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Lican-Tropos (Fábula hermana en movimientos nómadas)

Camilo Castillo Rojas*
15 de febrero de 2004

Los lobos hacen jauría
Que es poesía de voracidad

Bunbury

Un Lobo camina sobre la Séptima a las ocho de la noche. Un joven toca el violín y detrás de éste la fuente brota sobre la plaza, casi a punto de estallar. Un Lobo le teme al agua, desconfía del cine a solas un sábado. Sin su Caperuza sentada al lado, sin su Caperuza apretando su garra, en el cinema, todo es más complejo. Un Lobo camina sobre la Séptima, y un niño llora por un pan y un tango llora por un amor. El olor a incienso se filtra entre miles de hombres apostados en la esquina del chance, venden los figurines del último álbum del mundial. Un Lobo camina sobre la Séptima y recuerda el gol que anotó un surcoreano a la famosa Italia. Un Lobo sonríe apenas a media sonrisa. Caperuza hubiera sonreído completamente al recordar el tanto de cabeza. Un Lobo camina sobre la Séptima, sabe que Caperuza debe estar de visita en casa de una tía joven que nadie escucha. "Caperuza tiene momentos solidarios", dice Un Lobo en voz baja mientras se interna en la Séptima. Un Lobo camina frente a los semáforos tentado a cruzar en rojo, pero recuerda a su Caperuza y decide parar frente a la cebra antes que cabalgarla. Al detenerse, Un Lobo escucha música y gira su cuerpo atraído por el sonido. Un Lobo se acerca a un lugar de luces blancas y ruidos rojos: ve a dos jóvenes danzar frente a una máquina y piensa que deberían estar bailando abrazados en un bar, en vez de competir contra la feroz electricidad... Si esos chicos se tomaran de la mano y brincaran ese trance con sumo agrado, si salieran juntos y se acomodaran las bufandas el uno al otro y fueran a tomar un café, y se tomaran el uno al otro... Un Lobo piensa en ese café, no dice nada. Un Lobo ve a un taxi aislarse sobre la Séptima, se encienden y apagan las estacionarias, ve bajar tres costeños que se saben desubicados pero que actúan como si conocieran muy bien el lugar, como si la ciudad helada nocturna fuera su hogar y no extrañaran el mar desnudo. Una niña se acerca a venderles frunas y ellos niegan con la cabeza para disimular el acento. Caminan rápido al sentirse descubiertos y entran a un hotel dejando que sus maletas rueden sobre los baldosines. Un Lobo se tropieza con una de las maletas y pide disculpas en un aullido reprimido y cachaco que no sorprende a los recién llegados. Un Lobo siente el olor a madera de Caperuza sobre la Séptima, le da la nostalgia y desea tener un Pielroja en la boca para que le ahúme los recuerdos, pero no compra cigarrillos porque está tratando de dejarlo. Un Lobo percibe el olor de la panadería sobre la Séptima, se siente antojadísimo de un tinto, sin embargo se abstiene de entrar porque no hay mesas vacías. A Un Lobo las multitudes le dan pavor, sin Caperuza es mejor no correr riesgos. Un Lobo pasa por el teatro de sus sueños, el Jorge Eliécer, y ve un mapa de la ciudad: distingue la casa de Caperuza, distingue la avenida Veintiséis y la Treinta. Un Lobo desea comprar un mapa. Un Lobo se arrepiente de empuñar las monedas antes que un mendigo se acerque y le pida un auxilio voluntario para recuperar el medio ambiente. Un Lobo apresura el paso sobre la Séptima para no tener que auxiliar a nadie, se sabe de corazón frágil y teme que una bella mirada lo convenza de ser mejor persona. Así que Un Lobo sigue caminando y ve el bingo casi lleno y entra para jugarse sus últimos restos en un cartón, que quizá se convierta en grabadora o en cafetera. Un Lobo sabe que de la suerte se puede esperar cualquier cosa. Al dar tres pasos, Un Lobo visualiza un teléfono público tragamonedas y decide llamar a Caperuza antes de entregar su último capital al azar. Un Lobo saca una moneda de two hundred pesitos y la va a lanzar al vacío, al abismo que se esconde tras el pulsar de los números, tras la señal que conecta distancias, tras el mágico invento del señor Bell. Pero, a pesar de la belleza del aparato, Un Lobo gira su rostro hacia la calle, hacia la Séptima; a lo lejos ve encendidos los faroles y una leve llovizna dibujarse en la luz. El aroma a pollo asado se confunde con el de la bareta y el de la basura. Un Lobo imagina que su Caperuza debe caminar en dirección contraria a la que él lleva: sus pensamientos deben asaltarla, trata de desaparecer, por esa noche, a Un Lobo de su cabeza, y debe dirigirse hacia el sur buscando la serenidad. Un Lobo escucha sobre la Séptima a una dulce voz de mujer decir el número veintitrés, dos tres, y guarda su tesoro redondo en el bolsillo monedero, ése que siempre llevan los pantalones al lado derecho sobre el bolsillo más grande, y sale a caminar en sentido contrario al que venía, dejando que su casa espere en la lejanía su llegada. Entonces Un Lobo se devuelve sobre sus pasos rastreando a Caperuza para que con una carcajada o con un silencio compartido, lo convierta de nuevo en hombre, y juntos caminen la Séptima o la Quinta o la Trece, con las manos bien agarradas.

Un Lobo retorna a la Séptima. Las luces le ciegan, el frío le hace escurrirse y tiritar. En la vitrina de una tienda de discos se queda contemplando las rebajas y descubre que en la sección de música latinoamericana se encuentra su Caperuza escudriñando, entre los cientos de discos, uno de buen rock en español. Un Lobo sonríe, ahora con una sonrisa completa, e intenta entrar a la tienda. Un hombre le anuncia que ya van a cerrar. Un Lobo discute con él para entrar. Un hombre no lo deja pasar. Un Lobo se queda tras la ventana viendo cómo Caperuza desordena todo para encontrar su música favorita. Un Lobo la mira. Un Lobo ve que Caperuza habla. Parece que hablara con el espacio. De repente, Un Búho se acerca a Caperuza y ella habla con él. Caperuza enseña un par de discos a Un Búho y se dirigen a la caja. Un Búho saca una billetera de cuero de su gabán y paga con varios billetes los discos que Caperuza escogió en el estante. Ella le besa en la mejilla. Un Lobo siente frío por fuera y por dentro. Un Búho intenta besar la boca, la boquita, de Caperuza. Caperuza lo detiene. Un Lobo suspira con tranquilidad. Un Búho y Caperuza se acercan a la salida del almacén de discos. Un Lobo huye sobre sus cuatro patas y se esconde en la bruma. Caperuza y Un Búho salen y se dirigen al sur, sobre la Séptima. Caperuza, al sentir la llovizna, se quita sus gafas y el mundo se deforma, las sombras se enredan, se disuelven las paredes. Un Búho pone su larga ala sobre los hombros de Caperuza, ella no opone resistencia al aletazo que Un Búho dispuso. Un Lobo aprieta sus fauces, añora una Jauría. Un Lobo camina junto a la pared mientras la lluvia se incrementa: las gotas se desparraman sobre los automóviles y los parabrisas ya no dan abasto. Un Lobo baja la mirada y sus pulmones se llenan lentamente de aire. Los postes ocultan sus lobunos ojos que siguen a Caperuza y a Un Búho paso a paso, palabra a palabra. Un Lobo ve cómo cruzan la calle hacia la plaza del prócer, la llaman Las Nieves. Los ve acercarse a una licorera: tratan de entretener el frío con un trago. Caperuza se pone los bifocales y busca vino tinto. Un Búho se sacude gotas del cabello y ruedan sobre su gabán. Un Lobo se aproxima a la entrada de la licorera y siente el olor a madera de Caperuza combinado con una loción varonil que lleva pegada a la ropa Un Búho. Caperuza escoge un vino y Un Búho sonríe. Un Búho sabe que así comienza la noche. Caperuza no piensa en Un Lobo. Un Lobo pasa saliva en la entrada de la licorera; nadie lo ve, nadie lo ha visto: los colmillos brillan en la oscuridad. Los globos oculares de Un Lobo enrojecen. Un Lobo se oculta tras la estatua del prócer y espera que Caperuza y Un Búho dejen la licorera. Un Búho paga con otro gran billete la bebida. Caperuza carcajea y se quita los anteojos para salir. Un Búho guarda su billetera y toma la bolsa de papel que contiene el vino. Un Búho levanta el cuello de su gabán y abraza a Caperuza antes de zarpar a la plaza de Las Nieves. Salen a la lluvia. Caminan casi diez pasos y Un Lobo sale de su escondite en dirección a la pareja. Un Lobo salta hasta la altura del cuello de Un Búho, rompe su gabán y a la vez los músculos tensos del pájaro. La lluvia estremece. La botella de vino se destruye, los vidrios se dispersan creando una constelación. Un Lobo hace que el cuerpo de Un Búho ruede sobre el cemento. Caperuza grita a Un Lobo; lo llama Lobo, Lobito, le dice quieto Lobo. Un Lobo tiene entre sus patas a Un Búho que chilla de dolor. Un Búho, por más que haga fuerza con sus brazos, no puede liberar la presión de las garras ni de los colmillos. Un Lobo siente que los gritos de Caperuza incrementan su dolor. Un Lobo llora en la plaza de Las Nieves. Caperuza llora en la plaza de Las Nieves. La sangre hace su escandalosa entrada y tiñe la lluvia que baja buscando una salida hacia la alcantarilla; el rojo se lleva el gris de esa plaza siempre sucia. Un Lobo no suelta a Un Búho. Un Lobo no quiere soltar a Un Búho. Caperuza grita: ¡Lobo! Y Un Lobo aprieta el hocico con rabia y el sabor de la sangre en la lengua se le hace exquisito. Un Búho no pelea más, se va con los espíritus. Caperuza se acerca a Un Lobo y lo toma por el lomo. Un Lobo se altera y envía un ataque a: la mano de Caperuza. Se asustan. Caperuza grita con la mano herida por Un Lobo. Un Lobo mira a Caperuza a los ojos; las lágrimas y la sangre empañan la retina. Caperuza, sin los lentes, sólo puede ver un leve brillo en la vista de un Lobo. La noche es una mancha.

Un Lobo huele en la distancia al cazador que viste de policía militar, sabe que el cazador le dará muerte inmediata apenas lo tenga enfrente. El cazador viene a extirpar el estómago de Un Lobo para buscar la verdad. Un Lobo deja el cuerpo de Un Búho pálido bajo la lluvia y ante la contemplación de Caperuza y unos cuantos mirones. Un Lobo se dirige a la Décima precipitado antes de que la bala lo atrape. Un Lobo atraviesa la terrible Décima esquivando busetas y peatones suicidas, se interna en calles llenas de prostíbulos y ollas de expendio de basuco. Caperuza trata de seguir su rastro imaginando que Un Lobo ha sido alcanzado por una de las balas del cazador. Un Lobo corre contra el viento, tumba olas y mareas de niebla, y algunos perros le ladran cuando avanza veloz mientras rebusca su madriguera. Un Lobo entra al infierno que esconde la ciudad en unas pocas cuadras. Un atraco se lleva a cabo mientras Un Lobo intenta llegar a la Caracas. Un Lobo, con gran esfuerzo, se pone en pie. Saca unas cuantas monedas de su bolsillo y paga el tiquete de Transmilenio. Un vendedor se queda mirándolo y Un Lobo limpia la sangre de su rostro. Un Lobo entra a la estación y toma el primer autobús que sale. Un Lobo toma la ruta ochenta, Portal Usme, se sumerge entre los transeúntes, queda agazapado en un fortín compacto de cuerpos y voces que vuelven a su hogar. Un Lobo mira el cuello de su camisa y ve gotas de sangre en él. Un Lobo piensa en Mamá y no sabe qué se va a inventar para que no se asuste. Caperuza, en ese mismo instante, responde las preguntas de otro cazador, pero ella, en shock nervioso, no sabe qué declarar. Caperuza lleva las gafas puestas y ahora ve cómo indefinidas especies de gaviotas se llevan el cuerpo de Un Búho en una ambulancia. Un Lobo puede ver entre los cuerpos una ventana, la ciudad se mueve a alta velocidad mientras la lluvia arrecia y hace crecer el frío de los habitantes. Un Lobo ve desaparecer los andenes, las luces que se deforman, la oscuridad en fuga, y le parece muy bello.

La lluvia permanece. La mayoría de vidrios del Transmilenio se empañan. Algunos quedan abiertos y permiten que el agua se cuele en ráfagas. Un Lobo se mantiene en pie gracias a los pasajeros que sostienen su cuerpo sudoroso. Un fuerte olor hace que Un Lobo levante el hocico en dirección a la calle. El bus se detiene en la estación Tercer Milenio. Un aroma penetra las grandes fosas nasales de Un Lobo, su pálpito se acelera. Un Lobo sigue su instinto y sale a empujones y maldiciones por entre los transeúntes. El frío vuelve a calar los huesos de Un Lobo. Un Lobo husmea en dirección sur. La extraña esencia se intensifica, la nariz hace su mejor esfuerzo. Caperuza, al mismo tiempo, juega a ser testigo ocular de un asesinato: es transportada en la ambulancia a Medícína Legal. Caperuza mantiene cerrados los párpados, no cree que la noche vaya a terminar. Un Lobo llega al Acceso Para Peatones Sur. Un Lobo concentra su aliento, no pasa saliva, ordena su olfato. Un Lobo descubre que la fuerte emanación viene de las ruinas, cerca de El Cartucho, el fondo de la ciudad. Levanta la mirada y ve las sirenas de la policía militar girando incesantemente. La ciudad se encuentra en conmoción interior desde hace cincuenta años. Un par de autobuses pasan. Un Lobo atraviesa el tráfico, sigue el efluvio que viene del oriente, de El Cartucho. Se interna entre casas derruidas, los escombros de la ciudad se agigantan, se vuelven monstruosos ante la mirada de Un Lobo. La lluvia congela el silencio. Un Lobo ve varias fogatas iniciadas por los indigentes, son estrellas entre los escombros. Un Lobo mantiene el paso agitado, nada de nervios. Un Lobo percibe el increíble olor asomándose entre el hedor de la carne putrefacta. Cree reconocer ese hálito, su instinto lo tantea. Un Lobo escucha tras de sí algunos pasos sobre el barro. Lo siguen. Los indigentes le gritan Demonio y Satanás. Otros le llaman Jesús. Un Lobo gira su cuerpo y descubre, parapetado en una esquina, a otro Lobo, un igual, que vigila su andar. Siguiendo un impulso, Un Lobo vuelve a las cuatro patas y se lanza hacia su igual corriendo a alta velocidad. Las basuras se erigen libremente, el barro es el único camino. Caperuza se retira los espejuelos y baja con dos cazadores, varias especies de gaviotas y Un Cuervo del CTI. La llovizna no amaina, la noche es un hueco azul oscuro. Las gaviotas internan el cuerpo de Un Búho en Medicina Legal, envuelto dentro de un plástico negro lleno de gotas. Caperuza accede a entrar con Un Cuervo del CTI. Las luces blancas titilan. Las retinas se contraen y se dilatan. Caperuza se vuelve a poner sus anteojos. Caperuza ve a una madre y tres niñas llorando. Caperuza ve a un viejo cocodrilo pegando puñetazos a las paredes mientras aparecen breves lágrimas. Caperuza ve a una madre haciendo el reconocimiento de un cadáver: levantan el plástico y sí es el hijo perdido. Caperuza siente náuseas. Caperuza prefiere quitarse sus bifocales y seguir a tientas a Un Cuervo del CTI. Un Cuervo del CTI la lleva a una oficina y le ofrece un café. Caperuza sopla sus manos heladas. Ve un afiche en la pared pero no lo logra distinguir sin sus cristales. Caperuza advierte por una ventana a una bandada de gaviotas pasar con varias camillas. Caperuza piensa en Un Lobo. Un Lobo ve a su igual sumergirse en la oscuridad de un edificio en ruinas. Un Lobo trata de seguir la emanación de su igual, pero otros nuevos olores le hacen detenerse de improviso. Un Lobo aúlla y enseña los dientes a aquellos que se acercan desde la sombría profundidad. Un Lobo trata de encontrar un lugar seguro, pero no ve sino ladrillos rotos y plásticos amontonados. De la penumbra se acercan tres pares de ojos blanquecinos. Un Lobo teme. Esos ojos blanquecinos aúllan y enseñan los colmillos. Un Lobo olfatea bien, se queda en silencio, alerta. Los ojos blanquecinos se acercan a Un Lobo. Se escuchan jadeos, se oye el orín marcando las esquinas del edificio. Un Lobo se siente atrapado pero sin miedo. Un Lobo siente el calor de La Jauría rodeándolo. Hay unos lamidos, hay unas cuantas patas que lo abrazan y le dan la bienvenida. Un Lobo se aferra a esas patas y se estremece. La Jauría le llena de su aroma restregándose contra su lomo. Un Lobo ve en esos ojos blanquecinos sus propios ojos. La Jauría hace que el calor se encienda entre los pelajes y las garras se unen entre sí. La Jauría descansa, se acomodan unos sobre otros respirando tranquilos. Caperuza vuelve a responder las preguntas de Un Cuervo del CTI. Caperuza pide más café, Caperuza lo prefiere sin azúcar, por favor. Caperuza acepta un cigarro que uno de los cazadores le ofrece. Un Mustang. El humo envuelve los colores que apenas puede diferenciar Caperuza sin los espejuelos. Los dos cazadores fuman también.

Un Lobo deja el calor de La Jauría. Se levanta de un salto. El olor de Un Búho se intromete en la oscuridad. Un Lobo aprieta los colmillos y aúlla de rabia. La Jauría se levanta de improviso. Un Lobo emprende la búsqueda del cuerpo de Un Búho. La Jauría sigue a Un Lobo en la oscuridad: se dividen, se organizan y emprenden la caza. Un Lobo encabeza La Jauría con El Lobo más viejo del grupo. La Jauría recorre los escombros de la ciudad espantando gatos y aves de mal agüero. Algunas sombras intentan romper las rejas de un supermercado, sin éxito. Se creen con suerte. Las alarmas estallan, las sombras huyen. La Jauría hace apagar las fogatas y marca el territorio a cada paso. La Jauría rodea el edificio de ladrillo de Medicina Legal. Cada ventana tiene una reja. Medicina Legal es una construcción presa. Caperuza se queda dormida sobre un escritorio. Caperuza se deja caer en la ensoñación y empieza a ver una laguna intacta, sin movimiento. Caperuza sueña la quietud. Un Cuervo del CTI mira su reloj y ve las tres de la mañana. Un cazador cabecea mientras vigila que Caperuza no trate de huir. La Jauría juega su táctica. Un Lobo golpea la puerta de Medicina Legal con su antigua apariencia de humano. La lata del portón resuena por todo El Cartucho. Un hombre le mira por una rendijilla. Un Lobo pregunta por Un Búho. Un hombre le dice que espere. No toma sus precauciones. Un Lobo ataca la mano de un hombre y la puerta se abre de par en par. Algunas madres gritan. La Jauría se adentra en Medicina Legal. Recorren agitados los pabellones. Un Cuervo del CTI desenfunda las armas, un cazador también. Caperuza despierta angustiada. Los gritos de las madres la sacan de su dulce visión. La Jauría avanza esculcando entre los cuerpos el de Un Búho. Recorren las oficinas, los baños y el anfiteatro. La Jauría abre la puerta de un consultorio. Un Lobo salta sobre la camilla y rompe el plástico con los dientes. La Jauría espera. Se abre el paquete y los caninos apresan el banquete. Emprenden la huida. Un Lobo se detiene dos puertas atrás. Las luces blancas titilan. Un Lobo descubre el olor a madera de Caperuza confundido con el de un ave que no reconoce. Un Lobo destruye la puerta y desgarra a Un Cuervo del CTI dando un salto al bajo vientre. Caperuza intenta huir pero Un Lobo detiene su salida precipitándose sobre ella. Caperuza no grita. Un Lobo no aúlla. El tiempo no pasa. Un Lobo sostiene su mirada blanquecina ante los ojos de Caperuza. Un Lobo lame la boca, la boquita de Caperuza. Un Lobo lame la herida que él mismo provocó en el dorso de la mano de Caperuza. Caperuza le toma las patas y le dice Lobo, mi Lobo, ¿qué te pasó? Y Un Lobo se extiende sobre Caperuza, deja caer su cuerpo, hace que la fragancia a madera de Caperuza se confunda con su hediondez canina. Caperuza intenta abrazarlo. Un Lobo ya no puede ser domesticado. Un Cuervo del CTI, desde el suelo, dispara su arma contra el techo, trata de espantar al animal. Un Lobo teme y se abalanza sobre el cuerpo de Un Cuervo del CTI. Un Cuervo del CTI queda atrapado en las garras de Un Lobo. Un Cuervo del CTI suelta el arma. Un Lobo le deja vivir. Un Lobo se suma a La Jauría que lleva los restos de Un Búho huyendo hacia la salida. Los cazadores intentan abalearlos pero se contienen al ver que algunas madres se atraviesan en el camino de La Jauría. La Jauría sale de Medicina Legal con el cuerpo de Un Búho, se apresura hacia la guarida. Un Lobo sabe que ha sido buena caza. Un Cuervo del CTI llama a la bandada por su celular. Las patrullas llegan destrozando los charcos y llenan con el tufo de gasolina toda la calle. Los parabrisas gimen al deslizarse. Caperuza sonríe con una sonrisa completa. Un Lobo sonríe con una sonrisa completa.

La lluvia cede, la ciudad se pone más hermosa, ahora rodeada por unos ríos que hace unas horas eran charcos. Pasa un autobús. Un conductor ve a un grupo de salvajes cargando una víctima en una bolsa plástica. Sus ojos destellan. Se acerca el amanecer entre las ruinas de la ciudad, la capa amarillenta de polución se posa sobre los edificios. La llovizna da paso al rocío que cubre unos pocos pastizales. La brisa helada hace ondear los cables de la electricidad.

*Ganador del Premio Nacional del Literatura 2003 en la categoría de cuento joven.