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La tajada de Melón

14 de marzo de 2004

Sojuzgada la república efímera de los artesanos, restaurado el régimen constitucional e inaugurado el ferrocarril de Panamá, el Congreso de la Nueva Granada dictó el 27 de febrero de 1855 un acto adicional a la Constitución federal por el cual se creaba el Estado soberano de Panamá, como entidad especial de la república, con amplia autonomía política y administrativa, excepto en lo atinente a relaciones exteriores, ejército y marina, crédito nacional, tierras baldías, gastos nacionales, acuñación de moneda, pesas y medidas, naturalización de extranjeros y uso del pabellón y del escudo de armas de la república, que eran del dominio del Gobierno Nacional.

Con qué propósito invadió el general William Walker, pirata estadounidense, la república de Nicaragua el 5 de febrero de 1856, lo supieron los países al sur de la democracia modelo cuando a los dos meses siguientes los Estados Unidos reconocieron como legítimo el "gobierno" establecido por Walker en Nicaragua, y establecieron relaciones con él. La invasión de Nicaragua produjo una tempestad de protestas en toda la América Latina, que se convirtió en ira colectiva al divulgarse la noticia del reconocimiento; pero en Panamá la furia contra los estadounidenses venía de tiempo atrás, por los abusos y demasías que, desde la fiebre del oro de California que lanzó sobre el istmo una oleada de viajeros norteamericanos en tránsito venían cometiendo con los panameños y sobre todo con los de color. El rumor temprano de que uno de los propósitos de Walker era restablecer la esclavitud2 y de que el paso siguiente sería la invasión de Panamá, había creado en el istmo un potente sentimiento antigringo. La caldera estalló, por una nimiedad, el 15 de abril de 1856.

Entre la balumba de documentos oficiales, notas periodísticas imparciales o amañadas, declaraciones contradictorias, notas diplomáticas, un investigador corre el riesgo de enloquecer en tres horas o descubrir la verdad en una semana. De todo ese papelerío delirante logramos una versión muy aproximada de cómo pasaron las cosas en el sainete trágico que se conoce como La tajada de melón.

Comenzando por la fruta nunca se ha podido establecer si la que el 15 de abril a las seis de la tarde consumió Jack Oliver fue una tajada de sandía, una de piña o una de melón. No siendo importante especificar la fruta, la dejaremos en el melón, que es la adoptada por los historiadores y consagrada en las leyendas panameñas. Jack Oliver llegó ebrio al barrio de La Ciénaga, donde quedaba la estación del ferrocarril, y en el ventorrillo de José Manuel Luna tomó una tajada de melón y preguntó su valor. Luna, hombre de color, le contestó que un real y Oliver empezó a comérsela. Sin terminarla arrojó las sobras al piso y dando media vuelta hizo ademán de marcharse sin pagar. Luna lo siguió y le exigió que le cancelara el real y obtuvo de Oliver por respuesta un "No me emporres?", a lo que Luna reviró en inglés: "Cuidado, que aquí no estamos en los Estados Unidos; págame mi real y estamos al corriente". Oliver le contestó que le pagaría con un tiro, y empuñó su pistola. Luna replicó: "Si usted tiene su pistola, yo tengo mi puñal", y lo esgrimió. Otro americano, joven, y que estaba en su juicio, quiso evitar un desenlace fatal y le pagó a Luna el real de la tajada de melón. Luna, satisfecho, se devolvió para su ventorrillo, pero Oliver quedó con la pistola en la mano y con deseos evidentes de dispararle a Luna por la espalda. Pasaba por allí el señor Miguel Habraan, se paró a escuchar en qué paraba el altercado, y al ver las intenciones de Oliver puso la mano en el cañón de la pistola y le pidió que la guardara. Oliver le disparó a Habraan, quien se le aferró del brazo y cayeron ambos al suelo. Los otros gringos que acompañaban a Oliver se echaron sobre Habraan, que les ganó en el forcejeo, logró quitarle a Oliver la pistola, se zafó de la gavilla de gringos y huyó, perseguido por los agresores, a los que consiguió evadir escondiéndose en una casa, de la cual salió por el patio trasero, y se fue para la suya.

Mientras tanto corrió la voz de que pasajeros americanos que venían del norte con destino a San Francisco estaban asesinando panameños y que había comenzado una invasión de Panamá patrocinada por Walker desde Nicaragua. Se formaron varios grupos compuestos de centenares de istmeños armados de machetes y de piedras que avanzaron sobre la casa del señor McFarlend donde se había refugiado una parte de los pasajeros, que recibieron a la multitud con una lluvia de tiros. Otro grupo de pasajeros se parapetó en la casa de la Compañía del Ferrocarril o Compañía Americana y desde allí también se abrió fuego contra los manifestantes. Los panameños pusieron sitio a la casa de la Compañía del Ferrocarril, aunque no pudieron acercarse por la intensidad y la rapidez de los disparos que provenían de ella.

Don Pedro de Obarrio y Pérez oyó decir, en el centro de Panamá, que había fuego en el arrabal y siguió detrás de una muchedumbre que se dirigía al

sitio de La Ciénaga. Al llegar a la plaza de Santa Ana vio a un grupo de paisanos armados de machetes y les preguntó que ocurría. "Otro 19 de mayo"3, le contestaron. Al mismo tiempo escuchó las detonaciones de varios disparos de fusil y se dirigió hacia La Ciénaga, donde una multitud de istmeños cercaban la casa de la Compañía del Ferrocarril, muchos armados con machetes, pero ninguno con arma de fuego. Pedro de Obarrio se encontró con su hermano Gabriel y lo envió con un mensaje de urgencia al gobernador del Estado, Francisco de Fábrega, para imponerlo de lo que sucedía. Gabriel Obarrio regresó en cosa de media hora acompañado del gobernador, quien seguido de Pedro de Obarrio, de Teodoro Sablá, canciller del consulado estadounidense, y de otras personas, intentó en vano enterarse de lo que sucedía, pues a sus preguntas le respondían mostrándole un panameño herido, o asegurándole que había varios muertos, y le pedían armas de fuego para repeler la agresión de los estadounidenses. El flujo de gentes sobre La Ciénaga separó por un momento a Obarrio del gobernador y de sus demás acompañantes. Cuando logró reunirse de nuevo con ellos, el gobernador indicó que iba a ir hasta la casa de la compañía para pedirles a sus ocupantes que

cesaran el fuego. Obarrio y Sablá se ofrecieron a acompañarlo. Al aproximarse, el señor Sablá gritó en inglés que no dispararan, que estaba ahí el señor gobernador. En respuesta tres hombres blancos armados de revólveres hicieron fuego contra el gobernador y sus acompañantes. Obarrio recibió un balazo un poco más arriba de la ingle izquierda; Sablá dos tiros que no le causaron heridas graves; y una bala atravesó el sombrero del gobernador Fábrega. Retrocedió el gobernador y encontrando a pocos pasos al comandante de la gendarmería, que había venido con la totalidad de la fuerza, compuesta de 25 hombres bien armados, le ordenó: "Ocupe de inmediato la casa de la compañía". "¿Y si me hacen fuego?", le preguntó el jefe de la gendarmería. "Hágalo usted también", le respondió el gobernador. El jefe de la gendarmería, Manuel María Garrido, con los ayudantes Ascención Méndez, Antonio Ramírez, Nicolás Pérez y Cerbeleón Núñez, secundados por veinticinco gendarmes, avanzó a cumplir la orden del gobernador. Como el fuego desde la casa era muy vivo, Garrido ordenó a sus hombres hacer varias descargas, al cabo de las cuales se llenaron de pánico los pasajeros belicosos, que enseguida se rindieron a discreción. La multitud istmeña rugiente, al cesar el fuego, quería asaltar la Compañía del Ferrocarril y pasar a machete a todos los estadounidenses. Garrido logró contenerlos lo suficiente para evacuar a los pasajeros y llevarlos al vapor Taboga, donde estarían seguros.

En la casa quedaron los cadáveres de diez y seis norteamericanos. Una vez evacuados los pasajeros, y como ocurre siempre en estos casos, la multitud se desbordó y se lanzó al saqueo, que el gobernador, con los gendarmes y un centenar de ciudadanos voluntarios, pudo controlar hacia la medianoche, en que se restableció la calma. El saldo de víctimas de la refriega fue de diez y seis estadounidenses muertos y diez y seis heridos contra dos panameños muertos y trece heridos4.

Aquí terminó la batahola y comenzó el pleito que puso en serios aprietos la ya afligida economía de la Nueva Granada. La versión del señor G. M. Totten, ingeniero jefe del ferrocarril de Panamá, hecha de oídas, y a todas luces amañada, sirvió sin embargo de pieza fundamental para exigir que el Gobierno de la Nueva Granada indemnizara a los pasajeros y a la Compañía del Ferrocarril. Dice el señor Totten que en la tarde del 15 de los corrientes (abril) un motín armado, compuesto de residentes de la ciudad y suburbios de Panamá, atacó a una partida de pasajeros transeúntes y a las propiedades de la Compañía del Ferrocarril. El número de pasajeros era 940, inclusive un gran número de mujeres y niños, que vinieron de Nueva York por el vapor Illinois y acababan de atravesar el Istmo por el ferrocarril. Ellos estaban aguardando en el término del ferrocarril en Playa Prieta la subida de la marea para embarcarse en el vapor para California, y al mismo tiempo ocupados en registrar sus tiquetes, recibir sus equipajes y tomar refrescos en los hoteles de la vecindad y en los restaurantes; mientras se entretenían en esto fueron atacados por el motín mencionado arriba? Parece que en vez de tratar de aquietar el tumulto, la policía comenzó inmediatamente a hacer fuego a la casa de depósito del ferrocarril y a los pasajeros que volaron a ella para estar seguros, tomando de este modo (la policía) parte en el motín? Aparece de testimonios intachables que V. E. (el gobernador Fábrega) ordenó a la policía que hiciera fuego sobre el depósito; que esta orden fue obedecida y que por esta tropelía muchos pasajeros fueron matados y asesinados. Mientras que, por un lado, hacía fuego la policía al depósito y a los pasajeros, por otro lado se introdujo a la fuerza el motín dentro del depósito, en donde, con sangre fría, asesinaron a muchos de los indefensos pasajeros, mientras que de rodillas pedían misericordia? El motín se ocupaba en robar a cada pasajero, sin distinción de sexo, privándolos de los equipajes y efectos que llevaban, y a sus personas, de aquellos valores que llevaban consigo, y aun quitándoles las sortijas de los dedos y los zarcillos a las señoras. Esto también se hizo en presencia de V. E. y de la policía sin que V. E. Hiciera algún esfuerzo para evitarlo. Yo no estuve presente en aquella escena deshonrosa. Lo relacionado arriba es del testimonio de personas de crédito, quienes lo presenciaron y cuyo testimonio no puedo poner en duda? Y por la presente intimo a V. E. que este Gobierno será tenido como responsable por los asesinatos y tropelías cometidos en la tarde del 15 en las personas de

los pasajeros y por los robos y perjuicios causados en sus efectos y en las propiedades de la Compañía del Ferrocarril.

Como Totten lo declara, sus aseveraciones se basan, no en lo que vio, sino en lo que vieron otros, "testigos calificados", varios de ellos, como Thomas Bradford Williams, empleados del ferrocarril y por consiguiente empleados del señor Totten. Habiendo sido bastantes más los muertos y heridos estadounidenses que los muertos y heridos panameños, podría hallársele razón a Totten cuando acusa al gobernador Fábrega y a la policía panameña de haber auspiciado la matanza y el saqueo; pero hay que tomar en cuenta que los norteamericanos no sólo dispararon contra los panameños, sino contra sí mismos, como es el caso del canciller del consulado estadounidense, Teodoro Sablá, abaleado por sus compatriotas cuando trataba de establecer una tregua para que el gobernador conversara con los pasajeros. Después se comprobó que ninguna de las señoras fue robada en sus objetos personales, ni se perdieron los equipajes, ni hubo violaciones y estupros, como imaginaron más adelante el secretario de Estado de los Estados Unidos y su ministro plenipotenciario en Bogotá. Si las cosas hubiesen ocurrido de acuerdo con la pintura del señor Totten, de los 940 pasajeros que venían en tránsito para California no hubieran perecido apenas diez y ocho, sino doscientos o trescientos. Quedó demostrado que la actitud valerosa del gobernador Fábrega y del escaso número de gendarmes pusieron a salvo al noventa y ocho por ciento de los pasajeros, e impidieron la destrucción de las oficinas del ferrocarril, y que si bien es verdad que las descargas ordenadas por el comandante de los gendarmes, con autorización del gobernador, al iniciar la operación de toma de la casa de la compañía pudo haber ocasionado bajas entre los que dentro de la casa disparaban sobre los gendarmes, no pocas de las víctimas estadounidenses lo fueron del fuego de sus propios compatriotas, muchos de los cuales estaban ebrios y así lo denunciaron algunos diarios de California que hicieron un relato imparcial de los hechos trágicos del 15 de abril; pero la protesta del señor Totten, publicada con gran despliegue en los diarios de la Unión, sin examen, ni análisis, provocó la indignación de los estadounidenses, se encresparon "los hombres de bien" y pidieron la anexión de Panamá. El Gobierno de la Unión, escamado con la resistencia ofrecida por los pueblos de Centroamérica contra la invasión de Walker a Nicaragua, y temeroso de provocar más reacciones adversas como la que suscitó el episodio de la tajada de melón, comprendió que la manzana de Panamá todavía no estaba madura, y prefirió dejar para después la anexión del istmo. Se limitó a exigir del Gobierno de la Nueva Granada la indemnización para las víctimas estadounidenses de los "desmanes" del 15 de abril.

Le escribió el secretario de Estado W. L. Marcy al ministro de los Estados Unidos, residente en Bogotá, James B. Bowlin, el 11 de mayo de 1856, una nota diplomática inspirada en la protesta del señor Totten y en las declaraciones de los empleados del señor Totten:

Este Gobierno acaba de tener noticia de la matanza de muchos de los pasajeros al través del istmo, y de americanos residentes en Panamá(causada) por los naturales o la población residente en aquel lugar.

A aquellas repugnantes crueldades hay que añadir el robo y destrucción de propiedades en considerable monto? Las pruebas (evidence) aquí recibidas, complican directa y gravemente, no sólo al pueblo, sino, también, a las autoridades civiles de Panamá en las bárbaras crueldades cometidas contra los pasajeros del ferrocarril y los ciudadanos Americanos, y en el saqueo y destrucción de las propiedades. No puede el Presidente (de los Estados

Unidos) dudar que el Gobierno de la Nueva Granada ha obrado en este negocio prontamente, que ha dictado las providencias necesarias para el castigo de los culpables, y que estará desde luego dispuesto a indemnizar a los que han sufrido en sus personas e intereses. Aprovecharéis la primera oportunidad de hacer saber estas suposiciones del Presidente, y de manifestar a ese Gobierno cuánta pena le causaría saber que hubiese habido de su parte alguna negligencia, sea en cuanto al castigo de los culpables, o en cuanto a la indemnización para los maltratados.

De entre los muchos testimonios y documentos que desvirtúan por completo la versión estadounidense, uno en particular, la declaración del cónsul del Perú en la ciudad de Panamá, Nicolás Rubio, hecha por solicitud del secretario Estado en el despacho de Relaciones Exteriores de la Nueva Granada, Lino de Pombo5, arroja completa luz sobre las causas de los incidentes y la acción de las autoridades panameñas para salvar las vidas de los pasajeros. Ni esta, ni ninguna de las versiones que coincide con la exposición del gobernador de Panamá, fue tomada en cuenta por las autoridades norteamericanas, que solo concedieron crédito a las declaraciones de G. M. Totten, a las de los testigos presentados por el cónsul norteamericano en Panamá Thomas W. Ward casi todos empleados de la Compañía del Ferrocarril, de propiedad estadounidense y a las conclusiones del investigador especial enviado por el presidente Franklin Pierce6, el señor Amos B. Corwine7, antiguo cónsul de los Estados Unidos en Panamá, contestes con lo dicho por Totten. Los Estados Unidos iniciaron el proceso diplomático para exigir a la Nueva Granada el pago de la indemnización a las "víctimas americanas" de la tajada de melón. Ello le inspiró a Rafael Pombo los famosos versos:

Yo soy de Colombia entera;

de un trozo della jamás;

y ojalá más grande fuera,

que así me gustara más.

Ojalá fuera tan grande

que pudiéramos decir:

?A lo que Colombia mande

no hay quien pueda resistir.

No nos vengan ya con cuentas

de un millón por un melón;

ya no enviamos nuestras rentas

a engordar otra nación¹8.

Por desgracia la realidad no estaba de acuerdo con la poesía, y una vez más nuestras rentas fueron a engordar los bolsillos de la gran democracia. Un millón nos costó la tajada de melón.