Home

On Line

Artículo

Mala educación

La piratería de útiles escolares tiene preocupadas a las autoridades. En lo corrido del año, la DIAN ha decomisado mil millones de pesos en cuadernos, borradores y sacapuntas que ingresaron de manera ilegal al país.

Elber Gutiérrez
17 de marzo de 2006

La imaginación de los contrabandistas no tiene límites. Ante los controles y la competencia para los lucrativos mercados ilegales de la gasolina o los licores, bandas delincuenciales de cuatro ciudades se especializaron en el negocio de los útiles escolares, los cuales son distribuidos especialmente durante las temporadas escolares de principio y mitad de año.

No existen datos sobre el dinero que mueve anualmente este negocio, pero durante los dos primeros meses del año, la DIAN incautó más de mil millones de pesos en mercancía, cantidad equivalente al 50% de lo que decomisó en los doce meses del año pasado. Mientras en el 2005 la participación de las incautaciones de útiles escolares en el total nacional de decomisos era del 0.9%, en el 2006 ya va en 4.9% y eso que aun no se ha cumplido la temporada de mitad de año.

Según la Dijín, las ciudades en las que más se presenta este fenómeno son Bogotá, Barranquilla, Bucaramanga, Cali y Buenaventura. Sólo en este puerto sobre el Pacífico fueron incautados el año pasado mil millones de pesos en mercancía escolar procedente de los países asiáticos. Este año hay especial preocupación por el repunte de la actividad ilegal en Valledupar.

El público objetivo de este mercado está ubicado en los estratos de menores ingresos. “Los delincuentes aprovechan que muchas personas no tienen para comprar los útiles y distribuyen su mercancía ilegal a la luz del día y casi en la nariz de todo el mundo”, explicó uno de los funcionarios de la DIAN encargados de los decomisos.

Un informe de la Dijín señala que hay alerta en las cuatro principales ciudades del país ante la conformación de bandas especializadas en la distribución de la mercancía, que ingresa por Venezuela, el Caribe o Buenaventura. En las grandes ciudades hay mayor demanda de útiles y, al mismo tiempo, grandes masas de desplazados o personas de bajos recursos que no cuentan con el dinero suficiente para invertir en un rubro, tradicionalmente considerado como costoso.

La lógica de los vendedores

En una venta callejera del centro de Bogotá, a cuatro cuadras del Congreso de la República, es fácil comprar por $2.000 cuadernos que en los almacenes de cadena cuestan el doble. “Dicen que no traen las 100 hojas, pero uno no se pone a contarlas”, relató a Semana.com Leonor Zainea, una de las vendedoras, quien aceptó no tener factura de ingreso, a pesar de que su mercancía es venezolana. “Ni siquiera conozco por allá. Y si tuviera plata créame que no me pegaría un viaje de esos para traer cuadernitos y venderlos”, señaló.

Aunque algunos vendedores digan que están en el negocio por la necesidad y la falta de oportunidades, reconocen que al mismo tiempo le están causando un problema a quienes sí pagan impuestos para vender los productos. “Claro que también le ayudamos a los que necesitan que les vendan más baratico, así que unas por otras”, agrega Leonor.

Casos como el de ella se repiten por todo el país. Hace tres semanas, la DIAN incautó 959 unidades de estuches para cd´s, 42.440 sacapuntas metálicos y 70.270 siliconas líquidas, avaluados en 250 millones de pesos. Al hacer la revisión de rutina, las autoridades descubrieron varios errores y omisiones en las planillas de ingreso de los materiales, por lo cual decidieron inmovilizar el contenedor, que tenía como destino a Bogotá.

Dos días después las autoridades aduaneras realizaron la inspección física a una bodega en Cali y hallaron borradores escolares de nata, lápices y cajas de colores avaluados en una cantidad semejante y de procedencia extranjera, sin que sus tenedores pudieran justificar el ingreso de la mercancía a Colombia.

El auge en esta modalidad de contrabando no sólo demuestra el ingenio de los colombianos a la hora de hacer trampa sino que pone en evidencia dos problemas adicionales que requieren urgente control de las autoridades competentes. Primero, que en la lucha contra este flagelo es erróneo pensar que los sectores vulnerables son exclusivamente los de productos suntuarios o con gran desarrollo tecnológico. Y, segundo, que en un país que requiere un mayor nivel de educación, siguen haciendo falta programas que garanticen a los menos favorecidos un acceso fácil y generalizado a los implementos básicos para un niño en edad escolar.