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Conocer la sociedad nacional en su reinado

Íngrid Johanna Bolívar, profesora del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de Los Andes y autora de varios trabajos sobre el Concurso nacional de Belleza, reflexiona sobre este certamen que se realiza en Cartagena.

Íngrid Johanna Bolívar
10 de noviembre de 2006

El reinado de belleza en Cartagena es un interesante espacio de investigación sobre los rasgos de la sociedad colombiana y, muy especialmente, sobre la construcción de diferencias sociales. De hecho, el reinado que tiene lugar en Cartagena desde 1947 ha operado en la historia de Colombia como un espacio para la producción de formas de diferenciación y jerarquización social.
 
Al calor del reinado se han consolidado tipos específicos de belleza y de vínculos entre esa belleza y la “vida moral”. Entre 1947 y 1969, año en que se inicia la transmisión por televisión del certamen, la revista Cromos, en incluso la Revista Semana informaban sobre el desarrollo del concurso.
 
En sus artículos, tanto como en los libros institucionales del Concurso Nacional de la Belleza, se muestra el reinado como un espacio de encuentro entre las familias que conforman la alta “sociedad” colombiana. Familias que se reconocen mutuamente, pues comparten hábitos, valores, recursos y prestigio.
 
Las revistas mencionadas nos ayuda a precisar de qué tipo de familias se trata. Los artículos a propósito del concurso abundan en detalles sobre la historia de cada una de las señoritas a quienes se refieren precisamente como “hijas de las más notables e ilustres familias colombianas”.
 
Así, por ejemplo, en la Revista Semana de Noviembre primero de 1947 se presenta a la Señorita Cauca como una dama de 20 años por cuyas “venas corre la sangre” de Francisco José de Caldas, José María Obando, y Julio Arboleda, entre otros.
 
Se insiste en que ella “encarna la más pura aristocracia de una estirpe que ha sobresalido por la distinción y hermosura de sus mujeres”. Se le describe como “alegre y sencilla, de temperamento artístico”. Se comenta que “ejecuta el piano con especialidad y facilidad”.
 
De la señorita Piedad Gómez Román, la revista Semana decía: “nacida en Cartagena, de familias hondamente vinculadas a la historia de la ciudad legendaria, la muchacha elegida reina y señorita Colombia, es alta y esbelta, se mueve con la cadencia de palmera de las mujeres compenetradas con la vida del mar”.
 
Advertía la revista que Piedad “vio la luz en el aristocrático barrio de Manga, en Cartagena” y que es una dama “suave, cándida y alegre (que) ama la lectura y la pintura. (Semana, noviembre 15 de 1947, 5). En octubre de 1947, la misma revista había aclarado que el fallo consagraría a “la mujer más bella, más espiritual y atractiva”.
 
Es interesante hacer notar que, por tratarse de un reinado de belleza, se puede “objetivar”, esto es, convertir en objeto claramente identificable aquello que constituye la propia distinción del grupo y que debería probar la preeminencia social.
 
En los años 40 y 60 “una nuca distinguida”, “un porte elegante”, un “conjunto armonioso” o una “altivez y estirpe de reina” eran la prueba de que se pertenecía a las mejores familias. En esos años, la supuesta descripción de las reinas se hacía en términos de “gallardía”, “altivez”, “nobleza”, “elegancia”, “boca fina”, “cuello de cisne”, “ojos de ensueño”. Todas estas “descripciones” nos permiten detectar valoraciones y normas sobre la belleza y la moralidad que se considera deseable, digna de emulación.
 
De hecho, las primeras de estas palabras nos dejan detectar unos valores morales convertidos en rasgos físicos. Estos textos y el hecho de que aún hoy podamos distinguir una mujer que tiene “un verdadero porte de reina” (Cromos, 19 noviembre 1962) –caminar sereno y seguro, confianza en sí misma y en la elegancia y sobriedad de sus vestidos, sus adornos y su maquillaje– de una que no, debería alertarnos de la forma como se reproduce en nuestros corazones y en nuestros cuerpos una historia y unas formas de diferenciación social que presentan como belleza y como rasgos físicos, los resultados del predominio social.
 
Y es que, más allá de las condenas morales de unos, de las celebraciones entusiastas de otros, de la “exitosa” trayectoria de algunas reinas, o del intenso cubrimiento mediático del certamen, el Concurso Nacional de Belleza expone, crea y actualiza rasgos de la configuración histórica de Colombia como la importancia de las regiones andina y cafetera, el valor moral de lo blanco y la exotización del Caribe.
 
Además, el “reinado de Cartagena” es el “primus inter pares” entre esa maraña de reinados que nos recuerdan hasta qué punto un concurso de belleza puede “probar” la distinción social, puede ser recurso para el ascenso, forma de buscar la paz o de “actualizar” una identidad. Al respecto, cabe recordar dos cuestiones.
 
El llamado zar de las esmeraldas, Víctor Carranza, ha respaldado el Reinado de las Esmeraldas que se realiza en Muzo, que va por su tercera versión y que forma parte del “trabajo por la paz” que adelanta en la región (Cromos, agosto 28-2006).
 
Mientras tanto, la comunidad colombiana en Houston celebró, en julio pasado, el décimo segundo aniversario del concurso Señorita Independencia de Colombia, que nació como una forma de festejar en la distancia la gesta nacional. Así pues, los reinados y El reinado guardan información sobre la historia y sobre el futuro de la sociedad nacional.