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columna del lector

Los deudos del vallenato

Aunque en estos tiempos de duelo por la muerte de Kaleth Morales una crítica a su música suene a blasfemia, Juan Francisco Valbuena, lector de SEMANA.COM, se atreve a criticar los nuevos ritmos con acordeón y guitarras eléctricas que se hacen llamar vallenatos.

Juan Francisco Valbuena Gaitán
4 de septiembre de 2005

Pasada la tristeza y el llanto por la muerte del joven compositor y cantante Kaleth Morales -a cuya familia debo mi más sentido pésame y solidaridad por el marco tan trágico en que ocurrieron los hechos- debe hacerse la reflexión de hasta qué punto su único éxito "Vivir en el limbo" constituye una buena pieza del folclor vallenato, tan abusado, utilizado y destrozado por nuestros días.

Varias personas expertas en el tema, ya sea desde emisoras especializadas o desde la interpretación, afirman sin titubear que el muchacho Morales y su único éxito conforman indiscutiblemente la llamada "nueva ola" del vallenato. Incluso leí un artículo en el diario El Tiempo que ponderando un concierto de este joven en Bogotá decía que "es muy difícil encontrar una manifestación parecida en otro tipo de evento folclórico o cultural" (El Tiempo, viernes 26 de agosto de 2005. Pag. 1-17).

Conjuntamente la avalancha de personas que abarrotaron el recorrido mortuorio era sincera y evidentemente impresionante. Supongo que no habrá faltado alguno que, simulando adoración hacia el difunto, encontró la excusa perfecta para evadirse un par de horas del duro jornal. Dicen que en la costa esto se da bastante. Y las manifestaciones de amigos, familiares, admiradores, compañeros de clase y hasta de la profesora de primaria, parecerían confirmar que verdaderamente era un ídolo.

Sin embargo, y sin querer posar como un experto en el tema, debo manifestar que a juzgar por la famosa canción -y tomando en cuenta la bondad y amabilidad que seguramente acompañaron en vida a Kaleth- estas opiniones están muy lejos de lo que cualquier persona que tenga un poco de oído musical puede pedir.

No creo que la evolución del género que identificó a juglares como Andrés Landeros, Alejandro Durán o Rafael Escalona, sea la fusión entre un acordeón (porque no es vallenato) y ritmos como el rap o el reggaeton, uniendo las palabras que componen la letra (?) en un vertiginoso fraseo exclusivamente romántico, que hace insulsas todas las penurias, los sufrimientos y también, por qué no, las borracheras y posteriores muertes de quienes hicieron los cimientos del género que hoy en día les da de comer a tantas personas que se lucran del llamado "bagrenato".

Desafortunadamente pocas gentes advirtieron el alud de destrucción que Carlos Vives y sus "Clásicos de la provincia" estaban trayendo a este género tan querido, pero tan lejanamente autóctono. Obviamente la incursión de baterías, guitarras eléctricas y el millón de copias que el samario vendió con esto, impulsaron a otros músicos vallenatos a seguir con la decadencia del bello género, con la prelación del son y de las letras trágicas y únicamente románticas, elementos de los que se componen hoy en día las canciones que algún día García Márquez le hizo entonar a Francisco el hombre en "Cien años de soledad".

No creo que sea un exabrupto tratar del copiar la complejidad musical de intérpretes de otras corrientes, quienes antes de mezclar indiscriminadamente ritmos varios para ver qué les sale -como quien cocina atún y le resulta pasta- hacen cien pruebas y fusiones buscando un sonido que aparte de ser audible para las masas, sea brillante y aporte trascendencia y sustancia a la música.

A este paso dentro de poco tiempo tendremos que lamentarnos de la inexistencia de uno de los géneros más auténticos, ricos y descriptivos de la música del mundo, que es mucha.