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"El fin del conflicto armado no trae la paz"

Angelina Snodgrass-Godoy, experta en el posconflicto en Guatemala, habló con SEMANA.COM sobre las dificultades que enfrentó ese país después de que los grupos armados dejaron las armas.

Juanita León
31 de octubre de 2004

En vísperas de la mayor desmovilización de los paramilitares y cuando más de 3.000 guerrilleros han dejado las armas en los últimos dos años, Colombia, sin haber superado aún la guerra, comienza a enfrentar también los dilemas del posconflicto.

Angelina Snodgrass-Godoy, una de las conferencistas del foro internacional 'Entre el perdón y el paredón: preguntas y dilemas de la justicia transicional', organizado por el departamento de ciencia política de la Universidad de los Andes, que se llevará a cabo el 4 de noviembre, investigó los linchamientos en Guatemala, una vez terminó la guerra.

Sus conclusiones son demoledoras: la justicia posconflicto es difícil y el silencio de las balas no significa la paz.

La frustración entre la población, que no se sienta a negociar pero sí sufre el conflicto, con los mecanismos débiles o inexistentes de justicia transicional en Guatemala y con las pocas oportunidades que trajo la paz, son una advertencia importante para Colombia. SEMANA.COM habló con ella.

SEMANA.COM: ¿Por qué es tan difícil lograr justicia una vez se firma un acuerdo de paz?

Angelina Snodgrass-Godoy: Las guerras, sobre todo los conflictos internos, son procesos muy dolorosos para cualquier sociedad, y no hay una fórmula para balancear la justicia por los crímenes pasados con la reconciliación entre las diferentes partes en conflicto. Los individuos quieren que se haga justicia por las muertes de sus seres queridos, y es importante honrar a las víctimas para sanar las heridas. Pero al mismo tiempo es importante para la gente que ha estado en lados opuestos del conflicto comenzar a vivir y a trabajar juntos en paz.

SEMANA.COM: ¿Usted ha estudiado la frustración de las sociedades que, habiendo firmado un tratado de paz, no pueden perdonar realmente a los victimarios. ¿Qué nos puede decir del caso de Guatemala?

A.S.G: En Guatemala, a diferencia de Colombia, los actores estatales fueron responsables por la mayoría de los crímenes cometidos durante el conflicto armado. En Guatemala, según la comisión de la verdad, avalada por las Naciones Unidas, el 93 por ciento de las violaciones de derechos humanos cometidas entre 1990 y 1996 fueron perpetradas por el Ejército o sus auxiliares paramilitares. Los paramilitares, o patrullas civiles, no eran un bando aparte en Guatemala; ellos eran civiles que en su mayoría fueron forzados a realizar labores de apoyo al Ejército o bajo su supervisión. Las guerrillas solo fueron responsables del 3 por ciento de las violaciones de derechos humanos. Este era un escenario muy diferente del colombiano, donde la responsabilidad es más compartida entre las múltiples fuerzas.

A pesar de esta concentración de responsabilidad en Guatemala, y a pesar de que la Comisión de Verdad concluyó que había ocurrido un genocidio, ninguno de los autores de las matanzas durante los peores años (1981-1983) han sido juzgados, y muchos de los testigos, abogados, jueces y otros han sido amenazados o asesinados. Al mismo tiempo, el crimen organizado y la delincuencia común, incluyendo el narcotráfico, ha aumentado de manera exponencial.

Entonces, a pesar de que la guerra terminó, la paz aún no ha llegado para la mayoría de guatemaltecos. No creo que la cuestión en Guatemala sea que la gente no ha perdonado a los victimarios. El problema es que se ha avanzado tan poco en enfrentar el pasado, y al mismo tiempo hay tantos problemas urgentes en el presente, que mucha gente se siente frustrada.

SEMANA.COM: ¿Ve similitudes con el caso colombiano?

A.S.G: La situación en Guatemala hoy es muy similar a la que muchos colombianos describen respecto a su país: la mayoría de la población añora seguridad, paz y democracia, pero una red de fuerzas ilegales en conexión con elementos corruptos del Estado están ganando mucho dinero con la violencia actual.

Las instituciones políticas son débiles y la población tiene poca confianza en sus líderes. El hecho de que los responsables de las atrocidades no hayan sido juzgados y condenados es parte de la desconfianza, pero no exclusivamente. Gran parte de la frustración de la gente proviene también de una sensación de que su gobierno no les garantiza hoy sus principales derechos.

Concentrarse en el pasado es sólo parte del problema que enfrenta una sociedad en transición. El otro desafío es darle a la gente beneficios tangibles en el presente. Aunque la mayoría de gente espera que el fin de la guerra signifique el fin de la violencia, en el caso de Guatemala esto no sucedió porque había demasiado crimen organizado y una delincuencia común producto de la pobreza, la exclusión, la falta de oportunidades económicas y otras causas. Colombia corre el mismo riesgo.

SEMANA.COM: ¿Qué tipo de negociación con un grupo armado realmente sana a una sociedad?

A.S.G: Lo que puedo decir, con base en mi investigación, es que el desafío de la justicia transicional es proveer alguna respuesta por los crímenes pasados, de tal forma que la gente no sienta que las muertes de sus seres queridos no fueron tomadas en cuenta y a la vez no recurrir a la 'justicia del vencedor', en la que una de las partes le atribuye toda la culpa a la otra, con lo que se perpetúa el resentimiento de aquellos que apoyaron el lado perdedor.

Un elemento clave de esto, que normalmente se ignora, es que por concentrarse tanto en el pasado, las sociedades con frecuencia desprecian la participación de la gente en la construcción del futuro. Lograr que la gente sane su odio depende en gran parte de involucrar a todo el mundo en el proyecto colectivo de construir una nueva nación. Dado que en la mayoría de casos, los conflictos se originan cuando mucha gente se siente excluida o marginalizada, preservar estructuras y prácticas excluyentes mientras se trata de hacer una transición nunca ofrece soluciones de largo plazo. En Guatemala, las negociaciones con las guerrillas fueron exitosas para ponerle fin al conflicto armado, pero las inequidades económicas en la sociedad que dividieron el país y causaron la guerra subsisten. Por lo tanto, el resentimiento y la rabia permanecen.

SEMANA.COM: ¿Qué lección de otras guerras debería aprender Colombia para su actual proceso de paz con los paramilitares y para uno futuro con las guerrillas?

A.S.G: Una lección importante es no confundir el fin del conflicto armado con el establecimiento de la paz. Esa es la lección no sólo de Guatemala sino de todo Centroamérica: las guerras civiles terminaron, pero mucha gente está hoy peor que antes, y esto erosiona el apoyo a la democracia.

El único país de la región que logró evitar ese resultado es Costa Rica. Allí se evitó una guerra larga y sangrienta, y se creó una democracia en la que la mayoría de costarricenses se sintió incluida y beneficiada.

Los otros países en la región han entendido la paz como el mantenimiento del statu quo, en cambio de asumir reformas socioeconómicas estructurales. En el largo plazo, esto conllevará a más inestabilidad.

Creo que el término 'negociación de paz' debe ser entendido no sólo como negociaciones para dejar las armas, sino además como una discusión más amplia sobre cómo resolver las raíces del conflicto político: la exclusión, la injusticia, la falta de oportunidades. Cualquier proceso de paz que no incorpore estos problemas sociales más profundos puede acabar con el conflicto armado, pero es improbable que consiga la paz.