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columna del lector

Un dogma de fe

Lina Combariza, lectora de SEMANA.COM, desvirtúa dos mitos sobre los colombianos, explica qué se necesita para vivir en este país y da soluciones para salir del caos.

Lina Combariza
17 de julio de 2005

No es de sorprenderse que la gran mayoría de los colombianos pertenezcamos a una religión como la católica (más del 90%). Es que ser colombiano requiere una gran capacidad para creer. Ser Colombiano es un dogma de fe, construido en una serie de creencias que rara vez nos atrevemos a analizar y mucho menos a refutar.

Para exponer este punto voy a desmentir dos mitos sobre los colombianos:

Los colombianos somos muy inteligentes

No es mi afán restar méritos a nuestras glorias del conocimiento, o a los muchos jóvenes que con gran esfuerzo se preparan para un futuro incierto y cada vez más hostil. Me refiero a los colombianos como masa, esa masa que cada periodo electoral vota por los mismos, sus parientes y amigos, creyendo que ellos sí van a cambiar las cosas. Hablo de la masa que con el incentivo de subirse a un bus, oír una papayera, comer sancocho y tomar ron son llevados por "aquellos" a los puestos de votación, con planilla en mano.

También me refiero a la masa que, peor aun, no vota por que no cree en los políticos y se queja todo el tiempo de la situación del país. No es evidencia de mucha brillantez de nuestros compatriotas.

Además, la inteligencia del colombiano se asocia continuamente con la llamada "malicia indígena", que mas que referirse a las capacidades intelectuales del compatriota, nos habla de la habilidad para tumbar al vecino, de ser él mas vivo, pasando por encima de los demás. Este antivalor es una de esas cosas que tienen fregado a este país. La malicia indígena es una plaga de pulula en las calles, en las empresas, en el sector publico, y de la cual la masa de colombianos se siente muy orgullosa, replicando la cultura de la ilegalidad.

Los Colombianos son honrados, honestos y trabajadores

Esto es parcialmente cierto. Pero lastimosamente el colombiano anónimo, el ciudadano de a pie, pasa desapercibido ante la perdida del valor del trabajo honesto. El narcotráfico trajo a nuestras ciudades la cultura del camino fácil, el gasto desmedido, el escalamiento social por medio del dinero. Los hay de todos los tipos: desde el ladrón que rapa una cadena en la carrera 10 de Bogotá, pasando por el vendedor de mercancía pirata o de contrabando, el vendedor del almacén que pregunta "¿con factura o sin factura?", el personaje que literalmente practica secuestro extorsivo en un paseo millonario, el padre que se niega a dar la cuota alimentaria a sus propios hijos (o sea, le niega el derecho a una vida mejor a sus propios hijos, le roba a sus hijos), hasta el reputado jurista y posterior ministro que en un acto de viveza compra unas acciones a precios irrisorios. Todos ellos nos parecen decir, día a día, que la integridad tiene un precio.

Pero hay otro lado de la moneda. La exaltación, hasta llegar al fanatismo, de la frase "trabajar, trabajar y trabajar", desdibuja el concepto del trabajo como medio para dignificar al hombre, pasando a ser el fin ultimo. Peor aun, ¿cómo hace la gente que quiere trabajar pero no encuentra opciones serias de empleo? Trabajar, trabajar y trabajar cuando no hay en dónde es realmente muy difícil.

Después de esto, ¿qué se necesita para ser colombiano?

- Una dosis alta de ingenuidad para seguir creyendo en el Mesías, que supuestamente ésta vez sí va a arreglar el país.

- Una venda en los ojos para no ver la verdad, para creer que existe una política seria en relación con el paramilitarismo (mas que acciones alocadas sin fundamento para mostrar por televisión); que no están rifando los puestos del estado a unos pocos a cambio de algo; que las cosas están mejor por que podemos viajar por las carreteras del país en la mitad de un convoy militar, con helicópteros artillados.

- Un poco de alzheimer para olvidar unas cosas y recordar otras.

- Una lobotomía, para ver un noticiero con 10 minutos de noticias, 20 de deportes y una hora de entretenimiento y creer en la independencia y función social de los medios de comunicación.

- Y una valentía rayando en la temeridad para seguir adelante.

Eso demuestra que los colombianos del común somos unos verdaderos berracos (perdón por la palabra), por que a pesar de todo esto logramos levantarnos todos los días a sacar a nuestras familias adelante. Creo que si fuéramos mas serios y nos tomáramos el país mas a pecho, muchos no saldrían de sus cobijas en la mañana.

Mi llamado es a la construcción de un paradigma distinto, comenzando por nosotros mismos, nuestro entorno y la formación de los niños. No debemos esperar un cambio en 4 o en 8 años (si reeligen al Mesías criollo -¡Dios nos ampare!-), si no un cambio real en el mediano plazo. Será un cambio difícil (es más fácil seguir así, hacer lo que los demás hacen y no darse mala vida), tomara tiempo y esfuerzo. Pero creo que buscar una nueva generación de colombianos y hacer parte de ella, por minoritaria que esta sea, definitivamente vale la pena.