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Los ángeles sobre la tierra

Catalina Lobo-Guerrero nos lleva de paseo al maravilloso mundo de la Equinoterapia, donde los caballos son los terapeutas.

Catalina Lobo-Guerrero
12 de febrero de 2006

Daniel y Federico* no han hablado nunca. Aunque tienen más de 3 años, ni siquiera han dicho mamá. Daniel parece una sirena ambulante, da unos gritos agudos cuando está emocionado, y con llantos y pucheros hace saber que está de mal genio. Federico, por el contrario, con sonrisas tímidas demuestra lo que le gusta, y también con su llanto, cargado de sentimientos que se los traga el silencio. Aunque parecen vivir en otro mundo, hace dos semanas, montados sobre el lomo de dos caballos pura sangre, llamados 'Touché' y 'Berni', los pequeños aprendieron a decir las vocales.

Touché es un caballo francés, joven y juguetón, experto en montar a quienes sufren algún tipo de parálisis cerebral. De piel satinada color chocolate, es adicto a mascar aire, (lo equivalente a fumar cigarrillo en humanos). Berni, por el contrario, es más serio e imponente. Su pelo es blanco y tan suave como la piel de un conejo. Lo trajeron de Alemania, después de pagar por él 70.000 dólares, pues es un caballo especializado en tratar pacientes con autismo. Es el rey de las pesebreras y no permite que Touché, que todavía tiene mucho por aprender, se le adelante en el circuito que recorren a paso lento por el picadero.

Ni Daniel ni Federico son autistas. Daniel se tragó un par de canicas cuando tenía dos meses, y el impacto sicológico, más que el daño que sufrieron sus cuerdas vocales, afectó su capacidad lingüística. A Federico le faltó oxígeno en el parto, y eso le causó un leve daño en el lóbulo frontal del cerebro. En un principio, los especialistas creyeron que por eso no podía hablar pero, después de un par de sesiones de sicoterapia, han concluido que la causa de su mutismo podría ser la reciente separación de sus papás. Es posible que con la hipoterapia, en un par de años, los dos puedan hablar.

La hipoterapia es una forma de zooterapia, o terapia física o sicológica que utiliza animales. Hoy día, la zooterapia se practica con todo tipo de especies, desde las mascotas más convencionales, como perros y gatos, hasta delfines y gallinas. Los conejos son utilizados para tratar pacientes con anorexia, e inclusive las arañas y culebras se usan para tratar a drogadictos o curar fobias.

Aunque la utilización de animales en sicología o medicina parezca poco convencional, éstos han sido utilizados desde hace mucho tiempo para curar algunos traumas y patologías, tanto físicos como sicológicos. Se cree que los egipcios les regalaban gatos a las mujeres neuróticas para calmarlas, y los caballos se utilizaron en Grecia desde el siglo VI antes de Cristo. En la antigua Grecia había un hombre que le decían 'cabeza de caballo', o Hipócrates (Hipo quiere decir caballo en griego), quien fue el primer médico del mundo occidental que conoció acerca de las ventajas de la terapia asistida con caballos. Lo recomendaba como tratamiento para soldados con síndrome de estrés postraumático. Pero hubo que esperar varios siglos a que terminara la Primera Guerra  Mundial para que se rescataran las teorías de Hipócrates. Una mujer inglesa llamada Olive Sands prestó sus caballos a los soldados que necesitaban tratamiento fisioterapéutico, y muchos de ellos se recuperaron, inclusive volvieron a caminar. Fue gracias a la sicología y a la medicina militar que la hipoterapia se empezó a difundir con fuerza en países como Alemania, Inglaterra, Francia, y luego Estados Unidos. Desde 1970, es una práctica reconocida en muchos países.

Las posibilidades científicas

La explicación científica de las bondades de los caballos tiene más de física y de biomecánica, que de milagro. El caballo produce con cada paso una energía cinética que repercute en el paciente por la segunda ley de Newton de acción y reacción. Es decir, si el caballo produce una energía de 100 newtons, el jinete absorbe 50 newtons. Esta energía, combinada con las vibraciones o los estímulos que un paciente llega a sentir sobre el lomo de un caballo si se monta a pelo, tonifica los músculos del paciente, y mejora, al mismo tiempo, su equilibrio, su coordinación y su destreza.

La hipoterapia comprende una sesión de diagnóstico médico, en primer lugar, y luego el diseño de un plan de trabajo, específico para cada paciente, pues algunos no son compatibles con ciertos caballos, y viceversa. Carolina Plazas, una joven sicóloga que trabaja como voluntaria en la Fundación Centro de Hipoterapia Colombiana, en Sopó, Cundinamarca, y trata a Federico y a Daniel, dice que por ejemplo Touché es muy terco y se inquieta cuando el paciente no controla sus sonidos y sus movimientos. Por eso Daniel, que se acuesta sobre el caballo, alza las piernas, las manos, sin esperar a que el terapeuta le dé la orden y poco controla sus gritos de emoción, monta en Berni, que es un caballo más calmado y más experimentado. Touché, por el contrario, ha ayudado a estimular a Federico. Hace dos sesiones, montó solo y a pelo.

 La clave en la hipoterapia está en el control. Se llevan controles de todo: del paciente, del caballo, del viento, e inclusive del terreno que debe pisar el animal y de los obstáculos que debe atravesar. Las sesiones no duran más de una hora. Al caballo lo lleva alguien de cabestrillo, mientras sobre su lomo van montados un paciente y a veces su terapeuta, que va dando instrucciones, inclusive puede ir masajeando al paciente en simultáneo. A su lado va alguien también atento a cualquier inconveniente que se presente.
 
La historia

La hipoterapia no sólo se usa para parapléjicos, o niños con problemas neurolingüísticos, traumas sicológicos y retrasos. Por la Fundación Centro de Hipoterapia Colombiana, creada en 1997 por Gustavo Palomino y ganadora la semana pasada del Premio Portafolio a mejor aporte a la comunidad, han pasado todo tipo de pacientes. Gustavo es un hombre canoso, con ojos oscuros y delineados por una que otra arruga. Este abogado y neurosicólogo vive atendiendo pacientes y contestando consultas de personas que le escriben desde varias partes del mundo. En su consultorio sólo hay caballos: en el papel de colgadura, en los cojines, en las porcelanas, los libros, y los cuadros. Un caballo le salvó la vida.

Gustavo vivía en Estados Unidos y estudiaba neurosicología en la Universidad de California. En Colombia era un jinete aficionado, pero en California no había otra forma de montar a caballo de manera gratuita que colaborando de vez en cuando en el centro de hipoterapia de la universidad. Poco a poco fue aprendiendo las técnicas. Nunca pensó que llegaría a auto recetarse la hipoterapia, hasta que en 1982, cuando regresó a Colombia a pasar una temporada de vacaciones, le descubrieron un cáncer que ya había carcomido su estómago, sus intestinos, el colon, y la vejiga. Tenía pocas esperanzas de vida. En silla de ruedas, con 39 kilos y un aspecto de enfermo terminal, Gustavo terminaba las sesiones de quimioterapia en la clínica Palermo y se iba hasta una finca en Chía, donde lo esperaba un caballo viejo que había montado desde niño.

Sobre el caballo hacía la rutina de ejercicios que había visto aplicarles a pacientes en desintoxicación y que lo hacía sudar a chorros, pues no había tiempo para dejar que el veneno de la quimioterapia actuara en su cuerpo sobre los demás órganos, huesos, arterias, y músculos. A los tres meses, sin haber perdido un solo pelo, entró caminando a la Clínica del Country, donde los oncólogos le hicieron exámenes. "La única evidencia de que alguna vez hubiera padecido cáncer estaba en mi vejiga del tamaño de la de una señorita", dice Palomino con una sonrisa.

Después de esa experiencia, Gustavo no necesitó más pruebas. Pero fue sólo cuando descubrió que podía tratar la displasia de cadera en niños pequeños, cuando su fundación pudo demostrar con una investigación resultados confiables. No fue un experimento buscado. A Gustavo le habían regalado una perrita chismosa, color caramelo, llamada 'Valentina', que hoy ha ganado varios premios como animal de terapia. Cuando Gustavo consultó con el veterinario sobre el caminado chueco de Valentina, le dijeron que sufría de displasia de cadera, y que eso en perros no se podía curar.

Sin embargo, a Gustavo se le ocurrió tratar a Valentina con Hipoterapia: la sentó sobre el lomo del caballo, patas arriba, como si fuera una persona, y en ocho sesiones de 20 minutos, Valentina caminaba recto. Los veterinarios dijeron que se había curado. Gustavo decidió entonces hacer un grupo de investigación y experimentar con niños que sufrieran ese mal. Durante un par de semanas, el centro estuvo invadido de bebés de cuatro meses, y mamás y abuelas aterradas y temerosas de que los niños se pudieran caer del caballo. Pero el experimento funcionó. Según Gustavo, a la quinta semana, 72 de los 85 niños que fueron tratados se curaron. Los que no se pudieron curar con la hipoterapia, según la investigación realizada a partir del experimento(que no ha sido publicada todavía), era porque ya tenían displasia muy avanzada, eran mayores o tenían algún otro problema en los huesos.

A partir de ahí, no sólo papás y pacientes llegaron al centro a ver si los caballos podrían curarlos, sino médicos, pediatras, ortopedistas y, poco a poco, otros sicólogos. "Los resultados fueron abriendo puertas", dice Gustavo, quien hoy se siente satisfecho porque ha ayudado a crear siete centros de hipoterapia y zooterapia en todo el país, (el de Yopal es el más grande de todo Suramérica) y otros seis en países de América Latin,a como Chile, México, Panamá, y Nicaragua.

Muchos de los pacientes que llegan al centro lo hacen por remisión de sus médicos, como es el caso de Daniel y Federico. Para Andrés Fonnegra, médico neurocirujano, la hipoterapia es una terapia ideal para niños porque es una terapia inconsciente. Montar a caballo es divertido y, mientras tanto, están siendo constantemente estimulados, no sólo por la energía y el paso del caballo, sino también por la relación que se crea con el animal.

Pero hay tratamientos en hipoterapia que no necesariamente implican que el paciente debe montar sobre el caballo. Para niños que sufren de déficit de atención o de hiperactividad, es más terapéutico concentrarse en la cepillada y el cuidado de un caballo, que montarlo. También se utilizan terapias combinadas con caballos y perros. Valentina ha sido una gran ayuda para Federico y Daniel, por ejemplo. Más que la intrusa que se les come las galletas de la lonchera, es otro ser viviente con quien pueden interactuar.
 
A pesar de que Gustavo ha logrado el reconocimiento de la hipoterapia en el país, ésta sigue siendo vista como una terapia complementaria a tratamientos más ortodoxos como las consultas médicas y sesiones de siquiatría que incluyen obligatoriamente un diván. En los currículos de medicina o sicología hasta ahora está empezando a figurar, y sólo a partir de 2003 se creó la Asociación Colombiana de Zooterapia, al mismo tiempo que salió la resolución, por parte de la Secretaría de Salud, que regula este tipo de tratamientos. La mayoría de los seguros médicos todavía no cubre la zooterapia. El Centro de hipoterapia en Sopó sólo ha logrado convenios con Cafesalud y Teletón. Según Maribel Gaitán, esposa de Gustavo y terapeuta especializada en zooterapia, las EPS no cubren este tipo de tratamientos porque no hay nada asegurado y pueden demorar años.

Si bien una displasia de cadera puede ser curada en ocho sesiones, y cuesta 700.000 pesos, una parálisis cerebral no tiene límite de sesiones o de costos. En el centro manejan algunas tarifas especiales, pero el tratamiento sigue siendo costoso. Para poder hacer una hipoterapia de calidad se necesita contratar profesionales especializados en sicología, fisioterapia, zootecnistas o veterinarios, sin contar lo que vale mantener los establos, picaderos y demás instalaciones.

Adicionalmente, como lo explica Palomino, la hipoterapia no es un tratamiento recomendado para todo el mundo. Hay muchas contraindicaciones y riesgos. Por ejemplo, un paciente con luxación de cadera puede empeorar con sesiones de hipoterapia.  "No podemos prometer milagros, pero la actitud y la fe del paciente en el tratamiento son claves para su recuperación," dice Maribel. 

A Luis Miguel Reyna la hipoterapia le cambio su vida. Tiene 25 años, las cejas pobladas y una pupila más grande que la otra. A simple vista no se nota, pero él lo hace notar cuando recuerda el accidente que casi le hizo perder el ojo y la vida. Nacido en Paz de Ariporo (un pueblo a una hora de Yopal, Casanare), Luis Miguel era un aficionado del coleo. Hace dos años, el 29 de diciembre, Luis Miguel salió en su caballo a perseguir un toro que se había salido de un potrero y cuando lo alcanzó, decidió hacer coleo en campo abierto. Cogió impulso, pero el caballo se enredó con las patas del toro y dio un bote en el aire a una velocidad de 40 kilómetros por hora. Luis Miguel recibió el impacto en la frente. Los siguientes 12 días estuvo en coma. Lo trasladaron en avioneta-ambulancia hasta Bogotá, con los peores pronósticos: Luis Miguel quedaría cuadrapléjico. En el Hospital Militar lo trataron con una cámara hiperbárica que inyecta oxígeno a los diferentes músculos del cuerpo y poco a poco empezó a recobrar la movilidad. Duró tres meses en toda clase de terapias, le tocó aprender a hablar, a escribir, y a comer solo de nuevo, con la mitad izquierda de su cuerpo. La derecha había quedado paralizada y se despertaba muy lentamente.

Luis Miguel se enteró de la hipoterapia que hacía Gustavo Palomino con soldados en el Hospital Militar, y decidió que él quería hacerla, no por el tratamiento, sino para poder seguir montando a caballo. La hipoterapia le ayudó a recuperar la movilidad, a fortalecer los músculos pero, sobre todo, a superar el trauma del accidente, y a cambiar sus hábitos de por vida. Hoy Luis Miguel no come carne y asiste como zootecnista voluntario todos los sábados al centro de hipoterapia. Para él es una forma de "devolverle" a la vida la oportunidad que le dio de recuperarse.

Zacarías, en la Biblia, dice que los caballos son los ángeles que mandó Dios a recorrer la tierra. Y en el centro de hipoterapia los tratan como tales. Berni y Touché comen alfalfa, melaza, tréboles y un concentrado especial. Reciben masajes y los cepillan cada día. Son los ángeles de la guarda de Daniel y Federico, pero no han sido los únicos desde que el centro comenzó.

El mes pasado, con 27 años de servicio, fue la ceremonia de retiro de 'Tribón' en el picadero, que habían decorado con flores. Ese día Tribón, al que los niños cariñosamente le decían 'Tripitas', entró con los aperos que utilizaba para hacer las terapias, mientras leían su historia como terapeuta. Había atendido en su vida a un total de 270 pacientes. La sicóloga Nana, su fiel compañera de trabajo durante años, le quitó los aperos y lo cubrió con una manta. Como premio por tantos años de servicio, algunos niños le llevaron bloques de panela, manzanas y guayabas. Tribón dio su última vuelta por el picadero y todos los que estaban presentes ese sábado por la tarde se despidieron de él entre llantos y risas. Le decían adiós con la mano, le daban las gracias y le deseban suerte en su vida como caballo retirado. Ahora vive en una finca en Subachoque, donde corre libremente por un terreno de cinco fanegadas. Los dueños de la finca dicen que apenas ve un niño, Tribón es el primero en correr a saludarlo. 

 
(*)Los nombres de los pacientes han sido cambiados.