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columna del lector

A una puta triste

Jaime Losada, lector de SEMANA.COM, comparte la historia del reencuentro frustrante con su viejo amor.

Jaime Losada Giraldo
30 de enero de 2005

Imaginaba nuestro reencuentro como el abrazo fundido y feliz de dos seres que se han amado aún por encima de obstáculos como la edad y la distancia.

Frecuentemente recordaba el momento en que me fui y nunca pude despojarme de la sensación de abandono e impotencia que me invadió entonces, pues sabía que la dejaba en el justo momento en que empezaba su decadencia.

Me sentí tan mezquino como aquellos que explotaron y abusaron de ella en sus épocas de esplendor y brillo. Época en la cual su belleza, natural y pura, ejercía una atracción que revolucionaba corazones de propios y foráneos.

Eran los días en los que coqueteaba ingenua, inocente de las consecuencias fatales de un lujo fácil y un placer extremo. Esos días en los que todos los viernes eran para ella una feria. Y me monté en su carrusel frenético de vértigo, lujuria y salsa. Sabía que gozaba de sus placeres porque otros pagaban el precio de su bonanza. Viejos y nuevos ricos por igual. Y lo hacía con la ilusión de que, una vez recuperada su sobriedad, reconociera en mis ojos el amor auténtico. Y así me lo hacía creer en sus resacas de lunes.

Entonces la disfrutaba tal como era. Sin ese maquillaje, postizo al fin y al cabo, que le hacía creer alcanzada una madurez que sólo se logra cuando se aprende de los errores del pasado. Pero no me importaba porque de día la reconocía pura e incontaminada. Y disfrutaba tanto como ella ese viento que le acariciaba, sus montes y sus humedales.

Era una fiesta volver a sentir sus caminos y avenidas cálidas y el fresco reposo de sus manantiales en una tarde de brisa. Vanos intentos por recuperar una pasión que se había esfumado en el justo instante en que Satanás, disfrazado de verde, la sedujo con su viejo espejismo.

Nos contagiamos de la Fiebre del Oro. Y a muchos arropó la sombra luciferina. Llegaron por igual aduladores y mendigos. Todos querían tenerle sin darse cuenta que sus amos, Dones, Ajedrecistas y Políticos, ya habían sembrado la semilla del Arbol Dollaroso. El mismo que crecía a un ritmo vertiginoso en cubriendo, con su siniestra sombra, unos frutos podridos que contaminaron valores morales y buenas conciencias.

Sus ramificaciones llegaron a todas las esferas de su cuerpo y le hicieron aparentar la misma buena salud que transitoriamente proporcionan las hormonas sintéticas. Con idénticas secuelas.

Al volver este Diciembre, después de tanto tiempo en el exilio, observo con infinita tristeza que quieres seguir viviendo en el pasado. Sigues de feria sin darte cuenta que no eres ya más la hembra juvenil que podía hacer presencia en todas las fiestas.

Creciste desordenada y sin planificación y tus antiguos amos ya están algunos presos, otros ocultos y el resto extraditados o muertos. Caminas ciega entre desplazados, siliconas y traquetos de medio pelo. Tus mejores hijos te están abandonando y aquellos que deberían velar por tu progreso y desarrollo no ven mas allá de sus intereses personalistas. Políticos y raizales de apellido alguna vez pomposo se encierran en sus condominios, no más ni menos que jaulas de oro, como si tu continuo deterioro no significara, a la postre, su propia desvalorización. Perdiste tu vínculo con el patrimonio histórico y hoy los jovenes a los que cobijas no son más que clientes potenciales de cirujanos y curanderos estéticos.

Perdiste la sensibilidad por la vida y los asesinos aprovechan para quitártela impunemente. Dejaste atrás la Academia de los Buenos Valores y las tradiciones familiares. Las universidades que tienes a tu alcance no son más que centros de reclutamiento de los que pueden pagar caro un falso prestigio, pues siguen graduando doctores en serie en lugar de humanistas con conocimiento cientifico, práctico y moderno.

Estás ebria, bebiendo de la gigantesca fuente nocturna de licor en la que te han convertido.

Solo espero que aproveches las bondades naturales que aún conservas, mucha gente buena, tu clima, tus ríos, tus valles y montes, para que adquieras otra imagen, diametralmente opuesta, a esta que me llevo conmigo en mi regreso. Te lo pido de corazón, a ti, mi ciudad.

A ti Cali, mi puta triste