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Las llamas de la furia

Marlon Madrid-Cárdenas pregunta cuáles son las causas que llevan a los lectores de Internet a descargar toda su furia en los foros abiertos para todos los usuarios

Marlon Madrid-Cárdenas
15 de abril de 2007

Dominar el fuego significó para los primeros seres humanos una transformación profunda de sus vidas y del entorno. Y sobre todo, significó una llave para su supervivencia. Pero manipular y conocer el origen del fuego que brinda la naturaleza puede resultar más sencillo que descubrir las entrañas del fuego que los seres humanos llevan por dentro.

Semana y El Tiempo han expresado su preocupación por el aumento de las agresiones en la sección de comentarios a las noticias y en los foros de opinión que ofrecen en sus sitios web. The Flame wars, como se le conoce en inglés.

Para entender el fenómeno, se alude al resultado de varias investigaciones adelantadas en universidades de Estados Unidos. Que encuentran sus orígenes básicamente en el anonimato, la invisibilidad, la falta de educación o la libertad y facilidad que ofrecen las nuevas tecnologías. “La despersonalización lleva a la agresión”, afirma uno de los investigadores.

Efectivamente, cada una de estas razones ayuda a comprender el fenómeno, pero también sería útil indagar en las razones de contexto que sirven de combustible o de modelo incendiario. Observemos tres lugares.

Los foros de la ira: –Hace dos semanas Daniel Samper Pizano transcribió algunos de los insultos enviados al foro de la noticia que se refería al fallecimiento de su hermano Juan Francisco Samper. Daniel se concentró en la gravedad de las ofensas y en el rechazo que merecían, y no reparó –entendible– en otros significados que tenían esos mensajes. “Este es hermano de ese nefasto asesino corrupto que tuvimos de Presidente y lo apoyó en sus fechorías. Una completa vergüenza para el país esta familia de corruptos ladrones”.

Este y los otros comentarios que trasladó a su columna guardan resentimiento y rabia hacia lo que los escribientes estiman representan sus dos apellidos y, especialmente, la figura más conocida de la familia en los últimos años. Y en un país que no ha sido, ni es, precisamente un modelo de democracia, en la vida cotidiana difícilmente estos insultos se pueden entender como un problema sólo de ‘higiene’.

El debate de insultos: –A principios de febrero, el Presidente del Estado le ofreció al país una lección sobre la mejor manera de degradar la dignidad de sus contradictores políticos. Los del M-19 “pasaron de ser terroristas de camuflado, a ser terroristas de traje civil”, dijo. El Primer mandatario impartiendo lecciones de flameo en los medios más importantes del país. El ex senador Carlos Gaviria, “solapado”, “que ha tenido una trayectoria de sesgo a favor de la guerrilla”, afirmó también. Gaviria lo hinca sugiriéndole que se efectúe “un examen siquiátrico”.

Días antes, el senador Gustavo Petro, también conocedor del fuego, le había hundido un nuevo aguijón a la presunta relación que existió entre la familia del Presidente y los paramilitares. “Es un hermano [del Presidente]. El mismo que aparece implicado en el caso de los ‘doce apóstoles’”. El coliseo atestado se deleita con las llamaradas que van y vienen sin final.

Las columnas del irrespeto: –El año pasado, en medio de la contienda por la Presidencia, el columnista Rafael Nieto en su artículo “Detrás de la pinta está la carne” maltrata al mismo Gaviria. Su “salto de los tribunales a la política es dudoso. […] deja un mal sabor, porque siembra dudas sobre la naturaleza y la intención de las sentencias del alto juez”. Nieto no sustentó su afirmación, con lo cual la columna terminó siendo una suma de prejuicios y agresiones políticas.

Y hace escasas semanas, con ocasión del cumpleaños 80 de Gabriel García Márquez, la columnista Ximena Gutiérrez intentó recoger varias críticas que de tiempo atrás le hacen al Nobel, dentro y fuera del país, por su silencio frente a los abusos que se cometen en Cuba o por la falta de un compromiso mayor con el logro de la paz en Colombia. No obstante, la que empezó siendo una sugerente síntesis de esos reproches, finalizó empañándose por la grosería y la vulgaridad.

Gabo no debería “dejar en el exterior ese tufillo de que este país es un cagadero”. Y remata, “¡No me jodan más con ese Gabo!”. Gutiérrez cayó en los brazos de ese “destino triste del periodista de opinión colombiano: si no muestra de vez en cuando los colmillos untados de sangre, dejan de creerle y de leerlo”, diría Héctor Abad.

Si la ofensa y la vulgaridad atizan el debate político y también las páginas impresas, entonces, el problema no se puede encuadrar en el anonimato, la despersonalización o la poca educación que sale a relucir en Internet. El asunto es más complejo.

Si estamos en una sociedad que se arrastra sobre sus resentimientos sociales, donde la envidia se erige por encima del reconocimiento, donde la inmadurez política se expresa en intolerancia ideológica y donde los medios privilegian el escándalo sobre el pensamiento y la creatividad, difícilmente se puede esperar que en los sitios web disminuyan las llamas de la furia.