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Diana Pérez pasa sus días en medio de llamas. Esta mujer de 39 años es la única bombera del municipio de Chía (Cundinamarca) y se dedica a este trabajo por pasión desde hace dos años. FOTO: PAOLA CASTAÑO / SEMANA

PERFIL

La guerra de Diana contra las llamas que devoran las montañas de Cota

SEMANA.COM acompañó a una de las bomberas que durante estos días expone su vida tratando de sofocar la quemazón en este población de Cundinamarca. Crónica de una mujer que vive de desafiar el fuego.

Juan Esteban Mejía Upegui.
7 de febrero de 2007

Diana Pérez pasa sus días en medio de llamas. Y no es que se trate de una metáfora, sino que así se puede describir su existencia por el oficio que ejerce.
 
Esta mujer de 39 años es la única bombera del municipio de Chía y se dedica a este trabajo por pasión desde hace dos años. A pesar de que es madre soltera de dos hijos, mantiene su vida al límite de la muerte después de haber sido promotora de salud y voluntaria de la Cruz Roja por mucho tiempo.

Para cumplir su deber, llegó este martes a las 7 de la mañana al piedemonte del cerro Majuy, en el municipio cundinamarqués de Cota, que está ardiendo en llamas desde el pasado domingo.

Diana arribó el martes junto con 300 personas entre soldados, policías, ayudantes voluntarios y otros 20 bomberos para tratar de sofocar las llamas que ya se extendían por 260 hectáreas de bosque.

Desde temprano, empezaron las labores. A cada bombero le asignaron una cuadrilla de colaboradores. Definieron que Diana debía hacerse cargo de seis auxiliares de policía y que su área de trabajo era casi en la copa de la montaña incendiada.

Armados de machetes, azadones y dos botellitas de agua para cada uno, empezaron a subir. Durante la escalada, que duró una hora y media, los auxiliares empezaron a tomarse el agua. “No se la gasten que no sabemos cuándo nos vuelven a dar”, les advirtió Diana, basándose en toda su experiencia.

Cuando llegaron al sitio de trabajo, intentaron apagar las llamas, pero fue imposible. Éstas alcanzaban hasta los 30 metros de altura y el viento las hacía bailar de un lado a otro, lo que facilitaba que se expandieran hacia todas las direcciones. “Es muy triste. En esos casos, uno se siente impotente, con las manos atadas”, comentó la bombera.

Entonces decidieron hacer lo que técnicamente llaman un cortafuegos. En términos simples, esto no es más que la remoción de todas las plantas hasta dejar solamente tierra en los sitios que aún no se han incendiado. Por ahí no se propagan las llamas, sino que se estancan y el incendio deja de avanzar.

Ese ha sido el método más empleado para contener ese incendio, que aquel martes ajustaba tres días. Mientras las personas hacen esto en las montañas, cuatro helicópteros arrojan constantemente agua para tratar de apagar el fuego.

Así han trabajado hasta las 12 de la noche, pero desde esa hora, hasta que vuelven a empezar las labores, se pierde todo el trabajo, porque las llamas siguen tomando fuerza.

Horas incómodas

Diana y su grupo estuvieron hasta las 2 de la tarde en aquella labor, que no es para nada cómoda.

José Luis Hernández, un bombero que estaba coordinando la operación, escuchaba por radio todas las incomodidades que sus compañeros manifestaban.

Él se encontraba en el puesto de mando, desde donde se dirige la situación, al pie de la montaña Majuy.

Según le contaban, hubo varias condiciones que les amargaron la estadía. Una fue el viento, que cambiaba de rumbo constantemente y les tiraba el humo en la cara y hacía que las llamas se les acercaran cada vez más.

A esto se sumaba que la altura, que en ese punto llega a los 3.300 metros sobre el nivel del mar, y las oleadas de humo escaseaban el poco oxígeno.

También dijeron que era difícil avanzar de un lado a otro, pues la montaña está copada de pinos de hasta 25 metros de altura y pasto que les llegaba casi hasta las rodillas.

Otra dificultad fue que, por el calor, se les estaban derritiendo las suelas de las botas y, fuera de eso, Diana y sus seis muchachos tuvieron que soportar la jornada sin recibir ni una sola gota de agua adicional a las dos botellitas con que salieron por la mañana.

Mientras pasaban por todo eso, escucharon a lo lejos desesperados gritos. “¡Auxilio! ¡Una emergencia! ¡Ayúdennos!”, pero nunca supieron de qué se trataba.

“Auxilio, hay un herido”

Quince minutos más tarde, llegó al puesto de mando una mujer sollozante y agitada tratando de decir algo. “Auxilio, hay un herido”, logró modular con la voz entrecortada.

El comité de la Cruz Roja reaccionó inmediatamente y envió a un médico y dos socorristas al punto donde se encontraba el herido.

Después de escalar por media hora, llegaron a donde estaba Hernando Hernández, un hombre de 53 años que vive en Cota, cerca del cerro Majuy. Él fue el primer lesionado durante los trabajos de sofocación de aquel incendio y se había lastimado con un machete mientras quitaba la vegetación para hacer un cortafuegos.

El parte médico decía que se trataba de una herida de cuatro centímetros que quizá había roto una vena, pero que la cura era, simplemente, coser la lesión.

Diana sólo se enteró de la suerte de este herido una hora después de haber escuchado los gritos, cuando ya se encontraba en el puesto de mando y bebía desesperadamente una botella de agua, mientras la montaña seguía ardiendo ante sus ojos.