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María (al lado de otras 60 jovencitas más que llegan al mes) ya se está recuperando en la sede de la Fundación Renacer en Cartagena, una ONG dedicada a combatir problemas como la explotación laboral y sexual en niños. (Foto: Andrea Peña)

Prostitución

En la edad de la inocencia

Cartagena concentra unos 1.500 niños y niñas víctimas de explotación sexual. Se inician a una edad cada vez más temprana, la ley es demasiado laxa con los proxenetas y la recuperación de las víctimas no es fácil. ¿Cómo se combate el fenómeno en esta ciudad?

Andrea Peña
15 de mayo de 2006

“Comenzaron a tocarse entre ellos, delante mío, y me decían que así se hacían los grandes para darse cuenta que ya eran adultos. Yo me quedaba quietica para que no se acercaran a mí. Se cogieron tan duro, que Franky sangró. Después me miraron todos asustados. A Franky se le saltó la rabia, yo no sé por qué, y comenzó a restregarme todo. Me decía que era mi culpa, me ensució la falda y yo me escapé como pude. Me fui para mi pieza y boté mi ropa para la casa de al lado. Por supuesto la vecina se dio cuenta y le devolvió enterita la falda a mi mamá y a mi hermano mayor, toda sucia. Ahí mi mamá pensó que me habían ´desvirgao` y me dijo que si tanto me gustaba esa vaina, me iba a poner a trabajar en eso”. Así fue cómo María se echó a andar por el camino de la prostitución. Tenía 11 años.

Mientras recuerda la horrible escena, María también cuenta que a los ocho años fue violada por un vecino y que a los 13, probó la marihuana (y una vez el ‘perico’). Hoy, a sus 15 años, trata de recuperarse de tanta mala vida: esta negrita de figura rolliza, pechos incipientes y caderas bien redondas, hace parte de los 1.500 niños y niñas que se calcula son víctimas del turismo sexual en esta ciudad, apetecida por el millón y medio de turistas nacionales y extranjeros que anualmente llegan a La Heroica.

Por fortuna, María (al lado de otras 60 jovencitas más que llegan al mes) ya se está recuperando en la sede de la Fundación Renacer, una ONG dedicada a combatir problemas como la explotación laboral y sexual en niños. En el último año, esta fundación ha recibido 708 casos por prostitución infantil. La sede está en un edifico viejo de la zona conocida como Getsemaní, entre hoteles viejos, bulla costeña y gritos de vendedores. Adentro está María, en uno de los salones que guarda un improvisado consultorio médico. Sin emoción, sólo mueve los labios para contar cuál es el sueño más grande de su vida: “no tengo ninguno en especial... Bueno... pensándolo bien, hay uno: montar en una bici mía. Creo que eso me pondría feliz”.

El trabajo sexual no es un delito en Colombia, pero si se hace con niños, sí lo es. Por lo general, los explotadores son los mismos vecinos o familiares, incluso las mamás, (como le sucedió a María), y en algunos casos son inducidos por pandillas que utilizan niñas entre los 14 y los 17 años. Casi el 34 por ciento de estas niñas tuvieron su primera relación sexual con una violación.

El negocio

Cartagena concentra una buena parte de los niños explotados en todo el país, hecho que mantiene en alerta roja a esta ciudad desde hace unos 15 años. Del negocio saben muchos: algunos taxistas, cocheros, meseros y carperos de las playas hacen las veces de intermediarios para que los proxenetas hagan de las suyas. Con listas de celulares en mano, el cliente puede escoger la edad de la mujer con la que quiere estar y pedirla al hotel donde se encuentre. Los alrededores de la Plaza Santo Domingo, Bocagrande, las playas y las discotecas del Portal de los Dulces son algunos de los sitios preferidos por los proxenetas. La realidad todo el mundo la conoce, pero son muy pocos los que la denuncian.

Eso preocupa a las autoridades. El grupo Humánitas de la Sijin y la Policía de Menores trabajan para erradicar el mal que ubica a Cartagena (después de Medellín) como la segunda ciudad más afectada por la prostitución infantil. A pesar del empeño, los resultados no son alentadores: En el segundo semestre de 2005, fueron capturadas siete personas por delitos relacionados con proxenetismo, dos de ellos ya quedaron en libertad y ninguno ha sido judicializado. “Hasta el momento no hay una sola persona condenada por un delito relacionado con la prostitución infantil en Cartagena, y por eso estamos trabajando para impulsar una ley más dura contra los delincuentes”, dice Véronique Henry, de la Fundación Tierra de Hombres, una de las ONG internacionales que al lado de Renacer y Bienestar Familiar trabajan sobre el tema.

Las sanciones para los delincuentes, en caso de ser condenados, tampoco son grandes, sobre todo si se tienen en cuenta los beneficios de rebaja de penas: por inducción a la prostitución se puede pagar una pena máximo de seis años; por constreñimiento (obligar a una persona a prostituirse), 13 años; y por pornografía con niños, 12 años. “No nos hemos quedado con los brazos cruzados.

¿Qué hacen las autoridades? Hacemos charlas y allanamientos en hoteles, moteles y colegios para combatir este delito”, señala el coronel Mauricio Agudelo, comandante de la Policía de Cartagena y uno de los líderes de la campaña Abre tus ojos, en contra del turismo sexual.

La recuperación

Para salvar a Cartagena de la prostitución infantil se necesita un trabajo integral de las instituciones del Estado y por eso no basta este trabajo que hace la Policía. Es importante reintegrar a la sociedad a las víctimas de este maltrato como María y, por tal razón, Bienestar Familiar trabaja con hogares donde los adolescentes se recrean, se educan e intentan aliviar el dolor que vivieron en su niñez.

“Nuestro trabajo se dirige a restaurar la autoestima en tres etapas: la inducción a un proceso de recuperación, la exploración de sí mismos y el reintegro a una sociedad sana. En principio deberíamos trabajar con la familia, pero el porcentaje de niños que son acompañados por sus padres es mínimo”, anota Nelson Miranda, subdirector terapéutico de Renacer en su sede de Bogotá, y quien explica que el tiempo para que un niño se rehabilite tarda entre 12 y 18 meses. “Las situación se complica cuando hay adicción a las drogas, ya sean consumidores esporádicos o adictos, o cuando toca tratar a un menor con medicamentos psiquiátricos”, agrega.

En la sede de Cartagena, hay 23 especialistas (entre sicólogos, educadores y trabajadores sociales) que trabajan con los niños. Además, hay dos profesionales que hacen un trabajo de campo para ‘pescar’ en las noches a los niños que estén siendo explotados. “Cuando ellos los detectan, comienzan a charlar con los niños y si logran persuadirlos, los traen para la sede. Nosotros les damos alimentación, asistencia sicológica y recreación guiada, pero si el problema es muy grave, los mandamos para Turbaco, donde tenemos 30 niñas y dos niños que han sido abandonados, que tienen problemas de drogadicción o alcohol y que necesitan mayor atención. Por cada caso que recibimos, creemos que hay otro que no se denuncia”, dice Fabián Cárdenas, director de Renacer Cartagena, y quien varias veces ha sido amenazado por las mafias que practican este delito.

Sobre estas organizaciones las autoridades no tienen un mapa definido, ya que se confunden entre miembros de las familias de las víctimas y habitantes del barrio ampliamente reconocidos en sus zonas. “A veces las familias sacan a trabajar a muy temprana edad a sus hijos para que trabajen en la calle, y allí se encuentran con negociantes que pueden eventualmente traficar con los menores. Esta situación es más evidente en estratos bajos, pero hemos detectado que el delito se produce hasta en entornos de clase media”, añade Cárdenas.

La recuperación de las víctimas no es fácil. En medio del restablecimiento de su autoestima, las niñas que llegan a Renacer aprenden de costura, informática, manualidades y hacen terapia constante con las sicólogas. Muchas lo logran y se dedican a un trabajo digno. Otras, movidas por las drogas, el alcohol y el dinero, reinciden. “A pesar de que hay niñas como María que traen historias propias de la vida adulta, es muy difícil dirigirse a ellas como mujeres. ¡Son niñas!”, dice una de las terapeutas a cargo.

Fabián también ha sido testigo del proceso de María, quien ahora evoca que estuvo con un gringo, un brasileño y con algunos borrachos malolientes que conoció en La Boquilla, y quienes le pagaron a su madre no más de 20 mil pesos por 15 o 30 minutos. “¿Relaciones sexuales? ¿o sea penetración? No, eso no. Ellos sólo me han tocado y ya”, dice.

Por encima del sufrimiento que le causaron, también está la esperanza de salir al otro lado. En la misma silla oxidada del médico, a espaldas de un estetoscopio y un tensiómetro, esta niña termina su historia y trae a su memoria por qué su familia la rechaza tanto. Desde pequeña le gustaba vestirse como niño, con pantalones anchos, pisar firme como los hombres, hablarle fuerte a todo el mundo y hacer pulso con las manos. Por esa misma razón jamás entenderán el sueño de su vida. “Quiero vivir con Margarita. Es una amiga que conocí hace rato por ahí. Ella está dudosa, dice que me quiere, pero que todavía estamos muy chiquitas y que lo mejor es estudiar y trabajar... ¿Sabe qué?, yo cambiaría la ‘bici’ por Margarita”.


(Los nombres de todos los niños citados en este artículo fueron cambiados para proteger su identidad)