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CRóNICA

Libertad, igualdad y 'fraternidá'

El lema de Revolución Francesa se vive y se goza en el Carnaval de Barranquilla.

29 de febrero de 2004

Simón Ojeda, de ojos verde marino, manos anchas y sonrisa escasa, ya sobrepasa los 70, pero sólo faltó al carnaval en 1992, cuando murió su madre. Ella lo llevaba vestido de niño mexicano, patillas y bigotes pintados con corcho quemado. A los 18 se inventó la comparsa El Baile del Zoológico. Para ingresar sólo había que ser del barrio, el de Abajo, uno de los dos primeros de Barranquilla, y tener sobrenombre de animal, como Ojeda, a quien le decían 'El Burro', o sus amigos 'El Pavo', 'El Canguro', 'El Oso' y dos 'Tigres', uno de madera porque era carpintero y otro de aluminio porque trabajaba en Reynolds.

Mientras se hamaca en una pequeña mecedora en su modesta casa de Barrio Abajo, donde todavía habita, con el álbum familiar sobre las piernas, don Simón, oficinista contable pensionado de Avianca, se entusiasma con sus recuerdos. En su larga vida carnestoléndica se ha paseado por casi todas las tradiciones del Carnaval de Barranquilla, cuya arrolladora fuerza cultural fue reconocida este año por la Unesco, que lo declaró "Obra maestra del patrimonio inmaterial de la humanidad". Don Simón ha sido cumbiambero de La Moderna, letaniero de El Mundo al Revés, y miembro y orgulloso fundador de Las Marimondas del Barrio Abajo.

Lee en un viejo documento escrito a máquina que saca de su álbum: "Un día domingo de diciembre de 1983, sentados en el pretil de la tienda El Tío, en la esquina de la calle San José con carrera Primavera, un grupo de amigos constituyó Las Marimondas del Barrio Abajo, con familiares, novios y mujeres de los integrantes. Se nombró ad honorem al señor Mauro Núnez como coreógrafo de la comparsa". Cuenta luego del éxito de las marimondas, del sitial de honor que ocupan en el carnaval y remata su lectura con el lema: "Querer y defender a Barranquilla, gozar el carnaval con bastante recocha, dentro de las normas de la decencia, realizando las costumbres del verdadero barranquillero honesto".

El personaje de la marimonda nació en el carnaval hace tiempo. Nadie sabe bien si desde sus inicios, a mediados del siglo XIX, cuando los europeos inmigrantes que llegaron a Barranquilla con sus costumbres medievales de celebración de plaza pública antes de empezar la Cuaresma, ya había algún barranquillero pobre, mamador de gallo, que improvisó un disfraz poniéndose al revés saco y pantalón. Esa era la auténtica marimonda que salía al carnaval a burlarse de las autoridades, jocosa, irreverente, que hacía señas groseras con las manos. Para que no lo reconocieran se tapaba la cara con un saco de harina al que le abría tres huecos y cargaba una varita de totumo para espantar a quien le quisiera quitar su máscara.

La comparsa de Las Marimondas que fundaron don Simón y sus vecinos sofisticó el disfraz -más aún después de que el empresario León Caridi, dueño de Industrias Cannon, se convirtió en su mecena. Con telas sedosas de satín y lamé, máscara con nariz protuberante de elefante y orejas de mico salieron a desfilar el sábado pasado de carnaval, en la Batalla de las Flores, 500 marimondas, bailando al compás de varias papayeras de tambor, trompeta, saxo, flauta y bombardino. Adelante iba su director, César Morales, apodado 'Paragüita' por los globitos que bateaba cuando jugaba soft ball. Atrás lo seguían en la procesión parrandera, barrioabajeros comunes, empresarios como Caridi y Obregón Santo Domingo, políticos como el ex ministro Arturo Sarabia, y científicos que viajaron desde Estados Unidos, como el biólogo molecular Luis Fernando Parada. Todos anónimos tras la máscara que aún conservan el tono grotesco del disfraz original. Todos bailando. Todos gozando la vida. Por cuatro días del año iguales, ricos y pobres, intelectuales y analfabetas, hombres y mujeres, negros y blancos.

Sólo en Barranquilla, ciudad que no fue fundada en la colonia, ciudad de libres, de indios, negros y mestizos, de inmigrantes italianos, chinos y de muchos otros países, podría darse esta maravilla; una fiesta en la que la profunda desigualdad social de Colombia desaparece por cuatro días como por arte de magia. La de cumbia y porro, garabato y congos, flauta de millo indígena y tambor alegre africano. La magia que cuaja cada año en febrero, luego de que un millón de barranquilleros han trabajado en forma voluntaria y desinteresada desde octubre, cosiendo disfraces, fabricando máscaras, ensayando danzas, planeando coreografías, inventando nuevas comparsas y cumbiambas. Diez mil millones de pesos de economía, 10.000 empleos directos, 5.000 indirectos, 800.000 personas disfrazadas, una cantidad inconmensurable de goce bañada en nueve millones de cervezas y tres millones de botellas de alcohol, una obra de arte en movimiento de valor intangible.

Este año, don Simón no salió con las marimondas. Ni tampoco Mauro Núñez, el coreógrafo original, bailarín profesional y gerente regional del laboratorio Lafrancol. En 2000 se armó un pleito en la comparsa. Hay varias versiones de por qué. Don Simón, sin ganas de entrar en detalles, dice que 'Paragüita' era muy dominante y que "se creía que era el único fundador de las marimondas". Núñez, que sí, que era muy temperamental y a veces maltrataba a la gente. Pero lo que más resienten ellos y otros vecinos es que 'Paragüita' se llevara las marimondas a otro barrio. "Se nos han ido llevando todo del barrio, patrimonio de la cultura, las marimondas, la danza de la chiva, el disfraz de murciélago", dice Núñez.

José Ignacio Cassiani, 'El Pavo', electricista, vendedor de antigüedades, músico, de cara llena y corazón contento, no estaba dispuesto a dejar que eso pasara. "No joda, había que recuperar la identidad del Barrio Abajo", explicó parado en la puerta de su casa. Por eso se fue donde Simón y lo convenció de que montaran una disidencia: La Rebelión de las Marimondas, una comparsa que volvió a los orígenes del saco y pantalón viejos al revés, pero adornado de parches de colores para darle un toque de modernidad. Retornaron también al baile, a la buena coreografía, y Núñez se ofreció de nuevo de voluntario. La bronca se les fue en ensayo, en competencia, en aspirar a ganarles a las Marimondas originales en el terreno de juego: el carnaval. Así fue. En 2000 salieron y barrieron: dos congos de oro, mientras las Marimondas no obtuvieron ningún trofeo.

"Nos sentimos como un millón de dólares", grita desde adentro de la casa la señora de 'El Pavo' Cassiani, mientras cosía en su máquina los parches del disfraz de este año. Fue una venganza de trapos y fandango. Cada disputa entre los grupos del carnaval, que son decenas, termina en una nueva creación. La obra de arte se ensancha. Es otro de los sortilegios escondidos detrás de la fiesta barranquillera en un país donde cada conflicto se resuelve a bala. No en este encuentro de colores que mueve los tejidos de la gente y la torna mansa y feliz por cuatro días. Por eso, a pesar del torrencial de locura, máscaras y trago hay pocas muertes violentas en cada carnaval. Este año fueron 14, menos de los que hay en la ciudad cualesquiera otros cuatro días del año.

Así que don Simón salió a gozar el carnaval este año, como todos los otros, menos aquel cuando perdió a su madre. Y eso que el médico se lo prohibió por su diabetes. "Te vas a morir en esas comparsas", le advirtió. "Si me voy a morir es de gusto", respondió Simón. Y se dejó arrastrar por el remolino que chupa esta ciudad caribe cada año y les devuelve su identidad de ciudadanos libres, iguales y fraternos.