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Lo que le falta a la Nacional

A propósito de la renuncia del rector Marco Palacios, el egresado Daniel Mera señala lo que le falta a la Universidad Nacional para educar la élite colombiana.

Daniel Mera Villamizar*
10 de abril de 2005

La renuncia del rector Marco Palacios es totalmente inoportuna para la Universidad Nacional: la dirección queda en interinidad, y se adelantan el espectáculo de las elecciones internas, la incertidumbre por el rumbo y el riesgo de retornar a la época del aislamiento, cuando todavía no está consolidado el plan del rector dimitente, que tiene mucho más consenso externo que interno (al punto que prefería no entrar al campus).

Desde el punto de vista histórico, es curiosa la parábola de Palacios en la Nacional. Hace 20 años fue rector en una crisis que mantuvo cerrada la universidad por un año, y la reabrió habiendo eliminado la famosa residencia "Gorgona" y las cafeterías subsidiadas, de las cuales se abusaba increíblemente. El veredicto parece ser que hizo lo necesario, y se le agradeció. La Nacional no volvió a padecer cierres con pérdida de semestre académico.

En 2003, tras años de ausencia, decidió regresar para una aventura que han evitado potenciales candidatos sensatos e idóneos como José Fernando Isaza: llegar a la rectoría como "outsider", pasando por las consultas y los debates internos en exceso impregnados de ideología e intereses particulares.

Lo logró, aunque traumáticamente, y tenía su plan de reformas, sus símbolos de gestión, un momento de opinión pública especialmente favorable a la Nacional, unas reglas que le permitían luchar por la reelección, y de pronto renuncia por razones personales, deja tirado el puesto, y lo comunica de forma que aumenta el desconcierto.

No fue un regreso feliz. Ahora a la Nacional también le falta un rector, que con suerte lo tendrá en tres o cuatro meses. Ya el rector encargado, Ramón Fayad, ha dado un prudente parte de tranquilidad a todos los sectores. Un contexto pertinente para la nueva elección es la larga discusión de prensa que generó el dossier de El Tiempo sobre el poder de los javerianos y los uniandinos en la administración pública, es decir, la pregunta por la posición de la Nacional en la sociedad.

Decía el ex presidente Samper que el siguiente turno de poder podría ser para la Universidad Nacional, debido a la ola antineoliberal de la política latinoamericana. La investigación del profesor Francois Serres sobre las élites de la administración pública en Colombia, según lo publicado, no tenía por qué fijarse mucho en la primera mitad del siglo XX, pero es probable que la Nacional compartiera la posición de poder con el Rosario antes de la época de la Javeriana (finales de los 50 a finales de los 80). Luego vendría la de los Andes.

La Nacional tenía más influencia cuando los presidentes de la República eran acudientes de sus estudiantes e iban a responder por ellos; los ingenieros Laureano Gómez y Virgilio Barco se formaban en sus aulas; García Márquez era estudiante díscolo y López Michelsen admirado profesor; y los líderes estudiantiles de 1954 y la oposición al general Rojas Pinilla, finalmente triunfante, eran en gran parte alumnos del Alma Mater.

Sería extraordinario que recuperara esa influencia 60 ó 70 años después. Alguna vez Antanas Mockus dijo que la verdadera universidad del Estado era la Universidad de los Andes. Para tomar el turno que pronostica Samper, la Nacional tiene que pensarse como Universidad del Estado, es decir, vencer la premisa de su cultura institucional según la cual el Estado es un instrumento para que unas clases dominen a otras. Si se quiere, en últimas, sí, pero ese no es el punto.

La Universidad no está para perpetuar las adscripciones sociales; la que lo hace no puede formar a las élites que necesita el país, y eso es evidente también en algunas universidades privadas. No debería ser el caso de la Nacional, donde alcancé a percibir que nos creíamos la élite de la inteligencia.

Como resulta tan difícil ponerse de acuerdo en la Nacional sobre la renovación de su misión, y sobre la reinterpretación de su pasado para lidiar con los fantasmas, tal vez resulte menos complicado aprobar la conveniencia de reformas puntuales, esquivando las "grandes" definiciones. Es probable que sea al contrario. Lamentablemente el rector Palacios tuvo una precaria gobernabilidad, lo que no quita lo extraño de su renuncia. Aunque Palacios avanzó en diversos frentes, lo siguiente es parte de lo que muchos creemos le hace falta a la Nacional:

1) No decirse mentiras: la titulación de su profesorado no es competitiva (la proporción de docentes con Ph.D.). Es una buena noticia el relevo generacional, pero ¿van a seleccionar 300 docentes en menos de 3 meses? El proceso parece precipitado, sin perfiles, como si la ley de jubilación hubiese tomado por sorpresa a la dirección.

1.1) Muchos de sus egresados no salen con las competencias y habilidades necesarias para conseguir buenas plazas en el mercado laboral. Hay que enfrentarlo. Un alto puntaje del ECAES sin dominio del idioma inglés se desvaloriza. El TOEFL debe ser un requisito de grado, y es muy malo que la oferta de cursos de idiomas resulte insuficiente. Es seguro que en las profesiones la Nacional no está entrenando ni promoviendo bien a sus egresados. Hay que salir a vencer los prejuicios del sector privado, y oír de verdad sus demandas.

2) Los incentivos financieros para que los departamentos y profesores incidan en su entorno no deben castigar la iniciativa, en beneficio injustificado de la Facultad, y los indicadores de desempeño por unidades académicas e individuales deben ser claros y estrictos, y con incentivos o consecuencias. Hay que rendir cuentas. Se necesita un pequeño ejército externo de ingenieros industriales que sean expertos organizacionales.

3) Es importante una reforma "estética". Las entradas por la 26 y la 45 claman por grandes esculturas con arcos elevados, no compatibles con la proliferación de vendedores ambulantes ni con las pedreas. La administración debe lograr que mantenimiento haga su trabajo, comenzando por el césped, y que la comunidad contribuya a tener unos baños y fachadas decentes. Los expendedores de droga no deben ser tolerados, ni las manifestaciones armadas. No hay extraterritorialidad penal. Sin estas condiciones resultará poco probable que la Nacional atraiga un cierto número de profesores y estudiantes talentosos.

Por supuesto estas reformas serían apenas naturales si una corriente de reinvención y competitividad inundara los espíritus de la Nacional. Pero a falta de semejante liderazgo inspirador, hay que luchar arduamente por cada reforma. En una prueba fehaciente de la impotencia de las élites, que quieren ver una Universidad Nacional transformada. Por cierto, en beneficio de la izquierda, que está lejos de tener su tecnocracia.

Este es un flaco favor no pedido para un buen candidato: postularlo en esta nota, lo que le garantizará bastantes sospechas en el campus, pero Paulo Orozco, ex presidente de la ETB, es de la entraña de la universidad, ya pasó por la izquierda del siglo XX, tiene alto entrenamiento en los sectores público y privado, y es seguro que cuenta con el talento ejecutivo para sacar adelante una visión renovadora. La postulación es por si no lo está pensando.

*Presidente de la Fundación Líderes en la U