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Como quedó registrado en el diario de Scott, su compañero de travesía simplemente le dijo a los demás: “Voy a salir y creo que me tardaré un rato”. (Foto: AP)

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Carta desde el fin del mundo

Dentro de la colección de cartas del capitán Robert F. Scott, líder de la fatídica expedición al Polo Sur a principio del siglo XX se encuentra ahora la última que escribió a su esposa, sólo días antes de morir congelado en la Antártica.

Carolina Vegas
2 de febrero de 2007

Ante la inminencia de la muerte, las personas desean trasmitir unas últimas palabras a sus seres queridos. Eso quedó demostrado durante el 11 de septiembre cuando muchas de las víctimas en los aviones que se iban a estrellar aprovecharon sus últimos minutos para llamar a sus familiares y dejar, aunque fuera, un mensaje en la máquina contestadora.
 
El capitán Robert F. Scott, comandante de la fatídica expedición británica al Polo Sur en 1912, hizo lo mismo días antes de morir y escribió una carta a su esposa Kathleen. Esta fue encontrada, al igual que su diario, junto a su cuerpo casi un año más tarde. La misiva titulada “A mi viuda” fue entregada por la familia de Scott al Instituto de Investigación Polar Scott de la Universidad de Cambridge, completando la colección de 300 cartas del capitán las cuales están expuestas en el museo del instituto desde el 17 de enero.

“Amor, no es fácil escribir por el frío”, la temperatura había descendido a 70 grados bajo cero. “Tu sabes que te he amado...la peor parte de esta situación es que no podré volver a verte, pero lo inevitable debe ser confrontado”, escribió Scott en su carta de despedida.

La fecha de inauguración de la exposición marcó el aniversario número 95 de la llegada del equipo británico al Polo. La expedición, que esperaba ser la primera en lograr esa hazaña, arribó el 17 de enero de 1912 y descubrió que el equipo de exploradores noruegos liderados por Roald Amundsen alcanzó la meta un mes antes que ellos. Scott y cuatro hombres más, Edward Wilson, Henry Bowers, Edgar Evans y Lawrence Oates, vieron con desilusión y tristeza cómo fracasaban, después de llevar más de un año en la Antártica. Pero eso no fue lo más terrible, los miles de kilómetros que recorrieron a pie y en trineos motorizados, además de la temperatura extrema y el escorbuto que sufrían por la falta de vitamina C, terminaron cobrando las vidas de todo el equipo.

El primero en perecer fue Evans, quien no sobrevivió a un golpe en la cabeza. La travesía de vuelta al barco ballenero Terra Nova, con el cual viajaron desde Nueva Zelanda, fue más dura de lo prevista. El verano antártico llegó a su fin haciendo que las temperaturas bajaran muy rápido y las tormentas se convirtieran en el pan de cada día. A mitad de marzo Oates, que ya no podía caminar porque tenía los pies completamente congelados, salió de la carpa para dejar que la hipotermia lo matara.
 
Como quedó registrado en el diario de Scott, su compañero de travesía simplemente le dijo a los demás: “Voy a salir y creo que me tardaré un rato”. Nunca regresó y su cuerpo, a diferencia del de los otros tres británicos, jamás fue encontrado. Oates pensaba que al sacrificarse aseguraría la supervivencia de sus compañeros y que ellos podrían llegar más rápido al depósito de comida enterrado a pocos kilómetros.

La expedición noruega, que logró conquistar la meta un mes antes que los británicos, estaba mejor equipada y poseía un barco rompehielos que les permitió atracar más cerca del polo. Además, llevaban un gran grupo de perros entrenados que les facilitaron el trayecto, halaban los trineos cargados y también les sirvieron de comida en la última parte del trayecto de vuelta al barco.
 
Amundsen, quien durante varios años aprendió los secretos de los inuit para soportar las heladas temperaturas, había planeado en un principio una expedición al Polo Norte, pero poco antes de partir cambió los planes y decidió conquistar las poco exploradas tierras del sur.
 
En cambio Scott, quien ya había llevado a cabo la exitosa misión exploratoria Discovery en la Antártica en 1901, siempre tuvo claro que su mayor aspiración en la vida era ser el primero en alcanzar el Polo Sur. El noruego le avisó el cambio de planes por medio de un telegrama sólo pocos meses antes de empezar la travesía, así inició lo que se conoció como “La carrera al Polo Sur”. Aunque Scott sabía que estaba en desventaja frente a los noruegos, pensó que su previo conocimiento de esas tierras le ayudaría a ser más rápido que su competencia.

Pero aquello, que se considera una de la grandes odiseas de la historia, fue una travesía terrible por tierras inhóspitas, con las que hasta el día de hoy luchan los hombres que adelantan investigaciones en los hielos perpetuos.“Admiro mucho a los exploradores de antaño que no contaban con los equipos ni el alimento adecuado”, dijo a SEMANA desde un rompehielos en la Antártica el profesor Julian Dowdeswell, director del Instituto de Investigación Polar, quien se encuentra haciendo investigaciones. “La ropa era de telas muy pesadas y siempre estaba mojada. El clima es inaguantable y ellos duraban años sin tener contacto con la civilización”.

Los tres hombres nunca lograron llegar al depósito, lo que habría significado su salvación. “Creo que nuestra mejor oportunidad ha desaparecido. Pero hemos decidido no suicidarnos, al contrario lucharemos hasta el último momento por alcanzar el deposito y con la lucha vendrá un final sin dolor, así que no te preocupes”. Al ver que ya no podían avanzar por culpa de las tormentas, decidieron quedarse dentro de su carpa y esperar la muerte cobijados en sus sacos de dormir. Si el clima hubiese sido más clemente quizá habrían llegado al punto donde tenían enterradas las provisiones. Sus cadáveres fueron encontrados por la misión de rescate a escasos 20 kilómetros del arsenal.

El expedicionario continúa con su desgarradora despedida y, por los cambios en su letra, que se vuelve cada vez más difícil de entender, es claro que las articulaciones de las manos le fallaban. “No habría sido un buen esposo, pero espero poder ser un buen recuerdo”, le escribe Robert a Kathleen. Apenas llevaban cuatro años casados, y durante dos de ellos estuvieron separados, porque él partió a la Antártica en 1910. Scott le pide que rehaga su vida y encuentre un buen esposo que le ayude a criar a su pequeño hijo, Peter, quien a la fecha tenía solo 3 años. “Haz que el pequeño Peter se interese en la historia natural, es mejor que los juegos. Y por favor trata de hacerlo creer en Dios; es reconfortante”.

En efecto las últimas palabras del padre marcaron a su hijo, quien se convirtió en uno de los ornitólogos más famosos de su país. La valentía de Scott fue reconocida después de su muerte y su esposa e hijo recibieron el rango y el trato de familiares de un Caballero del Imperio Británico. Pero Scott, a pesar de convertirse en un héroe nacional, no pudo recibir el título, porque este no se confiere a personas fallecidas.
 
Aun así, la Universidad de Cambridge creó el instituto en su honor. Cómo explicó el profesor Dowdeswell, “el interés de Scott por la Antártica era sobre todo científico. Su equipo adelantó grandes investigaciones en las áreas de la biología, la física y la geología. Además fueron los primeros en fotografiar a los pingüinos emperador. A pesar de su trágica muerte, sus dos expediciones fueron un éxito para la ciencia de su tiempo y despertaron el interés de los demás investigadores”.

Los cuerpos de los tres expedicionarios fueron enterrados en el lugar donde los encontró la muerte, en los eternos hielos del sur. Su tumba está marcada simplemente por una cruz hecha con esquís. Kathleen nunca recibió el cuerpo de su esposo. La única prueba de su deceso fue su última carta, la cual guardó con recelo, recordando durante el resto de su vida al hombre que perdió en el fin del mundo.