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El día en que Bogotá retumbó por la libertad

Desde temprano, la calle y el cielo fueron cómplices de lo que ocurrió hacia el medio día. La ciudad se paralizaría para salir caminando y llenar el aire de bullicio clamando la devolución de los secuestrados.

5 de julio de 2007

No fue un día normal. El 5 de julio de 2007 pasará a la historia como la fecha en que Bogotá retumbó con gritos y pitos reclamando al unísono la libertad de los secuestrados.

Fue una fecha especial. Desde temprano, se supo que por la calle saldrían a caminar millones de personas y que el cielo sería el blanco de una ola de bullicio difícil de silenciar.

En el ambiente se sentía el sinsabor de 40 años de guerra. Se recordaba la triste imagen de Emperatriz de Guevara, que lleva más de un año esperando el cadáver de su hijo, el mayor Julián Ernesto Guevara, que murió durante su secuestro. Y había asco por el reciente asesinato de 11 diputados del Valle, que llevaban cinco años plagiados por las Farc.

Eso manifestaban quienes, de a poco, iban llegando hasta la Plaza de Bolívar, donde estaban invitados los capitalinos para hacer una extensa cadena de personas tomadas de las manos.

Uno de los que más madrugó fue Héctor Giraldo, presidente de la Federación de San Andresitos de Colombia. Llegó con un rollo de telas blancas y cargado de tarros de pintura. Colgó las inmensas sábanas a un muro y en cuestión de minutos se llenaron de huellas de manos amarillas, azules y rojas.

“La gente pone las huellas para decir que cuando secuestran a una persona, secuestran a una familia. Al país lo tienen secuestrado y lo tienen muerto. La gente pone las huellas para decir que Colombia debe ser libre algún día”, dijo con tanto convencimiento, como el que manifestaba cada persona al poner su huella.

Hasta ese momento todo era silencio aún. Algún solitario se atrevía a gritar “¡qué viva Colombia!, ¡qué viva la libertad!”, pero no lo secundaban. Unos iban y venían y la Plaza se fue llenando lentamente de pequeños grupos de personas con camisetas blancas.

De repente, se fueron formando pequeños núcleos de gritos que decían “sí al acuerdo humanitario. No al rescate militar” y otros alzaban sus veces diciendo “que los liberen, que los liberen”.

Hasta que llegó el momento en que nadie cabía en la plaza. Literalmente, no había por donde caminar y la estrechez se regó por varias cuadras a la redonda. Los asistentes se amontonaron hacia la Catedral Primada, donde se celebraba una eucaristía, por la libertad, la misma causa que aglomeró a miles de almas.

Y hubo un leve momento de quietud. Todos estaban esperando las 12 del día, hora acordada para reventar en bulla. Según el plan, a esa hora debía estar lista una larga cadena a lo largo de la carrera Séptima y la calle 26, dos vías principales de la Capital. Justo a las 12, se prendería un bullicio con las bocinas de los carros, las campanas de las iglesias y pitos y silbidos de quienes estuvieran en las calles.

Pero el plan no funcionó. Nadie quiso acartonarse en los andenes de la carrera Séptima. La gente se agolpó alrededor de la Catedral. Después de una leve calma, hubo una repentina explosión de bulla antes de lo previsto. Parecía que ya no había más ganas de esperar para gritar y exigir la libertad de los secuestrados, la entrega de los cadáveres de los 11 diputados y del mayor Julián Ernesto Guevara, y el cese del plagio en el país.

Lo que en otro momento se sentiría como un insoportable estruendo, fue asimilado como un canto angelical. Miles de almas vestidas de blanco gritaban hasta desgarrar sus gargantas una sola palabra: “libertad”. De repente ésta se convirtió en silbidos, pitos de carros, campanas de iglesia y sirenas.

La propuesta de sostener el bullicio durante cinco minutos no caló. Se prolongó por casi una hora, como si fuera la última oportunidad de manifestar el desencanto generalizado que hoy sienten los colombianos ante la guerra.

La propuesta inicial de hacer una extensa cadena humana se convirtió en un lazo de marchantes que emprendieron una caminata improvisada por toda la carrera séptima. Fue curioso. De repente, se veían marchantes que venían de norte a sur, cuando la mayoría iban en sentido contrario. Nadie quería dejar de marchar, de mostrarse, de decir “no más encierro, más libertad”.