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El payaso que nos devuelve la fe

Marco Antonio Valencia
15 de mayo de 2007

En Almaguer hay una mujer de ochenta años abandonada por sus hijos que recorre las calles con un manto negro en la cabeza, llega a los restaurantes y espera con paciencia que le brinden algún bocado; viéndole las arrugas sobre las arrugas y las historias que respiran en sus palabras, uno no puede dejar de pensar en la metáfora de "cien años de soledad". Las calles principales son adoquinadas y en las esquinas no dice prohibido parquear, sino "Prohibido amarrar caballos". En la iglesia principal hay una Virgen morena que hace milagros sorprendentes del cual dan fe y testimonio cientos de pobladores que le llenan de flores el altar. En los restaurantes el desayuno consiste en caldo de carne, arepa, arroz con carne frita o presa de pollo, un sabroso pan casero y un tazón de café con leche. El parque principal es un monumento al mal gusto: una plazoleta recién reconstruida en cemento y mal terminado que hace llorar por la nostalgia y el encanto de los parques tradicionales con árboles frondosos y bancas que invitaban a conversar. Hay otro lugar llamado "el parque del amor", que más que parque, es un jardín de árboles bien cuidados y flores de excelsas fragancias, un lugar mágico que logra trastornar los sentidos y sus duendecillos hacen enamorar y vibrar hasta los huesos a quienes pasan por ahí. Hay también, una leyenda viva con su maldición incluida respecto a una iglesia abandonada, sin puertas y con el techo en el piso que sorprende a los turistas; dicen que debajo de ella hay túneles y tesoros y que una maldición no permite levantar la iglesia que se ha caído varias veces de manera extraña.
 
Hay poetas que llevan el dolor y las alegrías de su pueblo en versos que cuidan celosamente y leen en jornadas escolares y en tertulias organizadas por la Casa de la Cultura. Hay músicos que dicen haber nacido junto con su flauta o sus tambores porque desde que tienen memoria hacen parte de las decenas de chirimías que hay en el municipio. Hay una torre esperpéntica de telefonía celular que se tira la belleza del paisaje de un plumazo... y hace preguntar a los extraños cómo la subieron y por qué sus pobladores dejaron que hicieran semejante monstruosidad justamente allí. Hay un recuerdo latente y palabras agradecidas para con las monjas franciscanas que ya se fueron, pero que durante años rigieron la educación de señoritas en el pueblo. Hay un Señor payaso que acompañado de su hijo es capaz de devolvernos la fe, la risa y la alegría; porque a pesar de los pesares, Almaguer es un pueblo de ensueño, un paraíso en una tierra donde hay esperanzas, muchas esperanzas andando por ahí.