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columna del lector

Tiempo pasado

Lunes 25. Julio Rodríguez, lector de SEMANA.COM, responde a la columna de Hector Abad Faciolince, 'Hay vida después del boom'.

Julio Rodríguez
24 de abril de 2005

"El realismo mágico no sirve para contar lo que hemos vivido quienes crecimos con la televisión, el rock, la violencia urbana, el desencanto político", escribió Héctor Abad Faciolince en su columna de la semana pasada.

La humanidad tiende a pensar que sus vivencias son únicas, especiales y, sobre todo, originales. De esta manera, se cree que la televisión, el rock, la violencia urbana, el desencanto político, las drogas, el sexo, el alcohol, la prostitución y los trabajos inmundos son cosas de nuestro tiempo y, por tanto, sólo los que pertenecen a estos tiempos, saben cómo narrarlo. Esa postura es natural y de no ser así, probablemente nadie, en ninguna época, hubiera tratado de plasmar en el arte su percepción del mundo. Pero al igual que el vicio y las formas de degradación del ser humano son tan antiguas como el mismo Hombre, la belleza, lo poético y lo evocador también tienen la misma antigüedad.

El problema no radica, como lo asegura Faciolince en su columna, en "un problema de percepción, de papilas gastadas, de arterias que se endurecieron y ritmo que se nos perdió" escudado, probablemente, bajo la creencia de que "todo tiempo pasado fue mejor". Por el contrario, la razón por la que se evocan tiempos pasados es, precisamente, porque quienes escriben, muchas veces, tienen un verdadero problema en las papilas, de arterias por las que nunca fluyó nada y de una falta total y natural de ritmo.

El problema no radica en escribir sobre las drogas, el alcohol y la prostitución; es más, si se revisan los temas de la gran literatura, siempre son los mismos tópicos, recurrentes (el amor, el desamor, la traición, el heroísmo, los vicios y las virtudes). El problema de muchos escritores es el de creer que son originales porque cuentan los hechos en un entorno urbano, con palabras de grueso calibre y, muchas veces, infantilmente autobiográficos hasta el cansancio. Es decir, el escritor actual simplemente describe una serie de hechos atropellados, sin hilo, sin estilo, sin observancia de las reglas básicas del castellano y, lo peor, sin tratar de descubrir lo esencial: el espíritu humano. Son escritores, en efecto hijos de su tiempo, son escritores superficiales, hijos de un tiempo superficial. El gozo que se encuentra en la lectura de muchos de estos de estos libros es el mismo que produce ver un noticiero o leer un periódico, es una experiencia momentánea, casi de carácter, puramente, informativa.

Graves no fue bueno por el solo hecho de contarnos los chismes de la familia Julia - Claudia y de los innumerables excesos de sus miembros. Graves fue excelente porque con un cierto apego a la Historia nos descifró las características esenciales del alma humana, desde Octavio hasta Claudio, desde Livia hasta Drusila. Dostoievsky fue grande por haberse sumergido en el laberinto de la mente, sin importar si la línea narrativa se desarrollaba en una cárcel o en una casa de familia acomodada de Rusia. Goethe no es un clásico por la improbable historia del Doctor Fausto sino porque en las líneas de esa historia calcó el alma moderna, humana, al fin y al cabo. En fin, todos ellos son clásicos, son buenos, por que fueron Universales. Y la Universalidad no se alcanza con el simple acto de narrar unos hechos burdos que ocurren en nuestro tiempo.; se alcanza indagando en lo profundo de esos hechos y de aquellos que los gestan y los viven. Al final, "el hombre no reposa, quien reposa es el traje".

Si pedir al escritor que sea Universal es añorar el Pasado, bienvenido sea el Pasado.