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PERIODISMO

Extracto del libro de Darío Arizmendi "7 años secuestrado por las Farc"

José Eladio Pérez, ex congresista secuestrado, cuenta un capítulo triste del perro que le regaló un guerrillero.

30 de mayo de 2008

Joaquín Barbas, un comandante que me parecía familiar, tal vez lo había visto en la Universidad de Nariño, fue muy deferente conmigo. Me decía Lucho y un día me regaló un perrito con el que me encariñé y, por supuesto, él conmigo. Lo cuidaba, lo «chocholeaba» todo el tiempo. Se llamaba Tino en homenaje al Tino Asprilla. Un mal día, llegó un comandante al que le decían Cano, porque era muy canoso, y le cogió una rabia, una inquina tremenda al pobre perrito, lo fastidiaba, no le daba comida, no permitía que le dieran las sobras. Entonces yo empecé a darle comida de la mía, lo poquito que me daban a mí lo compartía con el perrito. Ahí íbamos soportando la cosa, hasta que un buen día el tipo, delante mío, lo mató, ¡lo mató a machete delante de mí! Sentí tanta rabia que cogí un palo y le pegué en la espalda al tipo, se lo tiré a la cabeza, a matarlo, pero el tipo se movió y le di en la espalda. Pensé que me iba a matar, claro, pero el comandante se asustó y no me dijo nada, no me dijo absolutamente nada. No reaccionó, para sorpresa mía se asustó al verme la furia y la rabia y se fue a hacer otra cosa. Cuando se fue todos los demás guerrilleros me felicitaron: «¡Bien hecho!, ¡bien hecho! ¡Bien hecho don Lucho porque ése es un hijueputa!». Como a los dos o tres días al tipo lo sacaron del mando, porque eso trascendió.

Durante estos dos primeros años que estuve íngrimo, solo, sin la compañía de otros secuestrados, terminé hablando con los árboles, pues los comandantes les prohibían a los guerrilleros que hablaran conmigo. Supongo que no me dejaban hablar con ellos por prevención, me imagino que por el hecho de ser político pensaban que podía influir en ellos o persuadirlos para que me ayudaran a escapar, o cualquier cosa. Siempre se mantuvo esa restricción, sobre todo durante estos dos primeros años en la cordillera. Incluso llegó un punto en que sentía la cara tan petrificada por no hablar, que cuando una guerrillera me prestó un espejo yo me dediqué a hacer ejercicios frente a él, gesticulaba para tratar de recuperar el movimiento, tenía la cara paralizada pues nunca hablaba con nadie.