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La sicóloga Dary Lucía Nieto, de la Fundación País Libre, es especialista en acompañamiento a familiares de los secuestrados y a liberados.

ENTREVISTA

“El secuestrado le teme al olvido, que se lo trague la selva, como dice La Vorágine”

A propósito de la carta enviada por el coronel Luis Mendieta a sus familiares, Dary Lucía Nieto, sicóloga de la Fundación País Libre, habló con Semana.com sobre cómo es la situación emocional del grupo de secuestrados y las etapas que se viven en cautiverio.

César Paredes
17 de enero de 2008

Luego de leer la conmovedora carta en que el coronel Luis Mendieta le explica a su familia cómo es su situación, Semana.com habló con la sicóloga Dary Lucía Nieto, especialista en acompañamiento a familiares de los secuestrados y a liberados. La sicóloga explicó cuál es la situación emocional que vive el grupo de secuestrados entre los cuáles está el ex gobernador del Meta, Alan Jara, los capitanes de la Policía Enrique Murillo y William Donato.

Semana.com: ¿Qué información de la condición sicológica del coronel Mendieta se puede entrever en la carta que le envió a su familia?
D.L.N.: Se nota un especial interés de mantener conciencia de su historia del día a día con detalle. Eso habla de la capacidad intelectual como una de sus estrategias para manejar la situación difícil. En su relato uno encuentra que no hay desánimo ni desesperanza, todo lo contrario, muestra una lucha por la vida, una lucha que se ha vivido en grupo, que ha tenido diferentes etapas. Él hace una claridad, que esta es la sexta carta, quizás hubo otros momentos más difíciles que tendrían qué ver con la adaptación inicial. En su forma de escribir se entrevé una evolución emocional, intelectual y cognitiva de lo que ha vivido, tratando de mostrar los logros por encima de las circunstancias. Ésta es una etapa donde se han superado muchas circunstancias, donde a través de una relación el grupo ha aprendido a convivir y a sacarle provecho máximo al tiempo. Pero hay que entender que son seis años de cautiverio.

Semana.com: Usted menciona varias etapas que vive un secuestrado, ¿cuáles son y cómo se viven?
D.L.N.: El tiempo lo vive cada persona de manera individual. Las etapas duran según los referentes de la historia personal, experiencias, capacidad de adaptación, flexibilidad de los recursos que utiliza para relacionarse con el entorno (intelecto, emociones, carácter) etc. Hay una primera etapa de ‘negación’ donde el secuestrado se resiste a la idea de que está en cautiverio. Piensa que se equivocaron, que lo van a liberar ya, que cuando sepan quién es, lo van a soltar. Hay personas que a las dos horas aceptan esa condición, hay quienes salen después de cinco años peleando con la idea de que estuvieron secuestrados.

Semana.com: ¿Y luego qué pasa?
D . L. N.: Después viene una etapa de ‘aceptación’ que está acompañada de profunda tristeza, dependiendo de la intensidad se convierte en depresión (que es un cuadro clínico más fuerte). Puede estar acompañada de intentos de suicidio o de fuga, según lo vivido por cada uno. Luego empieza a buscar los recursos psíquicos para salir de esa etapa que pueden ser: un amigo, un riesgo de muerte que lo confronta. Cuando se supera esa etapa comienzan a comer, además el cuerpo se ha adaptado a las condiciones.

Semana.com: ¿Y entonces?
D. L. N.: Después viene una etapa de rutina con desasosiego, es una lucha para que el tiempo no se vuelva el enemigo. Empiezan a buscar qué hacer, qué estudiar. Piden libros. La mayoría desarrolla su parte espiritual. En el caso de este grupo, el nacimiento de un niño, se interpreta como una respuesta a la búsqueda de sentido. Se nota el compromiso del grupo, la visualización de rol de padre, de hermano, en el caso de los hombres que le hacen ropita al niño. En todo este proceso se ha utilizado como estrategia la ‘no proyección’, que es diferente de la desesperanza. No es fácil planear sino que se vive el día a día y eso genera más adaptación. Aceptar que no se puede tomar decisiones y distinguir sobre qué tienen dominio, con qué pelean y con qué no, manteniendo su dignidad. Por eso los cambian de sitio, para generarles la sensación de sometimiento. Por eso hay amenazas y separaciones. La adaptación a la hora de salir depende del momento, de la etapa en la que el secuestrado sale a la libertad. Hay quienes salen en la etapa en que se han adaptado y uno se sorprende, porque han hecho toda una elaboración de su condición y es más fácil.

Semana.com: Mendieta menciona que guardó por un tiempo una lata de pulpa que se comió el día de su cumpleaños. ¿De qué manera en esta etapa de aceptación que usted menciona cobran significado las fechas, los detalles?
D.L.N.: Una cosa que demuestra este hecho es cómo los secuestrados son recursivos para celebrar sus fechas importantes. Guardar la lata para la celebración de su cumpleaños durante mucho tiempo demuestra que sabía que iba a ser un tiempo largo y confiaba en que iba a tener con qué celebrarlo. Eso muestra que hay una aceptación de la situación que se vive. No es una crisis, ni un caos, ni una negación. Por otro lado, mantener la memoria sobre los hechos difíciles de él y sus compañeros es evidencia que el grupo es consciente de la importancia de mantener una relación clara con el espacio y el tiempo. Ése es uno de los ejercicios que se recomienda en situaciones límites para mantener una psiquis sana. Ellos hacen ese ejercicio porque les da sentido, porque lo saben, porque lo han aprendido, porque lo conversan con la esperanza de relatar lo vivido, porque saben que es una experiencia significativa que los une.

Semana.com: ¿Existe el caso de los secuestrados que deciden borrar de la memoria momentos de su cautiverio?
D.L.N.: Hay unos secuestrados que lamentablemente en esos momentos de desesperanza, en las primeras etapas especialmente (que se vuelven a repetir pero de manera diferente y son más cortas) viven los días con desidia, no les importa. Porque el contar las horas, los días, se vuelve difícil, porque el tiempo se hace eterno. En esa etapa hay quienes deciden cortar esa relación temporal. Pero lo que he visto como sicóloga es que para esas personas hay más dificultad en su recuperación posterior, más afectación sicológica que el que tiene una conciencia cronológica. Esa conciencia es como hacerse cargo de su situación, mantener el control de su vida a pesar de las circunstancias. Cuando narra en tercera persona mantiene la relación con el ‘afuera’, que es un esfuerzo por mantener una relación con la memoria de su familia, de que lo recuerden, de dejar constancia de su situación y de las condiciones que le toca vivir. Porque una de las cosas que más teme un secuestrado es el olvido, que se lo trague la selva, como dice La Vorágine.

Semana.com: ¿Qué importancia tiene una carta escrita por un secuestrado, desde el punto de vista de quien la escribe y de quien la recibe?
D.L.N.: No solamente para el que la escribe, que está generando un vínculo que es importante, sino que en estos momentos es más importante para la familia que recibe la carta. Por eso es primordial para nosotros exigir pruebas de supervivencia. Eso es lo mínimo que pide una familia, porque es la posibilidad de construir su historia, de organizarse alrededor de la situación. Parte de lo que más maltrata a una familia es no tener conocimiento del estado de salud de su familiar, de saber cómo está. En este caso, produce mucha tristeza el saber cómo están los secuestrados, pero con cosas reales. Permite imaginar el sufrimiento, la persona, las cadenas, el momento en que escribe, de manera más clara, más fuerte y es la posibilidad de saber qué va a vivir. Eso genera esperanza.

Semana.com: ¿Qué pasa con la espiritualidad?
D.L.N.: Comúnmente se asocia la espiritualidad a una expresión religiosa. Pero la espiritualidad es inherente al ser humano. Creer que por no ir a misa no se es espiritual no es cierto. Todos tenemos esa parte. La espiritualidad se fortalece porque cada día se va entendiendo el concepto de vida en una dimensión más profunda, no como nosotros la entendemos con un ritmo vertiginoso y de ocupaciones cotidianas. Sino vida con el sentido que tiene cada decisión, cada relación, los valores, etc.

Semana.com: En el último párrafo de la carta hay una recomendación que es para todos los colombianos. “Entre todos cuídense”, “de padres a hijos”, “entre hermanos”, etc. ¿Qué quiere decir Mendieta con esto?
D.L.N.: Es una expresión del remitente porque ha aprendido a trabajar en grupo y sabe la importancia de la unidad. Una de las cosas que me he dado cuenta es que nuestra sociedad es individualista y promueve el egoísmo. Un secuestrado aprende el concepto muy definido de lo que es la soledad y la solidaridad. Y a lo que la mayoría invita es a la solidaridad. A salirse un poco de sus propios intereses e interesarse por el otro, por su dolor, sus necesidades, por escucharlo.

Semana.com: ¿En qué medida los medios de comunicación favorecen el proceso de recuperación sicológica, antes, durante y después de un secuestro, para la familia y para el secuestrado?
D.L.N.: Antes, cuando se logra generar una sensibilidad con los secuestrados que existen y que cualquiera es susceptible de estar en una situación de secuestro. Que dejemos de ver el secuestro como algo que le pasa sólo a los políticos, o comerciantes y gente importante. Durante, cuando se habla con todo el respeto por no divulgar datos con detalle de las personas porque se puede subir el nivel de riesgo a la familia, a otro familiar o al secuestrado mismo. Y después, porque si no se conoce toda la afectación que tiene una persona durante, tendemos a hacer juicios de valor injustos. Cuando una persona sale del cautiverio se produce una confrontación de valores entre quienes estamos en la libertad y quienes han padecido el secuestro. En medio de la chiva y el comentario se hacen preguntas que sugieren una respuesta y la persona que ha estado en cautiverio no tiene definido el concepto de intimidad porque le ha sido vulnerado y la persona no tiene la capacidad de poner límites y responde sin conocer las consecuencias que puede tener para su vida personal y el escenario político y social. El periodismo debe tener una actitud ética, reconocer que la persona no tiene la capacidad de responder, que es necesario darle tiempo para que re signifique su concepto de intimidad, sus valores, la confianza en sí misma.