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La traición de Belinda

Belinda Stronach salvó al Primer Ministro canadiense de perder el puesto. Pero desató un escándalo de grandes proporciones. María Catalina Rodríguez explica el novelón.

María Catalina Rodríguez
29 de mayo de 2005

A diferencia del Congreso colombiano, cuya actividad está regulada por ley, el Parlamento canadiense está regido por algo más fuerte aún, por increíble que parezca: la costumbre. Dice la costumbre que si el gobierno de turno no es capaz de pasar la ley del presupuesto, el gobierno no puede continuar en el poder.  En otras palabras, el Primer Ministro, en este caso el liberal Paul Martin, debe conseguir que todos los miembros de la Cámara de los Comunes que pertenecen al partido liberal voten a favor de pasar la ley, y que alguno de los partidos minoritarios (Conservador, NDP o el Bloque de Québec) se alié con los liberales para formar una mayoría sólida. 

Si fracasa en este intento, Martin se ve obligado por tradición, a asumir que el país no confía en él ni en su gobierno, y a convocar elecciones. Hace unos días, Martin estuvo a punto de caerse.  La ley de presupuesto fue aprobada por un solo voto de diferencia: el de una mujer, la hasta entonces conservadora Belinda Stronach.

Stronach salvó a Martin a cambio de aceptar un Ministerio y unirse a las filas del partido liberal, donde fue recibida con los brazos abiertos.  Stronach explicó sus razones así: los conservadores en este momento no tienen mucha fuerza en Québec. Si hay elecciones de nuevo y ganan los conservadores, estos se verían forzados a formar una alianza con el Bloque de Québec, el partido separatista.  Y no es exactamente ideal revivir los ánimos radicales independentistas de Québec en un país que ha luchado por mantener la unidad nacional, estrechamente ligada a una economía estable y competitiva contra el vecino gigante del sur: EE.UU. 

Stronach venía mostrando diferencias con su partido desde un comienzo.  Ella ha estado abiertamente de acuerdo con el matrimonio homosexual, mientras que sus copartidarios conservadores se oponen rotundamente y fruncían el ceño cada vez que ella hablaba del asunto desobedeciendo los lineamientos del partido.

En un país como Colombia donde los políticos crean partidos nuevos con frecuencia a fin de ser elegidos o de parecer distantes a uno u otro candidato, donde partidos desaparecen con el tiempo, y conservadores son nombrados ministros por un gobierno liberal y viceversa, el asunto no causa mayor sorpresa.  En un país como Canadá, donde los partidos funcionan con disciplina casi militar y donde el pueblo no vota directamente por el Primer Ministro sino por los miembros de su partido (quienes en una convención lo eligen como líder y lo llevan al poder), el cambio de bando de Stronach causó conmoción.  De hecho, la historia canadiense solo reporta 4 casos, desde 1869, en que parlamentarios, una vez elegidos, han cambiado de partido. 

Al asunto hay que agregarle el lado sensacionalista para entender por qué los canadienses andan pegados al televisor con la noticia.  Stronach estaba saliendo desde hacÍa unos meses con el segundo al mando del Partido Conservador, Peter McKay.  El pobre MacKay -adolorido y visiblemente trasnochado- concedió entrevistas confesando que Belinda no le había dicho nada sobre abandonar a los conservadores y que no lo ha llamado desde entonces. 

Hubo reacciones tanto positivas como negativas por parte del público, de la circunscripción electoral que originalmente eligió a Stronach como conservadora, y de otros políticos ("valiente", "inteligente", "coherente", y también, "oportunista", "traidora", "ambiciosa"), pero hubo un par de declaraciones de dos miembros del partido conservador que explican en parte porque Belinda salió de allí a la primera oportunidad: Tony Abbott, miembro de la Asamblea de la provincia de Alberta, dijo "esta es una niña rica prostituyéndose al poder."

En Ontario, otro conservador, el ex ministro Bob Runciman describió a Stronach en una entrevista radial como una "rubia atractiva.atractiva y estúpida"  Por otra parte, un autor anónimo (las ventajas de la red) creó una pagina en Internet llamada la "Barbie voltiarepas" donde la comparan extensivamente con la muñeca de plástico. El diario The National Post uso como titular de la noticia "Blonde Bombshell", que viene a ser algo así como "rubia explosiva" y que es una expresión que se usa casi siempre en tono sexual. La caricatura publicada también hacia referencia a Stronach prostituyéndose al partido liberal.

Belinda Stronach es en efecto, una mujer acaudalada.  Y es en efecto una mujer atractiva.  Pero es mucho más que eso: Fue presidente de Magna Internacional, una empresa familiar de autopartes que le dejaba un salario de varios millones de dólares al año, que no recibe ahora como parlamentaria.  Es además miembro de la Junta Directiva de la Cámara de Comercio de E.U. Es consejera del Decano del John F. Kennedy School of Government de Harvard y del Joseph L. Rotman School of Management de la Universidad de Toronto. Tiene un grado honorario en derecho de McMaster University y ha sido nombrada una de las mujeres más poderosas en los negocios en el mundo por la revista Forbes, entre otros. 

Si Belinda no fuera mujer, me pregunto, si habría habido reacciones en esos términos.  No fui la única en notarlo. Linda Trimble, profesora de ciencia política de la Universidad de Alberta, ha estudiado el trato de la prensa hacia Stronach desde el año pasado y según ella, "las aspiraciones de Stronach han sido ridiculizadas con frecuencia, su experiencia profesional trivializada y su juventud y su apariencia física han sido objeto de de una obsesión vulgar y excesiva." Igualmente, la semana pasada un grupo de parlamentarias liberales pidió públicamente que cesaran los comentarios sexistas contra Stronach y abandonar el tono "tan bajo" del debate.

Bajo en efecto.  Tal vez sea cuestión de tiempo para que algunos se acostumbren a que en el ámbito de lo público, las mujeres también cambian de opinión, traicionan a unos y defraudan las expectativas de otros y cuando lo hacen, no lo hacen por bonitas ni feas, brutas o putas, sino por las mismas razones de los hombres.