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columna del lector

Un país sin garantías

"Colombia es conocida como una de las democracias más antiguas de América Latina, pero en la práctica es evidente que esta afirmación es una autentica farsa", escribe Erika Antequera, lectora de SEMANA.COM, sobre la falta de garantías de los demás candidatos en las próximas elecciones.

Erika Antequera
12 de febrero de 2006

Con el fallo de la Corte Constitucional que permite la reelección presidencial inmediata surge un interrogante fundamental para que el proceso electoral del próximo año constituya un verdadero cambio para el rumbo político del país. ¿Tendrá la oposición las garantías suficientes para participar en el "nuevo" espacio político del país?. Es un tema delicado, teniendo en cuenta el pasado y presente tenebroso por el que han tenido que atravesar aquellos que han tenido la valentía de contradecir el modelo político, social y económico de Colombia. No son pocos los que han sido asesinados en su labor política. Recordemos a los candidatos presidenciales Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo, Carlos Pizarro, Luis Carlos Galán y Álvaro Gómez Hurtado. Figuras representativas de izquierda, centro y derecha, que han caído a manos de "fuerzas oscuras" porque hasta el momento nadie sabe a ciencia cierta quién ha ordenado su eliminación. Las próximas elecciones presidenciales parecen tener como ganador al actual mandatario Álvaro Uribe Vélez y aunque todavía falta tiempo para confirmarlo, los altos índices de popularidad así lo pronostican. Puede que tengamos desde ya a un ganador absoluto, pero aún así el reto es grande de cara al futuro. La historia del país refleja que ejercer el derecho a la oposición política en Colombia es una tarea de alto riesgo. Supone persecución, intimidación y asilamiento para todos aquellos que se animen a presentar un proyecto político distinto al que existe desde hace tantos años. Supone también amenazas, desapariciones y asesinatos sin culpable alguno. En los años 80 y 90 los grupos de oposición se vieron acorralados por los gobiernos de turno. Desde ese entonces, su representación en las esferas del poder ha sido mínima por no decir nula. Es bien sabido que Colombia es conocida como una de las democracias más antiguas de América Latina, pero en la práctica es evidente que esta afirmación es una autentica farsa. No es posible garantizar ni la participación de los candidatos en igualdad de condiciones ni su seguridad física, ni la de quienes les rodean, porque en Colombia no existe una verdadera voluntad de abrir el espacio político y de participación a todos los ciudadanos. La historia lo demuestra. Al finalizar el período del Frente Nacional se evidenciaron fatales consecuencias de exclusión, violencia social, represión selectiva, desintegración, corrupción y un país decepcionado. Luego surgieron diferentes grupos y movimientos sociales a lo largo y ancho del país con la esperanza de hacerse un hueco en todas las esferas de la sociedad. La Anapo, el Movimiento Democrático Nacional, la Democracia Cristiana, el Frente Unido y el maltratado Partido Comunista nunca pudieron consolidarse como verdaderas fuerzas de oposición debido a los brutales mecanismos para sacarlos del espectro político nacional. Surgieron también múltiples apuestas por acabar con la violencia que año tras año se recrudece y que parece no tener fin. La muestra más representativa de que en Colombia no se puede hacer oposición política está reflejada en el exterminio de la Unión Patriótica. Era un grupo político que aglutinaba diferentes corrientes de pensamiento. Era también una apuesta por la participación política de los líderes guerrilleros del país. Una apuesta peligrosa para muchos, pero vital para el desarrollo del país. No fueron pocos quienes mostraron su descontento con el grupo político que alcanzó una acogida histórica y significativa dentro del pueblo colombiano. Los resultados evidenciaron que los colombianos deseaban desde hace mucho tiempo la existencia de un espacio diferente al bipartidismo. Pero los mecanismos para cerrar su participación fueron macabros. Más de 3.600 militantes de la UP fueron asesinados, desaparecidos, torturados y muchos otros obligados a retomar las armas ante la falta de garantías para su propia vida. Todo ello en medio de numerosos procesos de paz, parecidos a los que adelanta el actual gobierno con los grupos paramilitares. Si en su momento no fue posible demostrar que en Colombia se puede ejercer el derecho a la oposición política, en este momento lo veo más difícil. Actualmente no existen verdaderas corrientes de pensamiento que puedan alcanzar representaciones significativas en las esferas del poder en el país. Tampoco existen garantías suficientes para que por lo menos nuevos líderes se integren en el proceso electoral, porque aunque sabemos que Uribe tiene todas las de ganar, es necesario que los colombianos conozcan otras posibilidades de hacer política. Y más difícil será si el país no hace un verdadero análisis de su actual situación con miras al futuro. Los colombianos debemos hacer memoria y tener presente que la violencia ha sido la constante del país para quienes luchan para tener un sitio, aunque sea pequeño, dentro de las esferas del poder. Debemos tener siempre presente que las garantías para hacer política en el país dependen de que la participación sea total. Con esto me refiero a que hay que mirar a Colombia con ojos reales, darnos cuenta de que los campesinos, los indígenas, las poblaciones negras y las mujeres, que componen un amplio grupo dentro de nuestra sociedad, también deben estar representados. Muchos lo han intentado y literalmente han fallecido en el intento. Los opositores políticos en Colombia tienen desde hace muchos años la lápida en el cuello, como se dice vulgarmente. Ahora más si se tiene en cuenta que los paramilitares formarán parte de ese espacio político por el que muchos han luchado honradamente. El país deberá asumir con todas las consecuencias el giro que está tomando hacia la derecha radical. No es difícil pronosticar más violencia, mientras quienes se han encargado de acabar con los opositores del país sean los futuros representantes políticos de Colombia. Nuestra política se paramilitariza ante los ojos del mundo y si nosotros no hemos hecho nada en tantos años, nadie nos sacará del espiral de represión y de violencia sin control que se avecina.