no hace falta nombrarlo para saber de quien se trata.