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Errar es genial

Esta semana Ciudad de México será la sede de Expo Management 2003, evento que reúne a los principales exponentes del mundo de los negocios y el liderazgo empresarial para analizar las nuevas tendencias en este campo. La novedad de este año es el director de orquesta Benjamín Zander, quien explica cómo en la música, al igual que en la empresa, los errores son una fuente de aprendizaje e inspiración. Lea texto completo.

1 de junio de 2003

Igual que la persona que da por sentado las olas del mar, o pierde contacto con la briznas de hierba mecidas por la brisa, el músico se aleja de la esencia de su música cuando toca solo y únicamente se concentra en su ejecución de notas individuales y de armonías perfectas. El error cometido es el mismo: la persona, al no darse cuenta de la proximidad de la naturaleza, bloquea su expresión de fuerza vital. Del mismo modo, el músico rompe la melodía central de su pasión musical cuando se limita a interpretar su visión de color, de emoción personal o de armonía. Si esto sucede, lo más probable es que su actuación sea gris y monótona.

La sonata Claro de luna de Beethoven es el clásico ejemplo de una pieza cuyo sentido puede cambiar por completo si el pianista hace demasiado hincapié en los acordes de la mano derecha en detrimento de la melodía del bajo, cosa que sucede con frecuencia. El tempo se altera cuando, por decisión individual y para jugar con las sombrías notas de la mano derecha, la pieza deja de ser una fantasía ligera y directa como quería Beethoven, para convertirse, según los cánones tradicionales, en un puro lamento nostálgico.

Leon Fleischer, renombrado pianista y maestro, afirma que tocar una pieza musical es como realizar un ejercicio contra la gravedad. El papel del músico debería ser el de atraer la atención de quien le escucha ejecutando la pieza, que, a su vez, no es otra cosa que una división artificial de barras sobre un pentagrama y que no tiene nada de que ver con el fluir de la melodía como concepto global. Para relacionar las secciones más largas de una pieza, el músico puede elegir un tempo más rápido, lo cual no ocurre cuando su deseo es prestar atención para destacar notas individuales o armonías verticales. Ello explicaría por qué las marcas de metrónomo en las obras de Beethoven y de Schumann indican movimientos rápidos, o mejor dicho, demasiado rápidos, según opinión de muchos músicos y eruditos, lo que refleja la pasión de esos compositores.

La vida fluye cuando prestamos atención a los patrones vitales que conforman la globalidad de nuestra existencia. Del mismo modo, la música va in crescendo cuando quien la ejecuta sabe distinguir entre las notas cuyo impulso conforma la estructura de una pieza y las que son puramente decorativas. La vida adquiere forma y sentido cuando somos capaces de trascender las barreras de la supervivencia personal y nos convertimos en el conducto único e inimitable que encauza la energía vital. Así es como la música se revela esplendorosa cuando su ejecutor sabe conectar las notas estructurales, como el pájaro que se balancea delicadamente sobre un único punto de apoyo.

Hace muchos años aprendí armonía en el conservatorio de Florencia, donde se nos enseñaba a identificar la rúbrica de cada acorde por separado, con lo cual la hoja de estudio analítico parecía la cuadrícula de un plano. Nuestros profesores nunca nos indicaron que existieran conexiones entre un acorde y otro, lo cual nos mantenía al margen de la estructura armónica y del flujo musical. En otras palabras, no conseguíamos obtener una imagen global de la pieza. Cuando esto se logra, se pueden identificar todos los rasgos y la estructura entera, se oye y se percibe un significado distinto, a menudo mucho más intenso que el que se distingue normalmente. Sólo cuando se revela la forma esencial de la música, es posible sentir una verdadera pasión por ella. Un estudiante de posgrado en una clase que imparto en la escuela preparatoria Walnut Hill donde ejerzo de director artístico, entendió la noción con claridad y la expresó así en una hoja blanca. Acababa de escuchar a un compañero tocar el primer movimiento de la suite número 2 en re menor para violonchelo de Bach. En su opinión, la expresión era buena pero tenía poco sentido en lo que se refería a la forma intrínseca de la pieza. La ejecución parecía derramarse sin ton ni son, con una pausa por aquí y un énfasis por allá, carente de una noción clara que realzara la armonía y la línea melódica.

Después de analizar la estructura, la dirección y el carácter de la pieza en clase, el violonchelista ejecutó la obra una vez más con la coherencia y el simple fluir que se habían echado en falta la vez anterior. Ese mismo ejemplo podría llevarse con claridad a cualquier actividad humana -incluida, claro, la empresarial-. A veces, los directivos de las organizaciones se concentran mucho en los detalles de los procesos, más que en el proceso en sí. No importa si fallamos una nota o si desafinamos por un momento, siempre y cuando la integridad conceptual de una pieza sea honrada y, sobre todo, ejecutemos la música con pasión y entrega. Cuando es así, incluso los errores nos pueden conducir a nuevos caminos que hagan de la pieza en cuestión algo más que mera música.

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