Home

On Line

Artículo

Análisis

La crisis subterránea del Ejército

Sergio Jaramillo
7 de septiembre de 2006

El Ejército está en crisis. Es una crisis subterránea que se manifiesta en la serie de hechos graves que han aparecido en los medios -Guatarilla, Cajamarca, Piedras, Jamundí, las acusaciones a la IV Brigada-, pero que no está causando menos estragos adentro. Como en toda institución jerarquizada y sujeta a lentos procesos, los efectos más serios tardarán años en verse. Pero ya hay alarmas: varios de los oficiales más brillantes han pedido la baja estos últimos años y no pocos están pensando en seguir el ejemplo. De una sola brigada se dice que cinco comandantes de batallón prácticamente todos ya la pidieron. ¿Qué está pasando?

La explicación está en el crecimiento descontrolado del Ejército y en la equivocada estructura de incentivos a la que están sometidos sus cuadros. En menos de cuatro años, el Ejército creció en una tercera parte: de 181.000 hombres pasó a 241.000. Para llenar esa brecha, no sólo se necesitan hombres y armas. Ante todo, se requieren mandos bien formados. Pero los tiempos no dan: un capitán no se forma en menos de diez años. El resultado es que muchos batallones operan con menos del 50 por ciento de los mandos. Subtenientes quedan al mando de compañías y soldados al frente de escuadras.

No sorprende entonces que se cometan tantos errores. En situaciones delicadas, quien da la orden de abrir fuego con frecuencia es un cuadro de escasa experiencia. A eso hay que sumar el desinterés que hay por la instrucción. Ningún oficial con ambición dedica sus mejores mandos a esas tareas, porque todos los premios están en el monte. Y por eso ocurren casos como el de Piedras (ver: Fundación Ideas para la Paz: Siguiendo el conflicto No 41).

Esa presión por estar en el monte tiene dos consecuencias más: los mandos que están en las contraguerrillas saltan sin descanso de un batallón a otro; y los que están en áreas más tranquilas mantienen a sus cuadros subalternos subidos en cualquier cerro, porque hay que estar "en la guerra". De ahí en parte la desmoralización de los oficiales más sensatos.

Insaciable presión por las bajas

Todo lo anterior no sería tan grave si estuviera enmarcado en un propósito estratégico claro. Pero en lugar de un plan, lo que hay es una insaciable presión por bajas. Desde Vietnam se sabe que el 'body count' es la manera más segura de perder en un conflicto interno, donde el éxito depende de la capacidad de proteger a la población, no de aniquilar al enemigo. El general Ewell, que operaba con la IX División en el delta del Mekong (de ahí su sobrenombre, 'el Carnicero del Delta'), se hizo tristemente célebre por ponerles cuotas de bajas a sus subalternos. Unos prefirieron inventárselas antes que matar civiles, mientras que a otros se les vio disparando desde helicópteros a sus propias tropas para subir la cuenta.

A esos absurdos llega la presión del 'body count'. Y hay señales de que vamos por ese camino. Se dice de los mandos de la patrulla que cayó en la emboscada de Mutatá el año pasado que se les había negado su licencia de Navidad y que sabían que la única forma de salir era dando bajas. Por eso mordieron sin pensar el señuelo de las Farc. Y por eso también resultan verosímiles las afirmaciones de que no todas las bajas de la IV Brigada han sido hombres con fusil.

Tampoco es de descartar que el 'body count' haya jugado un papel en el caso de Jamundí. Como ya lo dijo el Fiscal, en ese ataque está metida la mano del narcotráfico. ¿Pero todos los soldados que se emboscaron en las afueras de Cali sabían de qué se trataba? Si el Comandante del Ejército está midiendo por bajas a todas sus brigadas -que luego anuncia por radio en una especie de 'hit parade'-, las condiciones están dadas para que ocurran casos así. Y para que se profundice la crisis del Ejército