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Los asentamientos, la paz y el terror en el oriente medio

Rubén Darío Acevedo explica por qué los extremistas de lado y lado, en particular los de corte religioso, son los que tienen en sus manos el futuro de la paz entre Israel y Palestina.

Rubén Darío Acevedo
4 de septiembre de 2005

Los asentamientos que dejan los israelíes en la zona de Gaza fueron construidos después de los tres grandes enfrentamientos militares entre Israel y los países árabes aliados. Los israelíes procedieron a hacer soberanía por la vía de impulsar asentamientos para sus ciudadanos que carecían de vivienda y territorio en el estrecho territorio que les había asignado la ONU en las resoluciones de 1948.

La misma ONU fue la que ordenó al gobierno israelí, a través de varias resoluciones, devolver dichos territorios a los palestinos, a la vez que trataba de enmendar el error de haberlos dejado sin Estado en 1948.

Tras arduas negociaciones, los israelíes hicieron las paces con Egipto cuando éste era gobernado por el visionario Anwar el Sadat, que fue asesinado por extremistas musulmanes. Lo consideraron un traidor a la causa árabe y musulmana que supone la no existencia de Israel.

Los egipcios perdieron a su presidente, pero recuperaron el Sinaí. El mensaje subyacente en dicho intercambio: territorios por paz, es el que ha precedido todo tipo de negociaciones entre los israelíes y los demás litigiosos árabes. Así se dio hace unos pocos años con Jordania, también con Líbano; con Siria ha sido infructuoso y con la Autoridad Palestina el camino sí que ha estado sembrado de espinas.

La cuestión es compleja de lado y lado. Hay razones históricas de rivalidades que hunden sus raíces en la leyenda. Cada pueblo o las facciones importantes de cada uno se creen en el derecho de ser el ocupante legítimo de tales territorios. Allí la cultura no ha logrado pergeñar ni delimitar con claridad lo que es de unos y lo que es de otros. Como suele ocurrir, las peleas familiares son las más violentas y la del Oriente medio es una lucha entre primos descendientes de Abraham.

El gobierno Sharon se cuidó de dar el mensaje de que la devolución de estos sitios sea el producto de una negociación por la presión de la Intifada, sino más bien el de una voluntad unilateral que además dejará en los palestinos la iniciativa de asimilar el gesto como un gesto de paz y no de debilidad, como parecen entenderlo grupos extremistas como Hamas y la Yihad Islámica.

Claro que este desalojo es también, hay que reconocerlo, producto del esfuerzo diplomático de las potencias acompañantes -EE. UU., Rusia, Inglaterra y Francia- y de las negociaciones que condujeron al establecimiento de la Hoja de Ruta como procedimiento para avanzar hacia una paz seria y sólida que pasa por la proclamación del Estado Palestino y el derecho de Israel a vivir en paz y seguridad. También supuso una suerte de tregua no reconocida como tal por aquellas facciones extremistas que le prometieron a Mamud Abbas que se abstendrían de realizar ataques por un lapso prudencial.

Pero, si queremos ser realistas, los extremistas de lado y lado, en particular los de corte religioso, son los que tienen en sus manos el futuro de la situación. Allá, como en otras partes, los que se plantean el "todo o nada", los que piensan que no se debe ceder, que al enemigo no se le debe reconocer derecho ni condición existencial algunos, son los que ponen en peligro cualquier tipo de transacción, por buena que ella sea para las partes. Recordemos que después de firmar los pactos de Oslo, con Arafat, Yitzak Rabín fue asesinado por un fundamentalista religioso judío. Nada raro sería que estas sectas sorprendieran al mundo con acciones de saboteo, aunque ese peligro puede venir más fácilmente del lado palestino, donde Hamas y la Yihad siguen considerando que Israel no tiene derecho a existir.

Del lado israelí, no obstante las desgarradoras escenas de dolor de los colonos, y de la gran polémica que suscitó la medida prohijada por el más duro de los judíos, Ariel Sharon, promotor de esos asentamientos y enemigo jurado de la posibilidad de un estado palestino, las cosas pintan más en el plano de la aceptación realista ante las garantías de reparación y reubicación que les ofrece su propio Estado. Conmovedoras las escenas de choque y a la vez de confraternización entre los colonos y las tropas israelíes, que denotan algo muy importante en la vida de cualquier pueblo maduro: el respeto a la ley por encima del dolor o el perjuicio individual. Hay más madurez política del lado israelí, más ambiente para entender que este puede ser un paso firme hacia la paz. Que será más promisorio y firme si la Autoridad Palestina y el presidente Abbas logran hacerse respetar e imponer el orden en casa e impiden que los territorios recién recuperados se utilicen como plataforma de atentados terroristas, o que sean vistos como un trofeo militar, tarea bien difícil, sobre todo frente a unos grupos que recientemente tocaron de nuevo los clarines del terror.

Por supuesto que la opinión pública internacional debe tener claro que la Hoja de Ruta contempla otros pasos y sacrificios de lado y lado, porque no de otra forma se logrará la coexistencia entre estos dos pueblos. El camino por andar es todavía más largo que lo recorrido, pero puede ser más penoso si el mundo no presiona suficientemente a los extremistas para que desactiven sus morrales dinamiteros.