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columna del lector

Un fantasma recorre a Colombia

Lunes 16. "En este caso no es el espanto del comunismo del siglo 19. Ahora se trata de otro fantasma, al que paradójicamente le temen los comunistas y buena parte de nuestra izquierda". Darío Acevedo, lector de SEMANA.COM, explica de qué se trata.

Darío Acevedo Carmona
15 de mayo de 2005

Parodiando una frase de Carlos Marx, expresada al inicio del Manifiesto Comunista, podríamos decir que un fantasma recorre nuestro país.

En este caso no es el espanto del comunismo del siglo 19. Ahora se trata de otro fantasma, al que paradójicamente le temen los comunistas y buena parte de nuestra izquierda, tan incrédulos ellos respecto de fenómenos esotéricos.

El esperpento, que ahora mismo les sirve de muletilla para descalificar todo lo que proviene lejos de sus filas, no es otro que el temido y feroz neoliberalismo.

Para los que medianamente entendemos de temas económicos, eso que llaman neoliberalismo es una estrategia y una realidad estructural del capitalismo contemporáneo que busca expandirse a todo el mundo eliminando las barreras arancelarias y que busca a partir de un manejo ortodoxo del erario público, alcanzar niveles reales de crecimiento y de riqueza controlando el déficit fiscal, reduciendo la inflación y achicando el tamaño del Estado.

Es, por decirlo de una manera simple, un retorno a la economía de libre mercado que caracterizó el albor del capitalismo hacia finales del siglo 18 y a comienzos del 19.

La filosofía que subyace en este modelo es que la única manera de lograr la superación de la miseria, el atraso y la asimetría de la distribución de la riqueza en el mundo, es creando condiciones de absoluta libertad de mercados para que la riqueza se genere y fluya. Algo así como lo que sostenían los economistas clásicos Adam Smith y David Ricardo, según los cuales, la iniciativa privada es el motor ideal del progreso de las economías y de las sociedades.

Resulta que esta tendencia ha generado una gran controversia académica internacional entre sus defensores y sus críticos. Se observa que incluso los primeros, enquistados en organismos financieros internacionales han accedido a hacer ajustes al mismo con el fin de corregir algunos resultados desastrosos, como por ejemplo el caso argentino. La discusión es bastante intensa y profunda y de lado y lado se encuentran auténticos pesos pesados de la ciencia económica, incluyendo algunos premios Nóbel.

Pero en nuestro país, esa rica polémica académica e intelectual, en la que se ponen en juego concepciones sobre la justicia, sobre ideales y utopías, ha sido suplantada por un discurso ideologizado, místico y religioso, que en vez de argumentos y razones ha convertido el tema en trapo blanco agitado en la oscuridad para asustar incautos.

Ahora se le invoca para atacar a los gobiernos, para desdecir de algún proyecto de reforma pensional, se le esgrime para descalificar cualquier iniciativa en el campo económico o social. Y hasta viejos impulsores del modelo salen a aclarar que ellos no son neoliberales sino socialdemócratas.

Está de moda llamar neoliberal al rival político, al que esté en el gobierno, al que llame a luchar contra el terrorismo, al que exija eficiencia a los organismos y funcionarios del Estado, al que hable de indicadores de gestión, al que llame a cumplir la ley y a respetar el orden, al que amasa fortuna legalmente, lo mismo que a quien se le ocurra hablar de la necesidad de sanear las finanzas del Estado.

Ya no encontramos razones ni argumentos ni ejercicios filosóficos ni tratados ni ensayos ni escritos demostrativos que contribuyan a aclararle a los ciudadanos si ese tal neoliberalismo es tan bueno o tan malo o si es una tendencia o si es un extraterrestre.

Por que finalmente algunos, incluyendo al viejo liberalismo colombiano, que ya no es liberal, consideran que es un fantasma que hay que ahuyentar con rezos, sahumerios, crucifijos, hogueras, bendiciones, maldiciones, cánticos y consignas e invocaciones religiosas. Y amén.