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El 'celuvicio'

Sara Guevara, lectora de Semana.com, escribe sobre la nueva adicción que aqueja a los jóvenes asiáticos, quienes no se pueden separar ni un segundo de su celular.

Sara Guevara
12 de febrero de 2006

No hace falta conocer la ciudad perfectamente, ni aventurar por las laberínticas calles de Tokio para encontrar en este invierno un buen café, elegante y alejado del mundanal ruido. Basta activar el Sistema de Posicionamiento Global (GPS) del celular y en segundos aparecerá en la pantalla del aparato un mapa detallado a todo color, que se ilumina a cada paso, mientras la voz computarizada nos da las instrucciones.

El celular ha dejado de ser un simple teléfono en Japón y en otros países asiáticos. Millones lo emplean para enviar y recibir docenas de correos electrónicos al día, tener acceso remoto a la oficina y a su computador personal, chatear, descargar música, leer los diarios, e incluso novelas durante las largas jornadas de tren.  

Mientras la tecnología celular de tercera generación se mueve lentamente en Occidente, en Asia el celular evoluciona a pasos agigantados. Aquellas tecnologías consideradas en Estados Unidos como experimentales, en Japón y en Corea del Sur, por ejemplo, ya están desarrolladas y ofrecen un vistazo de lo que será el futuro de las conexiones sin cableado.

Así, no es extraño ver televisión por la pantalla del teléfono, realizar pagos y transacciones bancarias con un código especial, obtener cupones de descuento para restaurantes y comprar boletos de cualquier tipo. Basta con deslizar el celular por una banda magnética especial para que ésta, interconectada a su vez con una institución financiera, se encargue de todas las preocupaciones. 

Sin embargo, lo que sin duda es un gran avance tecnológico se ha convertido en un arma de doble filo. Se ha originado una nueva cultura.

Los jóvenes en Japón y en otros países de Asia comienzan a verlo como una extensión de sí mismos.  Se evaden del mundo y durante largas horas teclean frenéticamente sin que exista nada que los detenga en su incesante envío de mensajes. Se han vuelto adictos. Las autoridades están en alerta sobre el riesgo de esta actividad aparentemente normal.

En Corea del Sur, por ejemplo, el nuevo vicio ha llegado a límites preocupantes para el Ministerio de Comunicaciones. En un estudio dado a conocer esta semana, determinó que cuatro de cada diez estudiantes reciben mensajes de texto durante las clases, y que esa misma proporción de individuos envía cerca de 1.000 mensajes al mes. Algunos, han confesado enviar hasta 400 mensajes diarios.

Los sicólogos dicen estar ante una nueva generación de acosadores electrónicos. Jóvenes que dependen exclusivamente de conocer hasta los mínimos detalles de la vida de sus amigos, y acosadores que buscan llamar la atención mediante el envío sistemático de mensajes completamente sin sentido.

El maltrato psicológico y el acoso sexual han encontrado en la mensajería instantánea a su mejor aliado. Uno de cada cinco estudiantes admiten molestar o haber sido molestados a través del celular.  

En Japón, por nombrar otro caso, las descargas de pornografía y un tipo de prostitución sofisticada, dirigida a menores de edad,  administrada por esquivos "teleclubes", se han convertido en el dolor de cabeza de los padres y de las autoridades que se ven a veces impotentes para controlar este flagelo.  Los operadores de los celulares han comenzado a  aplicar filtros en las líneas de los menores de edad, pero al parecer no es suficiente.   Estas mafias virtuales se las han ingeniado para burlar los obstáculos y aprovecharse a como de lugar de la necesidad de dinero que apura a los jóvenes para pagar las astronómicas cuentas generadas por su vicio móvil, que en muchos casos pueden superar los 500 dólares.

Los jóvenes, por cuenta del celular,  han cambiado. Las escuelas últimamente, aún durante los recreos, son mucho más tranquilas. Ninguno parece tener tiempo para conversar. Muchos prefieren pasar su tiempo libre enviando o leyendo mensajes, o simplemente navegando en Internet. Es infructuoso tratar de descifrar lo que escriben porque las palabras se componen de sílabas, números, símbolos matemáticos y hasta caracteres griegos. El nuevo lenguaje es secreto.

Los sicólogos afirman que esta nueva adicción es más seria que la de Internet o la de los juegos porque el teléfono se lleva a todas partes, es imposible de controlar por un superior, no tiene restricciones y lo peor, parece inofensivo.   Advierten que la "celu-adicción" puede causar depresión, ansiedad, desórdenes del sueño e inhabilidad para adaptarse a nuevas situaciones. 

El fenómeno, hasta ahora ignorado por las autoridades, ha sido abordado desde el punto de vista de la cortesía, para enseñar a los jóvenes en dónde usar el celular. Queda por definir cual será la reacción de las autoridades ante el creciente uso juvenil de los textos para actividades ilegales.

Mientras tanto, las compañías operadoras son las indiscutibles ganadoras. Los millones de mensajes generados por los nuevos adictos multiplicarán las ganancias de este año. Según los expertos, son los jóvenes de entre 13 y 18 años de edad, quienes alimentan una gran tajada de los 500 millones de usuarios asiáticos, que se esperan al cierre de 2005.