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Alfredo Zambrano, el rey Momo. Estos personajes tienen la misión de ser los embajadores de la fiesta más importante que vive Barranquilla, y que hoy es patrimonio de la humanidad

Carnaval

El rey taxista

El Rey Momo de este año se llama Armando Zambrano, ha bailado cumbia desde los 12 y, como todos en Barranquilla, durante los días de carnaval tiene un solo objetivo: gozar hasta donde las fuerzas alcancen.

Yenny Cáceres
1 de marzo de 2006

Faltan tres horas para que comience el desfile La Guacherna, uno de los más importantes del Carnaval de Barranquilla y en una casa del barrio Olaya, sentado en una silla, un hombre sueña despierto con una nueva noche de gloria. Tiene la piel morena, laboriosamente curtida por el sol, que contrasta con su camisa blanca, de una tela fluorescente tan brillante como sus zapatos de lentejuelas y el anillo de oro que lleva en su mano derecha. En cualquier otro lugar del mundo sería sólo un taxista. Pero aquí es un Rey Momo, porque a Armando Zambrano Morelo le tocó nacer hace 63 años en Barranquilla, la ciudad con más monarcas de toda Colombia.

Zambrano, director de la Cumbiamba La Arenosa, es el soberano de este año y, apenas puede, aclara que no cualquiera en esta ciudad lleva este título: “Para ser un monarca de mi categoría se necesita una trayectoria intachable, haber fomentado el folclor y ser alegre, mostrando un carisma único e inconfundible”. Y sin una pizca de falsa modestia, remata: “Los reyes anteriores no habían tenido el carisma necesario, en cambio a mí ya quieren reelegirme”.

Durante febrero, el carnaval trastorna por completo a esta ciudad de la Costa Caribe. A nadie parece importarle llegar tarde a las citas o lidiar con el caótico tránsito, liderado por unos microbuses chillones que no saben de pasos de cebra ni de luces rojas. Acá todos quieren gozar. Y todas quieren ser reinas. Y siguiendo este impulso caribeño de no complicarse por nada, hay soberanas para todos los gustos. Desde reinas populares de cuanto barrio exista, hasta reinas gay. Pero la máxima estrella es la reina del carnaval. Nadie vota por ella, sino que la designa la fundación que organiza esta fiesta popular. En una ciudad con una fuerte presencia de población negra, nadie parece inmutarse tampoco por el perfil de la reina oficial: chicas pertenecientes a la elite, de preferencia rubias y con un inconfundible look de candidata a miss Universo.

El Rey Momo entonces viene a equilibrar las cosas. Porque éste es un monarca de origen popular. Aquí no valen ni las cuentas bancarias ni el color de piel. También es nombrado por la Fundación Carnaval de Barranquilla, pero para elegirlo lo que importa es lo que se conoce como “trayectoria carnavalera”. Y de esto sí que sabe Armando Zambrano quien, además de ostentar el título de director de la Cumbiamba La Arenosa, ha pertenecido a esta agrupación de bailarines de cumbia desde los 12 años. Es justamente en esta casa del barrio Olaya, sede de La Arenosa, donde Zambrano espera que pasen las horas antes de su entrada triunfal en La Guacherna. En la fachada del lugar, letras multicolores anuncian al “Rey Momo 2006”, mientras los cumbiamberos se agolpan en la entrada, listos con sus trajes para salir a desfilar.

Al traspasar el umbral de esta casa, que perteneció a los padres de Zambrano, se entiende que este lugar es mucho más que una sede. Esto es el templo de La Arenosa. Desde la sala de la entrada, todas las paredes están decoradas con coloridas guirnaldas, cabezas de toritos y afiches del carnaval. Pero Armando prefiere pasar de largo y conversar en una pieza al final del pasillo. Allí está su altar, con una pared tapizada con fotos de cada una de las grandes figuras que han pasado por la cumbiamba, trofeos y diplomas. Aquí, rodeado de congos de oro y Joselitos (nombres de algunos de los premios que se entregan en época de carnaval), Zambrano se acomoda en una silla adornada con los colores de Barranquilla (verde, rojo y amarillo) y se lanza a contar la historia de La Arenosa, que es también la historia de su familia. Una leyenda que comienza en 1947, cuando sus padres deciden fundar la Cumbiamba La Arenosa, que un año después hacía su debut en el carnaval.

Desde entonces, la agrupación no ha dejado de estar ligada a la familia Zambrano. Luego de la muerte de su padre y del retiro de su hermano mayor, a Armando (el tercero de ocho hermanos), le tocó hacerse cargo de la cumbiamba en 1967. Nunca lo intimidó esta misión. Sólo le interesaba cumplir la promesa que le hizo a su padre, de que “nunca dejaríamos caer La Arenosa”. Ni la muerte de su hermana Ena lo derrumbó. Porque si hay alguien que preside el altar en esta casa, ésa es Ena Zambrano. Muy querida entre los barranquilleros, como cumbiambera era insuperable, a tal punto que gobernadores y alcaldes hacían fila para bailar con ella, cuenta con orgullo su hermano. Después de su repentina muerte, en 1986, a los 34 años, fue proclamada diosa de la cumbia. Para venerarla, en este altar abundan las fotos de Ena bailando, pero lo que más sobresale es una escultura de su rostro, que siempre está acompañada de una vela y un vaso de agua. “Así Ena nos mantiene alejados de las energías negativas”, dice, convencido, el Rey Momo, a quien le ha tocado enterrar a otros dos hermanos. La gran coincidencia es que todos murieron en el mes de marzo, a pocos días del cierre de la fiesta barranquillera: “Gozaron el carnaval y después hicieron la fila eterna a la que todos tenemos que llegar”.

Gozo, luego existo

“¡Goza quien la goza, La Arenosa!”. Este es el grito de guerra que repiten con fuerza los cerca de 50 cumbiamberos de La Arenosa apenas se suben al bus que pasa a buscarlos casi al filo del comienzo de La Guacherna. Van apretujados, pero felices, y hasta se dan el tiempo para improvisar unos rezos. No así Armando, a quien el retraso le preocupa, como si repentinamente comenzara a posesionarse de su rol de monarca. “¡Sebastián!, vamos a llegar atrasados”, grita, mientras el encargado de la organización del carnaval se deshace en explicaciones. Intentan acortar camino por una calle, pero la Policía no los deja. Zambrano se queda callado. Parece resignado, como si recordara que a fin de cuentas él es el rey popular, y no Marichy Dávila, la reina oficial, la que con sus fastuosos trajes copa las portadas de los diarios y viaja a sus actividades con escolta policial.

Treinta cuadras de fervor y sudor. Eso es La Guacherna, el desfile de la calle 44. Es que sólo participando en uno de ellos se entiende de qué diablos están hablando los barranquilleros cuando uno ve repetido hasta el cansancio, en poleras, afiches y folletos, el lema de esta fiesta: “¡Quien lo vive es quien lo goza!” Mientras se comienza a sentir lo que acá llaman la brisa carnavalera –unos fuertes vientos que prometen refrescar a la húmeda Barranquilla–, la Cumbiamba La Arenosa se instala en medio de las casi 300 comparsas que participan en este desfile. Aún nadie comienza a marchar y el delirio ya se toma la calle, que luce más democrática que nunca. Los monocucos, como llaman aquí a los arlequines, parecen ganar en número, pero eso no impide que uno pueda toparse con un fauno, un Julio César y hasta un tigre.

Y claro, también hay un monarca. Porque cuando los músicos que acompañan a la Cumbiamba La Arenosa tocan los primeros tambores y la flauta de millo comienza a sonar, sólo en ese momento Armando Zambrano Morelo olvida su nombre. Ahora le toca ser Rey Momo. Y reinar durante toda la noche, acompañado de Kathy, una sensual barranquillera. Su reinado consiste en bailar, con mucho “sabor”, como dicen aquí. Rey Momo lo sabe, quiere complacer a sus súbditos y le pone empeño, sin dejar de sonreír ni mover coquetamente los hombros ni por un momento. Porque una vez que esto empieza, no para. Las calles están repletas de un público ansioso de venerar a su rey. Lo avivan con gritos –“¡Momo, Momo!”-, muchos quieren sacarse fotos junto a él y hasta las niñitas se le acercan moviendo graciosamente sus caderas.

La euforia colectiva se desata, ruedan por el suelo las latas de cerveza Águila y una mujer con notorio sobrepeso, vestida con una ajustada malla roja y una aleonada peluca rubia, se solaza en ser el centro de las burlas de todos: “¡Shakiiiira, ahí va la Shakiiiira!”. Es como si por un rato, los barranquilleros se olvidaran de toda su amabilidad y descargaran toda la rabia que tenían guardada. La palabra “cachaco”, el apodo con que llaman a los de Bogotá, se comienza a escuchar por todos lados. “¡Cachaco, muévete, cachaco!”, les gritan sin piedad a los que osan no mover las caderas frenéticamente, de esa manera que sólo ellos saben hacerlo. Por si a alguien le quedaran dudas de qué se trata todo esto, la leyenda de la camiseta que lleva una barranquillera se encarga de aclarar las cosas: “Goza y después existe”.

La realeza por dentro

Armando Zambrano Morelo mandó a empastar un libro que lleva su nombre con letras doradas sobre un fondo negro, en el cual se pueden encontrar recortes de prensa, fotos y algo así como su biografía, donde escribió: “Siguiendo la ley de Dios de multiplicarnos, la cosecha es de 10 hijos”. De todos ellos, Dick Charles, de 27 años, es el único que participa en la Cumbiamba.

Es el día después de La Guacherna, y La Arenosa se prepara nuevamente para salir a las calles en la casa del barrio Olaya, porque les espera otro desfile, esta vez en la calle 84. Dick Charles dice estar orgulloso de su padre, pero aburrido de que “me estén mamando gallo, jodiéndome la vida, diciéndome el Momito, pero tengo que aguantar porque a mí me gusta joder demasiado”.

Pero lo de mamar gallo le viene del padre. Porque si en la mitología grecorromana el Rey Momo era un personaje asociado a la crítica jocosa y la burla, Zambrano le hace honor a esa tradición. Para sus hijos, escogió nombres de antología. Acá una pequeña muestra: Lindon Aldrin, Eduvigis Divina, Bella Enit, Linda Argelia o Haigwel Armando. El Rey Momo ahora está vestido con una camisa de satín dorado y, aunque el bus tiene casi una hora de retraso, luce más relajado y hasta se da tiempo para explicar de dónde vino lo de Haigwel: “Estaba en la clínica, tomando whisky, de marca Haig, y quería ver a mi hijo, entonces ahí fue cuando se me ocurrió unir ambas palabras: Haig-wel”.

Y cuando muestra sus dos celulares, aclara que uno es “camufle”, y el otro es “el sagrado, para la esposa”. Que a estas alturas, es la tercera. Con una sonrisa pícara explica que si ahora va en la tercera esposa, es “porque fueron canitas al aire y hay que aceptarlo”. Con cada una de ellas tuvo hijos, que le han dado 11 nietos, pero lo que parece tenerlo más satisfecho es que “abrí con hembra y cerré con hembra”. Dice que todos sus hijos se quieren y conocen, pero, aludiendo a sus esposas, aclara: “Las que no se quieren son las muchachas”.

En este mapa de la realeza por dentro, hay una mujer que es la más férrea guardiana de que el reinado de Zambrano fluya sin contratiempos. Se llama Luz Marina Zambrano y es su hermana, otra cumbiambera neta, la que se encarga desde organizar los ensayos de La Arenosa hasta revisar que los adornos en las cabezas de las bailarinas luzcan perfectos. Aunque es una mujer de pocas palabras, su mirada se ilumina cuando cuenta que el día que Marichy Dávila leyó el bando –espectáculo en que la reina da inicio a las actividades carnavaleras– el pasado 21 de enero, pidió la reelección de su hermano como Rey Momo.
O sea que esto podría seguir otro año más. Y en ese caso, a Zambrano no le quedaría otra que volver a “rascarse los bolsillos” para financiar lo que cuesta ser Rey Momo. Porque aunque la organización del carnaval le pasa unos fondos, eso apenas le alcanzó para solventar el 40% de los gastos. De los 12 trajes que se mandó a hacer, el más caro fue el que usó el día de su coronación –una larga capa verde de terciopelo y plumas– y que costó cerca de dos millones y medio de pesos. Y para eso tuvo que recurrir a los ahorros que le da su trabajo como taxista, oficio que durante las semanas que duran las actividades de carnaval tiene que dejar de lado para dedicarse de lleno a lo que parece gustarle más: reinar. Pero, como todos en Barranquilla, Zambrano no se queja por tener que gastarse todo por el carnaval. Aunque confiesa su deseo más íntimo: “Espero que alguna estrella luminosa le regale al Rey Momo los 10 millones que gastó y así pueda recuperar el dinero”. Pero ahora otro desfile le espera. Porque así es Barranquilla en época de carnaval. Insaciable con sus ganas de gozar. E impredecible. El único lugar del mundo en el que un taxista pudo llegar a ser rey.