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De la provocación y el talento

Más feroces que el incendio que convirtió en cenizas la lista de amantes de Tracey Emin y la carpa en que los había inmortalizado, así como decenas de obras del llamado britart, han resultado las críticas al arte contemporáneo británico y sus representantes. El debate se aviva en todo el mundo y, como si hiciera falta echarle más leña al fuego, va una mirada a lo que se discute en Colombia sobre el tema.

Olga Lucía Lozano*
25 de julio de 2004

Tras la conversión en cenizas de algunas de las más representativas obras del britart (como se ha dado en llamar al arte británico contemporáneo), la inagotable y ya reiterativa polémica sobre la validez de las manifestaciones artísticas contemporáneas se encendió de nuevo. Repitiendo un esquema que se da cada año cuando se entregan los premios Turner, el más importante de las artes visuales inglesas, el incendio que en mayo pasado consumió obras de diversos artistas, entre los que se cuentan Tracey Emin y los hermanos Chapman, enfrascó en una extensa discusión a críticos, curadores, artistas y espectadores. La larga secuencia de ironías y sarcasmos pretendía establecer si las llamas en realidad destruyeron parte del patrimonio cultural universal o simplemente liberaron al mundo y a los coleccionistas de piezas que por muy costosas que se aprecien en el mercado, no aportan nada al mundo de las artes. Si bien los artistas ingleses están ya acostumbrados a recibir insultos de cuanto personaje se interese en el tema, desde el ministro británico de Cultura, Kim Howells, hasta miembros de movimientos disidentes como el stuckismo, quienes protestan en diversos eventos de carácter público, las acusaciones han ido subiendo de tono en los más recientes debates. Ahora, además de aburridos, payasos y creadores de 'mierda conceptual', los bautizados niños malos del arte inglés son unos capitalistas de quinta, recicladores de movimientos viejos, preocupados por engañar al mercado y cuyo único talento se deriva de su capacidad para provocar y construir grandes fortunas a partir de negociar su irreverencia. En Colombia Aunque en un tono más pausado, el resto del mundo vive polémicas similares de cuando en cuando. Sin buscar mucho, hace unos meses el director del Malpensante, Andrés Hoyos, publicó en el suplemento mexicano La Jornada Semanal el artículo: 'Artes plásticas en Colombia: más menos que más'. Algunos de los comentarios de Hoyos apuntaban precisamente a reevaluar la calidad del arte contemporáneo (arte posmoderno según él) colombiano, a criticar las vanguardias impuestas por burócratas y a señalar la existencia de artistas protegidos por el Estado que en últimas terminan siendo el paradigma de la creación nacional. Las afirmaciones de Hoyos condujeron a la reacción airada de varios sectores de las artes visuales en el país. (Aún pueden leerse algunas participaciones en el debate sobre el tema que tuvo lugar en La Esfera Pública). La discusión, que logró tocar aspectos interesantes, pese a estar plagada de ataques personales, finalmente abordó un tema que se discute mucho en ámbitos privados, pero nadie pareciera querer abordar en espacios de carácter público. Y es que si bien no comparto muchas de las apreciaciones de Hoyos y jamás se me ocurriría mencionar en la misma línea -a no ser en este caso- y definir de manera idéntica a artistas con procesos tan diferentes como Doris Salcedo, María Fernanda Cardozo, Elías Heim y José Alejandro Restrepo, es cierto que en Colombia la discusión respecto a la calidad del arte contemporáneo toca también temas como el criterio con que se realizan las curadurías y la escasez de miradas a la hora de seleccionar y evaluar a los participantes de las diferentes convocatorias públicas. Quizás a muchos no les guste aceptarlo, pero parte de las quejas del público inglés se repiten en el panorama nacional y cada vez es más difícil encontrar espectadores que logren pasar la prueba de los salones regionales, de arte joven y nacionales sin preguntarse sobre el sentido mismo de su existencia, tal y como se conciben en el presente. Y cuando hablo de público incluyo en la definición a un buen número de artistas y académicos. En principio hay que decir que esta no es una crítica general al arte contemporáneo. De partida creo que es posible encontrar de todo en una clasificación tan amplia: artistas talentosos y serios, algunos no muy talentosos pero prestigiosos, uno que otro solamente prestigioso y varios dedicados más a la provocación y al fashion que a la consolidación de un proceso creativo honesto. Eso, sin incluir a los que evidentemente trabajan con la única idea de producir obras que clasifiquen en concursos y convocatorias. El tema es entonces cuál es el criterio con el que se juzgan en el país las diversas manifestaciones artísticas y por qué la provocación ha superado al talento de manera tan contundente. Claro, hay provocadores talentosos, pero la mayoría no tiene tal fortuna. Hay gran distancia entre la honestidad brutal de Tracey Emin o el riesgoso recorrido de algunos trabajos de Damien Hirst, y el infantil deseo de subversión que hoy inunda las muestras y exposiciones nacionales (valiéndose en muchos casos de la exhibición patética de la miseria o la mirada peyorativa a lo popular). Pero claro, la controversia como criterio para juzgar el arte valedero, la sobrevaloración de algunas técnicas y lenguajes y la certeza de que el discurso es más importante que el resultado visual no subsisten solo porque tres o cuatro personas dicten lo que es permitido o no en el panorama artístico nacional. En un sector artístico en el que el debate es notoriamente escaso, salvo casos excepcionales, y en el que la mayoría de discusiones tienen lugar en el ámbito cerrado y protegido de la privacidad, es difícil avanzar en procesos de autocrítica y fortalecimiento. Ello, sin mencionar a una prensa incapaz de controvertir la información ofrecida por sus fuentes y a un mundo académico absorto en sus propias y distantes preocupaciones da como resultado un país en el que nadie plantea en público posiciones adversas, aunque no le guste lo que ve y le preocupe tanto como a los ingleses en qué se invierte el dinero de sus impuestos en este campo. *Periodista.ex redactora de el espectador y el tiempo. Exdirectora de contenidos de calle22.com y ex coordinadora editorial del periódico D.C. del Instituto Distrital de Cultura y Turismo. Artículos relacionados Ministro vs. Artistas Los Críticos también se retractan Más leña al fuego