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A Ángela Pérez no le fue bien al crear su empresa. Para que nadie corra con su suerte, decidió escribir en SEMANA.COM su experiencia.

Ángela María Pérez Moreno
12 de febrero de 2006

Llevo exactamente siete años de mala suerte laboral y no quebré ningún espejo. Todo empezó cuando frisaba los cuarenta y metida en la crisis económica galopante del momento, un día alguien me habló de la palabra "empresarismo", que no significa más que intentar trabajar de forma autónoma. Inicié una empresa a lo grande, préstamo bancario, local enorme e interesante, producto bueno, más ganas de vencer la vida que ella de vencerme a mí.

Busqué socios (primer error). Era la gerente de la empresa que rimbombantemente ofrecía soluciones de oficina. Nombre espectacular y curiosamente,  a nadie se le había ocurrido.

Era experta en el sector comercial arquitectónico y tenía una capacidad exacerbada de vendedora, matizada por mi antioqueñidad evidente. Los socios son un karma, son veleidosos y creen que por poner dinero, su oficio no es meterle el hombro a la empresa, sólo en las reuniones pedían su dinero sin preguntar si la empresa estaba redituando.

Por fìn, puse las cosas en claro y dije a los socios: ¡o trabajan o esto se muere! Era gerente y no hay nada más difícil que controlar en la calidad del trabajo a un socio (segundo error). Me convertí en golondrina, pero una sola no hace verano. Prepagué créditos conseguidos a buena tasa (tercer error), tan sólo por el interés de una socia de salir de problemas económicos. Un crédito, en ese momento, era un perfecto negocio. La empresa daba para pagarlo y tenía flujo de caja que se ausentó con el prepago... para siempre.

Empezaron las envidias de mujeres (cuarto error), susceptibilidades por ser la gerente y según las otras ese cargo debería ser rotativo. Claro, siendo yo siempre la representante legal, eso no cambiaba. Duramos cinco años en un tira y afloje hasta que un día nos echaron del banco que comenzaba a ser español y a poner sus condiciones leoninas.

Decidimos manejar todo por cuenta de ahorros y multifirma (quinto error) si uno firmaba, el otro para poder poner su rùbrica condicionaba todo. Era el dueño del cuño y sin ese desgraciado sello no habría dinero para nadie.

La Dian empezó a molestar hasta el punto en que se convirtió en una perfecta pesadilla. Ya quería irme del negocio, pero estaba clavada de patas y manos. Un día necesitamos un dinero porque una empresa de seguros española nos falló en el pago, el banco no daba créditos y las tasas estaban imposibles. La única solución, segunda hipoteca sobre mi vivienda personal, ningún socio se metió la mano al bolsillo (sexto error). Dejé en un acto de caridad que otra socia fuera gerente y se puso a hacer maromas económicas, resolvió que era mejor pagar al proveedor con prontopago, pero no se fijó que para hacer eso hay que tener caja y bien grande (puñalada final). Empiezo a hablar con los socios sobre cómo cerraríamos la empresa y me dicen: es una sociedad limitada, nos limitamos a los aportes (rematada como a cerdo en diciembre).

La única solución fue conseguir otro trabajo y pagar en solitario la deuda. Adiós casa, adiós carro y muchas lágrimas. Bien pronto me acostumbré a ser pobre, carro de estrato cero y volver a casa de mis padres. Trabajos de ventas en almacenes de renombre, parada de 1 a 11 de la noche, incluidos sábados y domingos. Luego venta de carros, por $20.000 más comisiones, ahora vendo parasoles puerta a puerta.

¡Socorro!, ¡esto nunca mejorará!, ya pagué la deuda de todos los socios, pero nunca en Colombia me levantaré. ¿Les quedan ganas de creer en la falacia "empresarismo"? Me queda una oportunidad en la vida: migrar y lo haré, pero el estado (que todo lo quita), nada da, no tiene organismo que ayude a los profesionales a irse y tener una mejor vida.

Afortunadamente son sólo siete años de mala suerte y ya los culminé (eso espero, ¡que en el Congreso no hayan aumentado esa cifra!)