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Contra el lugar común

Elogio a la tartamudez

Gonzalo Fuenmayor, lector de SEMANA.COM, destaca las ventajas de ser tartamudo y desvirtúa el prejuicio.

21 de noviembre de 2004

Vengo a mucho orgullo de una tradición de tartamudos. Mi abuelo se lo pegó a mi papá. Mi papá contagió del mismo 'encanto' a mi hermano menor y a mí. Mi hermano menor, José Felipe, afortunadamente nació fluido.

A mi hermano Rodrigo lo intentaron 'curar' llevándolo donde la doctora de la lengua a muy temprana edad. A mí me dejaron a mi suerte balbuceando palabras a medias y ametrallando oraciones de vez en cuando. No sé si lo llevaron a él porque su 'mal' era peor que el mío. Yo lo sentí como una discriminación tierna de mi mamá. En fin, nunca supe que era un problema hasta ser víctima de amigos que intentaban tartamudear también con la mezquina intención de hacerme sentir mal. Que va. yo les daba la bienvenida al club, y después me salían con un chorro de babas. Ellos eran fluidos de verdad, verdad. Yo, a ratos únicamente.

En fin. El tener un nudo constante en el triángulo de las Bermudas de mi garganta, lengua, laringe, o el lugar exacto donde vanidosamente aparecen los obstáculos invisibles que florecen como tartamudeos, ha tenido más ventajas que desventajas.

Pero comenzaré por las desventajas. Lo peor es cuando uno está en el entretiempo de un partido de fútbol y el hambre despierta. Hay que ir a una tienda tupida de hinchas hambrientos. El escenario es sencillo y complejo a la vez: mucha gente fluida haciendo pedidos, pocos atendiendo. El objetivo: no gaguear, hacer un pedido conciso y rápido. Una cosa es gaguear; la otra, gaguear en público y afectar el curso normal del evento. Con tanta gente, el que atiende no tiene tiempo para tarareos. Es la ley del que hable mas rápido.

Ahí es donde son esenciales las calistenias mentales. Uno va internamente repitiendo la vaina, como si fuera una especie de mantra, respirando, cogiendo el impulso necesario para soltarlo todo. Ayuda usar manos y gestos, y apenas uno sienta que le están parando bolas, soltar esa bola de fuego que uno ha venido amasando con cariño dentro de la boca. El acabóse se forma cuando el que atiende pide que repita el pedido o peor aún, cuando no hay lo que uno ha balbuceado con tanto esfuerzo.

Ahora las ventajas. Ser tartamudo ha redefinido mi posición dentro de la comunidad. No sé si sean vainas de mi abuela paterna, pero si me voy a montar en un bus, debo tener el cambio exacto antes de llegar a la parada de éste. Parecido ocurre al rebotar, amasar, ablandar las palabras dentro de mi conciencia para que salgan más ligeras al momento de hacer pedidos en establecimientos públicos. El trancón se puede formar a cualquier hora, y todo gracias a la tartamudez.

La otra parte del asunto es que el léxico crece exponencialmente con el grado de gaguera que uno tenga. Mi abuelo, que en paz descanse, decía que gagueaba hasta escribiendo a máquina. Me senté con el abuelo bastantes madrugadas a escribir en dúo ensayos para la clase de castellano en un cuarto lleno de libros y diccionarios. Yo dictaba mientras él transcribía y hacía la corrección de estilo simultáneamente. Sé que fue una persona muy sabia y estoy convencido de que la gaguera tuvo que ayudar en algo aquella fascinación con las palabras.

Yo al menos ya sé cuáles son las palabras inelásticas y testarudas, o dadas a enredarse. Por eso tengo un inventario de palabras alternas que uso solo en casos de emergencia. Al igual que mis progenitores, también he desarrollado una facilidad para cálculos mentales indispensables para intercambiar palabras ligeras al aroma más leve de un nudo.

Mi mamá ha vivido por más de 28 años con puros gagos. No ha sido contagiada y hasta creo que ha ayudado a afinar su oído en su profesión de mujer orquesta. Cada vez que hay una proeza de mi papá, o de alguien perteneciente al club de los gagos. dice: ".si vieras cómo habló de bien tu papá-hermano-etc., ni gagueó".

Creo que de tanto convivir con gagos ha desarrollado también una capacidad mental extraordinaria, un sexto sentido, una especie de telepatía. Usualmente mientras charla, se pone en lugar del otro (fluido o no fluido) y completa sus pensamientos y palabras. Presintiendo los esfuerzos rutinarios de la garganta (o donde sea que se genera la gaguera), mi mamá suelta posibles opciones, conclusiones, resultados para que uno, en medio del desespero por desembuchar la idea, solo pueda escoger a, b, c, o d. Creo que es menos doloroso que presenciar unos cuantos minutos de muecas y metrallas, y hace la conversación un tanto más fluida.

Es imposible camuflar una gaguera. Lo he intentado mil veces y muy pocas se comen el cuento. Hay veces en que enredo oraciones con bostezos atravesados, nombres con tarareos de canciones imaginarias, etc. Siempre que voy a un restaurante con mi papá, lo miro cuando ordena. Yo ya sé lo que va a pedir, pero cuando el mesero se acerca, él se hace como si estuviese pensando. Indeciso entre un plato y otro manifiesta en voz alta su titubeo. Qué va... puras calistenias mentales y vocales para que le salga la vaina de un solo chorro. Yo soy igualito, la cosa es que mentalmente intento practicar y como nadie me oye a mí mismo rebotando la frase en mi conciencia una y otra vez, creo que se da la apariencia de fluidez.

Dicen que ya no soy tan gago. No sé quiénes son los que dicen eso. No les creo, ni les quiero creer. La gaguera es una actitud bacana. Creo que incita a pensar las cosas antes de balbucearlas (obvio, nosotros las tenemos que colar varias veces). Incrementa el léxico y ayuda a desarrollar la capacidad telepática e imaginación de las personas alrededor de uno. Y eso que no he mencionado la paciencia, ¿quién dijo yoga? Con más gagos en el mundo, definitivamente las cosas serían un tanto más calculadas, la gente posiblemente caminaría un poquito más despacio, quizás con una imaginación más desarrollada, pero con filas y demoras ridículas en las tiendas de estadios de lo que sea.